30 diciembre 2011

"Dayro Moreno quiere venir a Independiente"

Cuentan que está dispuesto a ceder en lo económico. Que anhela, que quiere, que desea y espera poder jugar en Independiente. Y eso es un punto a favor. De concretarse, lo más posible es que sea a préstamo. De Dayro Moreno se trata, el colombiano que juega (¿jugaba?) en Tijuana de México, donde se encuentra Antonio Mohamed como DT, y sueña con arribar a Avellaneda ya que el Turco no lo tendría en cuenta (habría que averiguar por qué).

El representante del jugador, Marcelo Ferreyra, expresó en una entrevista a De la Cuna al Infierno: "Me reuní con el presidente y me pidió exclusividad en la negociación y se la dimos. Dayro quiere venir a Independiente. De no haber imprevistos creo que Dayro llegará a Independiente. El nuevo presidente me dejó una muy buena impresión".

De 26 años, Moreno es un jugador que cuenta con una gran velocidad física. Juega en la Selección colombiana como delantero (por el centro o acompañando a un faro) o carrilero, le pega bien con las dos piernas y explota muy bien la virtud de la sorpresa. "Puede aparecer por cualquier lado”, aseguró el representante.

18 diciembre 2011

“Hoy aprendimos a jugar al fútbol”

Barcelona 4-0 Santos (Mundial de Clubes, final)

Barcelona brindó otra exhibición de fútbol y se llevo la Copa que define al mejor del mundo. Un Messi estelar abrió la cuenta, un Xavi brillante puso el 2-0, Cesc Fábregas el tercero y Messi devuelta cerró el marcador tras un pase de un colosal Dani Alves.
Alta costura. Neymar, del Santos, no pudo ante tanta demostración de categoría y declaró la frase que titula esta nota.

Como siempre, todo un monólogo del Barcelona fue el primer tiempo. Con momentos más intensos que otros, pero todos cautivantes, todos asombrosos. Una filosofía de juego sostenida en todo momento. Con Xavi allí en el centro como director de orquesta, de mo vilidad permanente. ¿Cómo lograron instalar la injusticia de premiar con el Balón de Oro al mejor jugador del año? Porque Messi también deslumbra y vuelve a levantar a la gente de sus asientos, a recibir aplausos y ovaciones tras ese gol genial que abre el partido, picándo la pelota frente al arquero como aquel recordado tanto ante el Arsenal por la Champions de este año, nominado por esos días como uno de los mejores del 2011. ¿Cómo elegir entonces al mejor jugador? Y para colmo Xavi vuelve a aparecer (aunque en realidad nunca desapareció), y arma una jugada para deleitarse. Su socio Iniesta particpa en ella, todos participan. Un, dos, tres, nueve toques magníficos, la apertura hacia la derecha para Dani Alves y el wing (no lateral) del Barcelona mete la bola al medio para la entrada franca de Xavi que no perdona y coloca el 2-0 que sentenció la partida.

Nada cambia luego. Abrumador sigue siendo el Barcelona y uno se pone a contar si los del Santos son 11 y no les expulsaron cuatro jugadores porque sino no se explica tamaño dominio, tamaño rebaje a un equipo. Pero no, están todos, son 11 de camiseta blanca que no pueden creer lo que pasa. Y antes de acabar la primera etapa sufren otro gol, otra aparición más de Messi que primero intenta y no puede, mete un taco para Dani Alves en la linea de fondo, el pase atrás y Thiago que prueba de cabeza, pero otra vez el aquero aguantando como podía, hasta que sí, emerge de la izquierda Cesc Fásbregas y con pasmosa facilidad la coloca con suave toque contra la red interna del segundo palo. El Santos oye el mejor sonido que pudiera oir y acaba con ese pitido del árbitro la magnífica primera mitad de este también magnifico Barcelona, cultor del toque y la tenencia como forma de vivir. En medio de tantas pálidas, hay que agradecer a éstos, los únicos docentes que cuando hay paro, no dejan de enseñar. Es una bendición.

Durante el complemento, las ocasiones de peligro y con ellas las emociones, mermaron en cantidad. La posesión de la pelota se dividió un poco más y Neymar tuvo su chance de descontar pero remató al cuerpo de Víctor Valdés. Pero no podía acabar sin goles el segundo tiempo y entonces fue que Dani Alves escaló por la izquierda y centralizó para Messi, que con un quiebre bárbaro, eludió al arquero, enganchó para afuera y sólo tuvo que empujarla para definir la historia y recibir los saludos y felicitaciones de sus compañeros y del mundo de la pelota todo. Aplastante victoria del Barcelona para cerrar un año con todas las luces. Primero la victoria por 3-1 ante el Real Madrid en el Bernabeú y ahora esta consagración oficial como el mejor equipo del mundo para un diciembre de lujo.

Ya lo dijo para las cámaras de la FIFA Neymar: “Hoy aprendimos a jugar al fútbol”. Inapelable.

Ocampos, el desinfectado



“Nos importa mucho jugar bien. Matías (Almeyda) nos inculcó eso desde el primer día: quiere que toquemos la pelota, que nos juntemos, que miremos siempre el arco de enfrente. Y nosotros nos sentimos muy identificados con esa idea”. La saludable declaración corresponde a Lucas Ocampos, volante por izquierda del River que intenta proponer siempre en su cruzada en la B Nacional. Tiene 17 años el futbolista y afortunadamente está desinfectado de la moda de ganar de cualquier manera que tanto instaló y estimula el periodismo con sus exigencias y obligaciones de resultados solo resultados. “Queremos subir jugando como le gusta al hincha. Y si jugamos como quiere Matías vamos a terminar primeros cómodos”, agrega Ocampos. Y seguro que sí. El fútbol se muere cuando desaparece el juego. Entonces quien apueste a hacer bien las cosas adentro de una cancha, por decantación se terminará imponiendo. Es tanta la mediocridad del fútbol argentino que por eso sorprende sobremanera lo que hace el Barcelona. “Nos importa mucho jugar bien”, resalta el pibe de enormes condiciones y promisorio futuro. ¡Aleluya! Entonces existían personas a las cuales les importara...
¿Más declaraciones que retratan su buen pensar? “Yo lo que más quiero es ascender y jugar con River en Primera”, admitió en referencia a las posibles ofertas que lleguen de Europa. Porque eso es algo que también le falta al fútbol argentino. El sentido de pertenencia de los jugadores con su club. Al margen, desde luego, de la obvia necesidad de no quemar etapas. Allí anda Ocampos, mientras tanto, una mente que desprecia la victoria a cualquier precio y se preocupa por respetar la esencia del fútbol, el juego. Es para destacar.





12 diciembre 2011

Un pedacito de este mundo


Alguna vez le preguntaron a Daniel Arcucci cuándo fue que se dio cuenta de que iba a ser periodista. A lo que el actual reportero de La Nación respondió: “Creo haber encontrado la vocación en una cancha de fútbol. Por aquellos tiempos, en los ’70, ‘80, venía seguido de mi pueblo, Puan, a Buenos Aires para visitar parientes y, de paso, ver partidos. Cualquiera, el que cayera. Recuerdo haber ido a la Bombonera a ver un Boca-Instituto. El partido fue bastante malo pero hubo bastante espectáculo en el ambiente. Muchas vivencias que, pensé, no quería quedarme sólo para mí. Pensé que, al volver a mi pueblo, debía escribir, contar lo que había vivido. ¿Y qué era eso sino hacer periodismo? Justo estaba decidiendo qué estudiar y empecé a atar cabos: contar, eso quería que fuera lo mío”.

No voy a relatar cómo fue que descubrí que podría realizarme como persona en este oficio porque creo que ni siquiera lo tengo claro y ando todavía hoy en esa búsqueda. Sin embargo, como Arcucci, siento que no puedo quedarme para mí sólo algo que viví este año. Eso es lo que necesito contar. A Ariel Scher necesito contar. Debería alcanzar con describirlo como periodista, así en su más absoluta y cabal dimensión. Pero en este mundo, en donde tanta gente juega a ejercerlo, aquel que no conoce el oficio se puede confundir, de modo que no considero aconsejable presentarlo como periodista a secas ya que no diría mucho. De todas formas, además de periodista, Ariel Scher es un docente. De esos a los que no le queda grande el cargo. Aunque él reniegue del rótulo y diga que no, que de eso no sabe, que para eso hace falta capacitarse y duda que algún día lo haga, lo es.

Un joven Julio Cortázar decía en 1939 cuando daba sus primeros pasos en una escuela de Chivilcoy: “Un número desoladamente de maestros fracasa. Fracasa calladamente sin que el mecanismo de nuestra enseñanza se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más”. Siguiendo lo de Cortázar, Ariel jamás fracasó. Como docente cumplió su misión. Hizo lo que debía, a él mismo y a nosotros, sus alumnos. Por eso es un docente, y maravilloso, aunque él lo niegue. De los que dejan huella en sus pupilos. En algunos más imborrable que en otros, pero es imposible, presumo, pasar por su aula y no salir diferente. Como cada texto que nos mandaba por mail cuando buscaba eso mismo en nosotros, que seamos diferentes a lo que éramos ayer. Que siempre nos mantengamos activos en el ejercicio de construirnos como individuos y periodistas. Al fin y al cabo, ser gente. Eso es lo que hizo Ariel. Un docente que se preocupó por el crecimiento de sus alumnos y siempre estuvo al tanto de las falencias y virtudes de cada uno. Extrañamente novedoso en la educación argentina.

Se pudo haber echado y dejar pasar el año cómodamente como hacen cientos de profesores de la secundaria, ajustándose a un programa, puntuando con notas frías, y viendo así quién aprobaba al final o no según los dictámenes burocráticos. Pero él no lo concibe así y lo aclaró a principio de año. Aunque al inicio me costó (claro, la costumbre. Lo impuesto culturalmente), luego logré entenderlo. Por ejemplo, uno va a aprender la guitarra y no existen las notas, las evaluaciones de ese tipo. La gente lo acepta. Hay un trabajo a largo plazo en donde poco a poco se van puliendo las imperfecciones y estimulando las bondades en un trabajo de nunca acabar. Porque luego de cumplir con los meses que duren aquellas clases musicales uno luego sigue tocando y aprendiendo cosas nuevas. Y siempre a través de la práctica, siempre a través de escuchar a otros. Oyendo y tocando. ¿Entonces para qué las notas? Acá fue igual. Leyendo y escribiendo. Pero no solos, con Ariel como guía. Con Ariel como faro que nos devolvía al camino cuando nos descarrilábamos y nos dormíamos en esa imbécil e infantil costumbre que tanto lo sacaba de quicio de no escribir nada porque no me pidieron nada. Eso mismo puntualizó hoy en lo que fue la última clase con él. Curricular, porque seguirá siendo nuestro tutor y así se va a prestar como también benditamente dejó en claro antes de partir hacia su programa habitual de radio.

Es el mismo Ariel que una y otra vez llegaba a clase y distendía el inicio del día con sus chistes y su humor basado en tintes exagerados y absurdos. “Racing piensa que hay que ir al arco de enfrente de vez en cuando”. Presentados inmejorablemente, además, con el formato de orladas frases que no hacían más que aumentar las risas por los inesperados remates. Como uno es lo que es – “y no las etiquetas que nos ponen”-, no perdía la esencia cuando explicaba fundamentos del oficio durante la clase: “Cuando les hablo de desinhibirse no estoy diciendo que se pongan a mear en la calle, sino que se animen a preguntar. No tiene nada que ver ser tímido con hacer preguntas periodísticas para una nota”. Pero es también el que no se cansaba de repetir quinientas veces, si lo fuera necesario, que un periodista es una persona que cuenta historias. Que le cuenta el mundo al mundo, y nunca sacándole una fotocopia. Enseñó que un periodista cuenta con las palabras, con la ideología y con los ojos, pero sobre todo, con el corazón. “Sino qué sentido tiene”, inquiría con razón. “Pero pregúntense, pregúntense sino para qué carajo comunican”, reforzaba su concepto de la mejor manera, exigiéndole al alumno su participación. Siempre insistió en eso, en preguntarse, al cabo, lo esencial, lo que define al periodista. “No naturalicen las cosas. Éstas no son así, están así. Ustedes encárguense de desnaturalizarlas. Es lo que hablamos siempre de poner en cuestión las cosas. El periodismo es un oficio en donde más que tener respuestas, hay que tener preguntas. No dejen nunca de preguntarse, de conformarse con lo que ven, escuchan y leen. No son como esta silla que no puede pensar, entonces piensen y pregúntense por qué las cosas están como están. Además, uno se vuelve gente a través del propio interrogatorio”, explicaba y repetía con suma paciencia.

Una vez leí una frase del sociólogo francés Michel Peroni que decía: “¿Quiere promover la lectura? No enseñe nada, muestre su pasión”. Eso también hizo Ariel. Porque clase tras clase, en líneas generales, explicaba lo mismo, pero de diferente manera, todo para que, como él también promulgaba, “seducir”, en este caso, al oyente. “Un texto –aseguraba- es un ejercicio de seducción. La técnica con la que lo escriban será la que permita que enganchen al lector y lo inviten a leer la nota hasta el final. Háganse dueño del lenguaje, aprópiense, dominen la música de las palabras, del ritmo” Y sobre esto también enfatizaba al legitimar la repetición de términos: “repetir no quiere decir que esté mal, el tema es cuando ésto anuncia un hueco en la comunicación”. E insistía: “Encaren al texto como una sinfonía. Hagan música con él, aprovechen los múltiples recursos para lograrlo. Laburen excesivamente en nutrir el lenguaje, en encontrar mecanismos de construir focos más atractivos”. Y era la lectura el alimento primordial, el combustible, para lograr tal fin. “Sin incorporar conocimiento no se puede generar conocimiento. No leer es la manera más eficaz de no saber, de ayudarse a dejar de pensar. Leer justifica la vida, leyendo encuentran nuevos recursos, se educan en la sensibilidad. Lean caóticamente mucho y organizadamente mucho ¡Quémense las pestañas leyendo y luego muéranse! Total, todos acabamos igual, pero mientras tanto hagan algo útil”, cerraba entre serio y risueño.  

Otro tema del cual se encargaba de evitar las confusiones era el del empleo y el trabajo. “Un trabajo no necesariamente es un empleo. Ustedes trabajo van a tener siempre. Es más, a un periodista no lo define un empleo, por más cuantos que tenga, si no toma conciencia en cuanto quiere nutrirse. Uno no es donde escribe, ni siquiera lo define”. En sintonía a esto estaba la otra gran preocupación suya y de la escuela DeporTEA de poder aclarar: “Una palabra que tratamos de evitar acá es la de importante, aunque a veces se nos escapa. No existen medios más importantes que otros, periodistas más importantes que otros. Existen medios más masivos, periodistas que escriben en estos medios más masivos, pero ninguno es más que ustedes si escriben desde un blog personal y aportan a la comunicación desde ahí”. Pero, aclaraba, igual, que si las motivaciones con las que llegamos a la escuela eran las de entrar y conseguir uno de los trabajos considerados tradicionales era legítimo, pero que el periodismo es más que eso.

Varias frases más quedaron en nuestra retina, al menos en la mía. “Los medios siguen más efectos que causas, más personajes que procesos. Hay una creencia de que si uno sabe determinadas cosas ya es un periodista deportivo. No se trata, tampoco, de hacer una nota para que nos feliciten y nuestras tías tengan un orgasmo de niveles inconmensurables por ver nuestro nombre en el diario o en la tele. O ser amigo de un jugador y que este nos diga: ‘¿Qué hacés, fierita?”. Y volvía, insistía, retornaba a exhortarnos a romper con el pensamiento conjetural: “Estén todo el tiempo incomodándose, vivir ya te pone en situación de conflicto. Quédense con la mitad de la respuesta y vayan en busca de la otra mitad. Y sigan preguntándose luego, sigan leyendo, aunque tengan mil quilombos encima búsquense momentos para leer”. Afirmaba, también, como se dijo, que él no estaba capacitado para aprobarnos, que en realidad, y con razón, “son ustedes los que tiene que aprobarse a ustedes mismos. A mí no me deben nada”, mientras agregaba que nunca debíamos dejar de exigirnos crecimiento y no esperar a que otro venga a pedirnos trabajos. “La vida no tiene gracia si alguien les dice qué hay que hacer. Salgan y busquen. Mórfense al mundo. Sáquense los tics del alumno de 4° año de Química y pónganse un cohete en el culo. Escriban, equivóquense, prueben. Sin miedo. Escriban con la ideología, todo es ideología, no tengan miedo. Escriban con el corazón, no tiene sentido si los vomitan, y sino pregúntense por qué lo hacen. La hoja en blanco es algo a lo cual nos enfrentamos todos, desde Borges hasta Hemingway. Siempre estará latente la posibilidad de sucumbir a vomitar el texto, a sacárselo de encima, pero rómpanse las pelotas entrenando, buscando manejos de mejorar en el ejercicio”.

Por todo ello es imposible que no haya cumplido su misión, que no se considere un docente. La referencia a la pregunta que abre esta nota sobre cuándo fue que Arcucci se dio cuenta de que iba a ser periodista pertenece a una serie de entrevistas que hizo la Revista El Gráfico a algunas referencias, mayores o menores, de la profesión. Una de ella fue Ariel, quien, en un momento contestó: “Muchas notas me dieron y me dan placer. Creo que, en tren de elegir, los más placenteros son esos trabajos en los que la oportunidad de cambiar un pedacito del mundo se hace más nítida”. Eso hizo exactamente, también, durante este año en alguno de nosotros. Eso fue lo magnifico que nos legó Ariel. No sólo sus chistes, sus frases agradables, su envidiable dicción o sus conceptos sobre un periodismo limpio y sano.  No sólo nos cambió en algún sentido o nos ayudó a reforzar ciertas convicciones, sino que también nos inculcó ese mismo afán, y ahora forma parte de nuestras motivaciones, gracias a él, querer cambiar, aunque sea un poco, un pedacito de este mundo. Si eso no es ser docente… 

07 diciembre 2011

De lindo y bien.

Es eterno el dilema sobre qué es jugar bien o mal, y qué es lindo o feo en el fútbol. Incluso hay confusiones en las prioridades de búsqueda de cada uno. “A mi no me importa jugar lindo, sólo quiero ganar”, es la frase recurrente que proviene, curiosamente, de los técnicos, gente avezada del fútbol, según se supone. Hay que desterrar dos mentiras. Primero, no hay ningún técnico, ningún jugador en el mundo, absolutamente nadie que no quiera o no le importe ganar. Es imposible deportivamente. Incluso en el amateurismo, en el fútbol con amigos de los sábados, y hasta en tirar la piedrita en un lago. Les juro que si encuentran a alguien que quiera perder o empatar, regalo todo lo que tengo, dono absolutamente todo. Segundo y otra gran confusión en el fútbol: nadie tiene a lo lindo como intención, para nadie la estética en el juego forma parte de los objetivos de cara a un partido. Todos buscan ganar y nadie busca jugar lindo. Ni Cappa ni nadie. Entonces esa frase que se le escuchó decir a Simeone en la previa al partido contra Boca pero que igual se escucha cada fin de semana, harta y cansa por lo ridículo. Como bien dijo Latorre en el número de noviembre de Un Caño: “jugar lindo, que agrade a la vista y a la estética es la consecuencia de jugar bien. No es una búsqueda intencionada. A mí nadie me dijo: ‘entrá a la cancha y jugá lindo’. Es una mentira intencionada, impuesta a propósito para oponer dos maneras de ver el fútbol, que, si bien las hay (a grandes rasgos), no pasa por feo o lindo, sino por bien o mal. El propósito del entrenador no es jugar lindo”.

Entonces basta de machacarle a Falcioni que su equipo no jugaba lindo. Como si esa fuese la intención de algún técnico en el mundo. Por eso sorprende que aquella frase, con trampa escondida, provenga de los entrenadores.

Y fíjense que dije que nadie busca jugar lindo, no a nadie le gusta. Porque ¡a todos les gusta que su equipo juegue lindo! Es irrefutable eso también. Caso contrario sería decir: “a mí no me gusta esta milanesa riquísima”. Y a esto es a lo quería llegar, como en el caso de la milanesa, el uso que se le da a ambos adjetivos es personal. Entonces, qué es jugar lindo (lo mismo pasa con jugar bien), depende de las construcciones ideológicas, culturales y sociales previas de cada persona. Son muchos los factores que predisponen al ser humano a inclinarse por determinada forma de jugar como linda o buena. Por eso nunca se puede sentenciar o afirmar que tal equipo juega feo o mal sin desligarse de las percepciones propias. Porque es así.

Lo importante en el fútbol-ahora lo entendí-, como el juego que es, es entretener, que los protagonistas (internos y externos) disfruten. Es, en definitiva, despertar emociones. Entonces lo que yo pensaba que era jugar bien y lindo (se recuerda, dos cosas distintas) no son más que mis propias consideraciones sobre ello. Estuve leyendo lo contenta que se fue la gente de San Lorenzo por cómo jugó el equipo en la victoria ante Tigre en el Nuevo Gasómetro, y bueno, qué se le puede decir. Un equipo como Los Camboyanos (aquel conjunto de enjundia, tesón y garra de mediados de ’80) para ellos puede ser lindo. Porque esa lucha dentro de la cancha (llamado huevos por alguno, corazón por otros) le enciende el fuego interno, le despierta la pasión y entonces ve y dice qué bien cómo meten los pibes, qué lindo, por más que la bocha vuele desde el área bajando nubes en su recorrido. Es válido que llame a eso lindo. No compartible por algunos, pero válido, ¿por qué no? Tal vez el Barsa le aburre y aunque como observador de fútbol sepa darse cuenta de que su juego es uno de los más atildados del espectro mundial de la pelota, capaz no le parece lindo, no lo entretiene, no le despierta nada (aunque alguno al leer esto diga cómo que no. Sí, ¿por qué le tiene que despertar?).

Porque además, ¿quién sabe lo que es lindo? Ni siquiera los dictámenes mayoritarios alcanzan para definir que lo que hace es Barcelona, eso mismo, es lo lindo. Por más mayoritarias que resulten las opiniones. Mismo dilema para lo que es jugar bien. Cada uno tiene su ideal, pero de nuevo, si no existe una verdad absoluta, cómo saber qué es jugar bien. Y me refiero jugar bien en un análisis más profundo, porque obvio que atacar para el arco propio va a ser siempre jugar mal. A mí no me pareció que esta Uruguay campeona de la Copa América haya jugado lindo o haya jugado bien, salvo un poco en la final. Pero si a otro le pareció, ¿con qué tupé, sinceramente, puedo refutarlo? No coincidiré, que es otra cosa. Pero si eso le pone la piel de gallina, si eso le desprende una sonrisa de satisfacción, de disfrute, mientras lo ve, qué le voy a decir. Yo qué sé si eso no es lindo para él.

Y si otros quieren entrenar con pesas, pedir garra, trabar con la cabeza y buscar al nueve con pelotazos, yo voy a tener que confrontar, a lo sumo, y explicar que para mí es por eso que el fútbol hoy está como está y que la forma en como está es la que yo considero mala. Con este miedo a perder, con ambiciones recortadas, este futbol que desprecia la posesión y estima la verticalidad, de nulos desbordes, que confunde paciencia con estatismo, previsible…

¿Pero si otro piensa distinto? ¿Y si otro disfruta con poner el énfasis en lo físico y no en la pelota? ¿Y si le resulta una excitación de niveles inconmensurables ver a su equipo con la valla menos vencida de todos? ¿Y si es también ello, un motivo de orgullo pese a tener pocos goles a favor?, ¿qué le puedo decir yo? Con qué tupé, resalto, le tengo que decir que no puede estar contento porque su equipo no comulga con lo que yo considero que es jugar bien y lindo y me despierta emociones. Por qué voy a decir que ese tipo ve mal al fútbol, que lo entiende de manera equivocada. Si disfrutan con eso está perfecto que lo alienten, que lo celebren, que lo elogien y piensen que falta más de aquello para mejorar al fútbol argentino. Es lógico. Habrá miles que pediremos lo contrario y del otro lado también lo deberían entender como lógico. Ambos pedidos partirán de las construcciones previas que hacen que cada uno considere lindo juegos distintos.

Lo mismo ocurre con ser hincha de un club. No existe una razón para decirle al de Boca, River o Racing o el que sea que está equivocado en regalarle su amor a determinado escudo. Tampoco para objetarle a cualquiera que lindo no es trabar con fuerza permanentemente, correr mucho y pensar poco. Por más que uno piense y esté convencido de que eso no es lindo, no se lo puede objetar.

Al tratarse, como dije, de disfrutar, al jugador que veo en la pantalla revoleando la pelota le voy a pedir por favor que la baje en la próxima y que sí, si puede y no le es mucha molestia, se la pase a ese que está ahí al lado y usa la misma camiseta y a este otro, supongo, le pediré lo mismo para lo primordial: que pueda disfrutar y disfrutar según lo que yo considero lindo y bien. Nada más lógico y sencillo. Y cada uno reclamará y disfrutará con los de la pantalla o los de la cancha si éstos ejecutan lo que él considera bien y lindo, y sino no lo hacen, no hay ningún problema, porque, en definitiva, es simplemente un juego. Un juego que carece de una verdad absoluta en la cual apoyarse y por lo cual existen tan saludables y variados pensamientos.

04 diciembre 2011

Sin identidad, entrar a la Libertadores seguirá siendo un utopía

Independiente no pudo contra sus propias limitaciones y terminó empatando 1-1 ante los pibes de Newell’s. Pérez abrió la cuenta para el visitante en la primera etapa y el juvenil Martín Benítez con furibundo remate en el complemento puso el empate.



Independiente volvió a dejar una pálida imagen al empatar 1-1 ante Newell’s en el Libertadores de América. Precisamente en ese estadio que lleva el nombre de la obsesión de la que ya se va despidiendo. No sólo por los puntos, tan necesarios, sino por el juego que ofrece en el mismo campo, escenario antes, de majestuosas exhibiciones de fútbol. El equipo no contagia, no convence, no emociona. Independiente careció de ideas a la hora de atacar a un Newell’s plagado de pibes que lo respetó demasiado, porque, si se animaba un poco más podría haberse llevado un premio mayor. Así, entonces, el sueño de jugar el torneo continental se escapa fácil e inevitable.


Ramón Díaz había logrado en lo últimos partidos algo que Mohamed no: que Defederico jugara bien, que volviera al nivel que alguna vez mostró en aquel mítico y ya lejano Huracán de Cappa. Ante Newell’s, Defederico volvió a ser el que irritaba al hincha de Independiente por la intrascendencia. Durante todo el primer tiempo no apareció y el equipo lo sintió. Es que en realidad, todo el mediocampo falló en esa primera parte en la que desde el comienzo Newell´s salió decidio a buscar los tres puntos. Ya a los dos minutos probó Mateo con un disparo desde afuera del área que se fue alto, y Urruti, en la jugada siguiente, recibió solo en la puerta del área pero fue atorado rápidamente por Gabbarini que impactó con el delantero y obligó a la entrada de los médicos.

Independiente cometía dos grandes riesgos. Defendía en línea y muy cerca de Gabbarini, demasiado replegado. Así, cuando Newell’s presionaba quedaba en evidencia su fragilidad. Para colmo, ni Vallés ni Maxi Velázquez explotaban las bandas. Estaba la intención pero fallaban en la concreción. A los 7 minutos nuevamente Mateo probó desde lejos e Independiente que seguía sin salir.


Recién a los 10 se acercó al arco defendido por Peratta pero con un tiro de Julián Velázquez desde extremadamente lejos. Innecesario y sin sentido. Newell’s mermó en la presión e Independiente encontró en eso la oportunidad para buscar más la valla rival. Pero estaba demasiado apurado y dividía la pelota constantemente. El más activo era Benítez que se lamentaba por la ausencia de socios, principalmente de Defederico. Independiente confundía paciencia con estatismo. En ese contexto llegó el gol de Newell’s a los 17 minutos. Pérez avanzó y le ganó en el anticipo a Milito, tiró un taco y el rebote en Julián Velázquez le volvió a él. Ya dentro del área chica, levantó la cabeza, lo vio a Gabbarini y sin dudar sacó el remate cruzado y a media altura. 1-0 y delirio de la poca gente rosarina y de su técnico Cagna que se ilusionaba con cortar la racha, a esa altura, de 12 partidos sin victorias.


Pérez insinuó con tomar la batuta del equipo con un par de jugadas y un fortísimo remate desde afuera del área que puso en aprietos a Newell’s pero al poco tiempo su incidencia se apagó. A partir de ahí, entre las impericias de Independiente y la poca audacia de Newell’s, el partido ganó en bostezos. Reclamos desde la tribuna para los mediocampistas de Independiente (Godoy y Pellerano, principalmente) que todas las pelotas las jugaban para atrás. Recién a los 36 minutos el Rojo pisó fuerte el área de Newell’s. Tras un corner, Maximiliano Velázquez cabeceó solo y la pelota dio en el travesaño. El rebote le quedó al otro Velázquez, Julián, y tapó igual Peratta, y luego Maxi, de vuelta y sobre la línea, la tiró por encima del arco. Increíble. Independiente buscaba el empate con empuje, sin argumentos. Evidencia incuestionable esta de que Defederico no aportaba mucho. Encima, casi sobre el final Newell’s ampliaba la ventaja con otro escape de Pérez que Milito no pudo evitar.


La gente despidió al equipo con silbidos y pedía un cambio para el segundo tiempo. Y éste pareció llegar. Ramón Díaz metió a Pato Rodríguez, y a Fredes por Pérez y Pellerano para aunarle al equipo más audacia, más ambición. La idea era que el Pato encarara por izquierda y Fredes le diera más juego a ese doble cinco que ahora compartía con Godoy. El complemento comenzó entonces con más llegadas, haciéndose entretenido y de ida y vuelta. Y el fruto llegó recién a los 5 minutos. Pato Rodríguez encaró por izquierda y ubicó solo en el centro a Martín Benítez, el juvenil de 17 años que estaba jugando su segundo partido en la máxima categoría (el primero como titular). El pibe recibió y sin pensar demasiado sacó un terrible disparo que se coló en el ángulo superior ante la impotente estirada de Peratta. Un derechazo que no sólo sirvió para el empate sino que también tendrá el sabor de los recuerdos inolvidables para este misionero por el que bien apostó Ramón Díaz. Dos minutos más tarde Parra recibió de Defederico en la puerta del área, la quiso colocar y la pelota se fue besando el poste. Se juntaron los habilidosos por un momento y el clima cambió. Quedando claro una vez más que el fútbol es una cuestión de ánimo, de contagio. Pero eso sólo fue. Porque ese contagio poco a poco se fue disipando e Independiente volvió a la intrascendencia del primer tiempo. Huérfano de ideas y de una idea clara en la cual refugiarse.


Una tijera de Falcone pasó cerca y otro remate desde lejos, nuevamente de Mateo, intranquilizó al local. A los 20 minutos Ramón Díaz hizo el último cambio al meter a Brian Nieva por el pibe Benítez, quien se fue despedido con una ovación que quedará en la retina de su memoria, seguramente, por mucho tiempo. Qué mejor que esos aplausos y ese sonido tan cálido de miles de voces juntas coreando un mismo nombre pudiera recibir un pibe que recién está dando los primeros pasos en Primera de una carrera de la que todos auguran que será promisoria. En fin, con la ida de Benítez se fue también el fútbol en Independiente. Pato inquietó con un gran tiro desde lejos que bien contuvo Peratta, pero era eso, nomás, chispazos y apariciones fugases. El resto, jugadas de poca consistencia, nulo volumen.




Parecía que sobre el final, cuando el partido ganó en emoción producto de numerosas oportunidades de gol en los dos arcos, se lo pudo llevar Independiente con esos dos remates por parte de Defederico y de Rodríguez, pero una victoria no hubiera cambiados los conceptos. El empate había llegado en un momento de contagio. La urgencia de Independiente antes de pensar en ingresar a esa Libertadores cada vez más lejana y utópica debería ser encontrar una identidad, un estilo. Esas cosas básicas que son cómo defender, cómo atacar, por dónde y con quienes. Con qué ritmo, con que frecuencia o intensidad. Son buenas las intenciones de Ramón Díaz de ir probando juveniles de cara al próximo torneo. Porque en este que ya se acaba, (a Independiente le queda visitar a San Lorenzo –probablemente ese jueves- y recibir en la última fecha a Tigre) pocas veces se pudo advertir un patrón de juego. Hace tiempo que está Díaz en la conducción y no pudo imprimirle su idea futbolística. Entonces pensar en entrar o no a la Libertadores, hoy suena como una zanahoria, como una meta para mantener en vilo las motivaciones. Pero al margen de eso, que es bueno y saludable, habría que perfeccionar la búsqueda de una identidad. Eso que ni ante los pibes de Newell’s pudo encontrar.

29 noviembre 2011


Antes que todo, hay que decirlo porque sino pareciera que se sostiene otra cosa: este Boca campeón no jugó mal, lo hizo bien. No lindo pero sí bien. Y esto es lo que busca cualquier entrenador, desde Cappa hasta Falcioni. Y disculpen la generalización pero si hay un técnico que busque jugar mal, favor de avisar. ¿Qué Boca fue un poco amarrete en su búsqueda ofensiva? Puede ser, pero en un fútbol como el de la Argentina ya basta con tener una identidad (sea la que fuera), un estilo, y respetarlo siempre, para que se lo reconozca al equipo como a un justo campeón. Se justifican todas las loas que vaya a recibir ante Banfield. No las desmedidas, no las triunfalistas que nacen y florecen únicamente por terminar en la tabla en lo más alto de todo. Esas no. Esas son las del hincha que idealiza, la del medio que exagera y dice que el campeón siempre es el que juega perfecto. Pero de todas formas a Boca hay que felicitarlo y Boca tiene que recibirlas con orgullo pero también agradecerle al resto de los 19 equipos -con contadas excepciones (Tigre, Vélez…)- por hacerle tan fácil el camino al título con sus pobres propuestas.

Decíamos que Boca juega bien, pero igual podría jugar mejor. Sabe qué tiene que hacer y lo lleva a la práctica, pero en ese qué tiene que hacer se guarda cosas. Boca emociona desde el resultado, desde la pasión que despierta conseguirlos dentro de una competencia con tanto público como es el fútbol argentino, pero podría hacerlo también desde el juego. Máxime con la tranquilidad y estabilidad con la que comenzó el campeonato y la poca resistencia de sus adversarios. Nunca terminó de dar ese paso de más que lo hubiera catapultado al rincón de los equipos inolvidables. Y cuidado, porque no tiene nada de malo no sentirse atraído por esto último. Boca quiso ser campeón y a eso fue, aunque se ahorrara bondades.

El primer paso bien dado fue darle continuidad a Falcioni. No porque Falcioni especialmente la mereciera sino porque todo técnico necesita su tiempo de trabajo. No puede ser que si en seis meses no se es campeón o se pierden tres partidos seguidos haya que cambiar de rumbo. Por suerte la dirigencia no cayó, porque encima Falcioni estuvo a punto de hacerlo durante el Clausura de este año, pero el clásico ganado y una buena racha final le permitieron sostenerse. Hoy se ven los frutos de respetar un trabajo.


A Boca también lo ayudó, y muchísimo, la mediocridad de sus rivales. Esto no es su culpa, claro, pero, tuvo la suerte de no encontrar resistencia alguna. Ni siquiera de parte de los escoltas y eso, sumado a las victorias encadenadas fortaleció el ánimo de una manera tal que dio tanta confianza, tanta tranquilidad, que empezó a sentirse imbatible. Eso fue lo que le pasó a Boca. Con tranquilidad todo es mucho más fácil. A veces los medios que se quejan de que no se ve un buen fútbol son los mismos que atentan contra lo que piden. Con eso de poner constantemente en la cuerda floja a los técnicos, de remarcar culpables, se crea un clima tan infeliz que después es lógico que el jugador la reviente para arriba. Proliferan los miedos, las presiones. Boca se salvó de ello. Tal vez haya sido porque la mayoría de los focos estuvieron puestos en River y lo morboso y atractivo que resultaba su andar en la B.

Boca encontró una identidad rápido. Algo primordial y en lo cual algunos clubes no pueden hacerlo durante todo un campeonato. Por eso se ve el fútbol que se ve. Con Riquelme en cancha en las primeras fechas se consolidó como equipo, comenzó a imponerse cada vez antes los rivales, que, de manera proporcional, fueron temiéndole más y más. Luego fueron los resultados y ese envión anímico producto de aquellos el que permitió que la máquina no se resquebrajara ante la ausencia del 10. El equipo ya creía en sí mismo. Perdió jerarquía, desde luego –varios compañeros lo señalaron-, pero no presencia. Fue un equipo más frontal, con menos volumen de juego, que aprovechaba las primeras ocasiones de gol y luego se dedicaba a cuidar la ventaja, dependiendo, además, de raptos individuales de Mouche o el Pochi Chávez en ataque o algún centro que Blando o el delantero de turno pudiera aprovechar.

Pero igual hay que volver con lo mismo: ningún ningún equipo le propuso mucho a Boca y eso, aunque del lado de la Ribera le quiten relevancia, fue fundamental. Recibió un respeto que por momentos parecía exagerado, desmedido. Rivales como Lanús o Belgrano que se entregaron en la cancha sin siquiera luchar como si el de enfrente fuera el Barcelona. A medida que pasaban los partidos Boca fortalecía cada vez más su ánimo, se la creía en el buen sentido, ratificaba la frase de Bianchi (“una victoria llama a otra victoria”), y amparado en ella fue inhibiendo a los adversarios por imposición de nombre y haciendo nada más que lo justo y necesario, porque en este campeonato de propuestas tan bajas, a Boca, con eso, le bastaba.

“Mi idea es no sufrir en defensa, manejar los tiempos del partido y ser eficaces”, pregonaba Falcioni sobre su equipo ideal cuando llegó al club. Un punto clave desde el que se parte para explicar este Boca es el de la solidez defensiva. Explicada fácilmente desde la llegada de Orión a un arco de cuestionamientos constantes tiempo atrás y de Schiavi a la defensa. Es cierto que Schiavi contagió y potenció a los demás, a Insaurralde y compañía, pero no es sólo eso, porque el ex Newell’s mismo fue el que anticipaba también, era él el que rechazaba cuanto esférico merodeaba las áreas propias. Contagió y potenció, pero también actuó y acaso esto fue más importante que aquello. Roncaglia tuvo un campeonato consagratorio, con casi nulas fisuras. Insaurralde mucho más ordenado y menos caótico que antes y Clemente explotó toda su capacidad en los costados al punto tal que alcanzó la titularidad en la Selección.

Otra aclaración: los envidiables cuatro goles en contra no fueron sólo obra y gracia de los defensores y de Orión. Todo el equipo es el que contribuyó para tal inverosímil cifra. Fue una tarea en conjunto. Empezando por los delanteros. Viatri en su momento, Blandi luego, Cvitanich, fueron –como se dice- los primeros defensores. Así mismo lo apuntó Riquelme en el diario Olé: “Para que el equipo esté así, Viatri y Cvitanich tuvieron mucho que ver. Para que se hable maravillas de Schiavi, Insaurralde, Roncaglia y Clemente, fue necesario que Lucas esté en camilla y Cvitanich se haya desgarrado tres veces. Terminaba muerto, pobrecito. Si los puntas dejaran de jugar, para los defensores sería difícil, al Flaco (Schiavi) se le complicaría el Burrito Martínez con pelota dominada”.

Fundamental fue también Leandro Somoza. Junto con Schiavi e Insaurralde formaba un triangulo de contención impenetrable. El costado derecho (Roncaglia-Rivero) aportaba para su tarea y por la izquierda, Erviti se quedaba a auxiliarlo ante las subidas de Clemente (el único lateral con sorpresa). Boca antes sufría ante los ataques contrarios. Ahora cuando perdía la posesión, todo el equipo pasaba la línea de la pelota automáticamente, achicando las líneas y presionando al rival. Esa fue otra costumbre del conjunto de Falcioni: todos trataban de asfixiar la salida contraria moviéndose como un equipo compacto, mandando, además, dos jugadores encima del que tenía la pelota. La recuperación silenciosa que ejecuta también el Barcelona, aunque claro, de otro nivel y eficacia.

Pero todo lo meritorio que tenía en ese aspecto le fallaba un poco cuando debía crear juego. Sin Riquelme fue un equipo vertical, frontal, que atacaba por inercia y sin pensar demasiado. Es cierto que mejoró en la transición defensa a ataque y trataba de imponer esa idea en todas las canchas pero llegaba poco y cuando convertía parecía conformarse y dedicarse sólo a mantener esa ventaja hasta el final. No es que se refugiaba, pero aminoraba la búsqueda. Ya no había afán por aumentar el resultado. Por eso es que tuvo poco goles a favor. No es que no podía convertir más, no quería. Y acá es cuando vuelve a ingresar la subjetividad y los gustos. Era legítima la ambición ofensiva recortada del equipo, aunque no guste a todos. No había ningún derecho a reprocharla más no sea para aprender de fútbol. Boca hacía eso y así le iba bien.


Con Riquelme el equipo manejaba mejor los partidos. Román es, precisamente, un administrador de ritmos, un maestro de la transición. Al ganar en precisión el equipo y tener más pausa, también, era más veloz aunque suene contradictorio. Simeone declaró una vez ante una ausencia de Riquelme que Boca sería más dinámico y veloz. Cuanto menos, la afirmación resulta extraña, discutible e invita a cuestionamientos conceptuales: ¿qué es la velocidad en el fútbol? ¿Es correr más rápido o es manejar los ritmos según los tiempos y los espacios en el terreno? ¿Es tener piernas que puedan avanzar la mayor cantidad de metros posibles en la menor cantidad de tiempo posible o es hacer que la pelota viaje a uno o dos toques de un sector a otro de la cancha? Esto último hacía Riquelme en el equipo y en esto último consiste la velocidad en el fútbol.

Pero bien, marcábamos antes el enorme avance defensivo, ya sea desde la tenencia de la pelota o desde el achique de líneas, pero arriba tuvo un déficit que pocas veces pudo resolver. Cvitanich y antes Viatri en el comienzo del campeonato no atacaban los espacios ni provocaban desmarques que rompieran líneas. Ambos tenían la tendencia de bajar a pedir la pelota en la puerta del área y de espaldas al arco en lugar de ir a buscarla al espacio libre, centralizando así, los ataques. Boca no generaba circunstancias para llegar al gol, no las provocaba, pero sí las aprovechaba. En ese sentido fue muy eficaz y trató de mantener esa característica hasta el final. Como todo, ya alcanzaba para lograr el objetivo.

Eso fue Boca: un equipo pero con jugadores que, sacando a Riquelme, se aferraban prolijamente a un libreto, e interpretaban su papel a la perfección, (Clemente como lateral que pasaba al ataque, Roncaglia como central que se cerraba para conformar la línea de tres cuando aquel incursionaba en campo contrario, lo mismo Erviti juntándose con Somoza… etc). De adelante hacia atrás y viceversa, las líneas se movían juntas y compactas. Mucho había que hurgar entre ellas para encontrar alguna grieta en la cual ocasionarle algún daño.

Para Falcioni un equipo que defiende bien es la base del éxito. Trabajó (más bien practicó, ejercitó; no debería usarse la palabra trabajar en un juego como el fútbol) mucho para lograrlo. El paso siguiente debería ser soltarse un poco más, tener más fluidez, mayor ambición ofensiva. Porque podía tenerla, pero no quiso. Y es legítimo, se insiste. Hubiese sido interesante ver qué pasaba con Boca si Vélez no hubiera perdido a sus figuras o si Racing hubiera sido más ambicioso.

Fue un justo campeón porque no hubo ningún otro equipo que pudiera arrebatarle el trono, pero como bien marcó Latorre, en el contexto de un torneo mediocre: “Uno a veces le otorga a un equipo, dentro de un fútbol pobre, por afán de ser sensacionalista, méritos desmedidos, y se da un derroche de elogios. Entonces, cuidado con las exageraciones. El campeonato argentino es un campeonato desopilante. El torneo que viene, por ejemplo, lo puede ganar cualquiera por eso no hay que ser tan sentencioso”. Y cuidado, ese “lo puede ganar cualquiera” no hay que entenderlo como una virtud de nuestro torneo, como si fuese el más emocionante del mundo porque todos pueden ser campeón, como algunos técnicos lo presentan. Es un punto negativo que cualquiera pueda ser campeón. Cualquiera puede serlo porque ninguno tiene una identidad, ninguno se anima a jugar, ninguno busca un estilo, y aquel club que, por alguna loca razón, se le ocurre mantener a un técnico, mantener un plantel, encontrar una idea, un estilo, se termina imponiendo. Boca hizo eso. Mantuvo a su técnico, buscó y encontró un estilo rápidamente y lo trató de mantener en todas las canchas. Habrá quienes no adhieran al mismo, pero por lo menos algo buscó. Y tan sólo por eso se justifica que se lo califique como un justo campeón. Por algunas virtudes propias y por las abundantes limitaciones de sus adversarios.

22 noviembre 2011

Decime qué te importa

Según como están las cosas, parece bastante peluda. Hay que ganarle por goleada a Chopper y esperar un manco importante de Mango y otro también catastrófico de Los Piratas para salvarse de la Promoción por la diferencia de gol. Es decir, sería una hazaña. Y aunque Delirio está acostumbrado a las paradas importantes, verdaderamente sería una epopeya salvarse de la Promoción si Mango gana porque habría que rezar por un cataclismo de Los Piratas. En fin, ya es tarde.

Pero a ver, decime o preguntate más bien a vos mismo, clases de Adrián Paenza aparte, ¿qué te importa a vos si Mango gana y prácticamente ya no quedan chances? Decime, qué te importa, qué te cambia. Si lo único que vos querés es jugar al fútbol. Es correr con la pelota en los pies portando en el torso simplemente dos colores: el rojo y el blanco y en forma de bastones. Si a vos lo único que te importa es jugar y tocar con el del al lado, ese que además de tu compañero de equipo, es tu amigo. Y qué te importa, volvé a pensar, si Mango gana. Quién se cree Mango que con su hipotética victoria te puede cambiar el ojo de tu objetivo del sábado.

Toca y asiste, baja y se muestra. Qué le importa al 15 si Mango consigue tres puntos. Más bien le preocupa a Murphy y forma parte de su pensamiento central que ya se acaba el campeonato, que ya los partidos con Delirio en este año son cada vez menos. Eso le preocupa, eso es lo que verdaderamente le importa. No si Mango gana. Este año, pese a las continuas derrotas, a los seguidos sinsabores, yo le vi y sé que vos también, una sonrisa plena de satisfacción, llena de alegría, cada vez que en la previa de un partido peloteaba con sutileza y precisión a Matías. Esa ilusión sana de que ese día, ese partido, la racha iba a cambiar. También los vi así a vos y a todos, y del mismo modo sufrí la contratara. Viví los momentos de congoja, de frustración, de desesperación por no entender por qué los triunfos resultaban esquivos, porque los palos se empeñaban en instar puteadas de enojo absoluto. Y eso, esa tristeza posterior, ese ánimo bajo con el que luego transitaste como muerto en la semana, sabés bien qué significa: que la puta madre, viejo, ¡que vaya si querés a Delirio! ¡Vaya si lo amás! ¡Vaya si sentís en lo profundo, calando bien hondo, una derrota! Entonces por todo eso, en serio, qué mierda te va a importar si Mango gana.

Qué te importa, de verdad. No hace falta. Encará este partido ante los pobres de Chopper con las mismas ganas, con el mismo anhelo que encaraste todas las fechas de este torneo que ya se va. Hacé como Juan, si querés. Descartá las pulseritas mágicas y las cintas shock en la nariz, eso sí, pero preparate el día anterior las medias. Prolijamente colocalas en la mesa de tu cuarto. Acomodá el pantalón al lado. Si deseas, hacé que combine con los colores que tanto te emocionan, y doblada o desplegada toda, sumá la camiseta. Mirala primero un rato, contemplala. Mirá el escudo. Si no sos vivo como Eche y no dibujaste las estrellas sobre la tela, bueno, no importa, pero recordalas. Son cuatro: 2008 Promesas y boleto a la C; 2009 Campeón de la C y ascenso a la B; 2010 Campeón de la B y memorable consagración en la A.

Acordate de que ese es tu pasado. Y de los tuyos. Juntos lo construyeron. También es de Diego, hoy alentando desde EEUU, y de Burdi, el inclaudicable y enorme luchador Burdi. Jugá por ellos también, más vale. Toda esa gloria es tuya y de todos ustedes. Entonces mirá la camiseta y que no te avergüence si una lágrima le pide permiso a tu pupila para emanar al exterior y recorrer despacio tu cachete. Porque ningún sentimiento sincero puede ser motivo de vergüenza. ¡Más bien al contrario! Es lo que te decía antes, ¡qué otra muestra más que esa de que amas con tus fibras más intimas a Delirio!

Mirá, imaginate, suponé, pensá, si a los de Mango les pasase algo semejante. Seguro que no. Y como es no, que ganen su partido, que hagan los que quieran, lo que se les cante. Total lo importante, esa unión inquebrajable que tiene Delirio, ese Delirio que te incluye, ese Delirio que vos formás, de verdad, seguro que no la tienen. Entonces que ganen y hagan lo que quieran.

Vos salí a ganar por todo lo dicho. Porque querés honrar a Delirio aunque ya no queden chances. Porque hasta en un amistoso lo harías igual. Es esa camiseta, con sus bastones blancos y rojos, con su escudo de bordes rectos, la que te impulsa a buscar la gloria. Y si en un amistoso en Pipas o en donde sea es así, imagínate en un partido oficial, por los puntos, en un partido en donde además lo jugás con tus amigos. Por todo eso es que resulta ínfimo pensar y preocuparse por lo que haga Mango.

Y capaz que si salís con esa actitud de siempre, con ese amor a tu equipo, conmoves al destino y éste hace que los hechos, sorpresiva y nuevamente, se pongan del lado de Delirio. Del Delirio que conformás y lo único que quiere es que llegue el sábado para jugar al fútbol y traumatizar a Chopper con una verdadera lección de lo que es un equipo.

16 noviembre 2011

La prioridad pasa por otro lado


“Insiste e insiste con lo mismo Sabella. Siempre Sosa. ¿por qué no llama a Augusto Fernández que corre 180 metros por partido?”. El desaforado reclamo por el jugador de Vélez lo escucho de un compañero mío en la facultad que se desligó completamente de su rol de periodista y se encarnó en el típico hincha que exige (no sugiere) y siempre sin fundamentos. Cuestionar al técnico de turno es una costumbre más antigua que la Biblia. No se sabe por qué, pero alguien que no pertenece propiamente dicho al mundo del fútbol se cree más capaz que el que sí lo está, como Sabella. Y si uno le pregunta: “¿Vos te pensás que sabés más que Sabella que trabaja de eso y todo el tiempo debe estar analizando variantes?” Contesta que no, que obvio que no, que más que Sabella o cualquier otro técnico no. Pero aún así critica y propone convencido de que si cumplen su pedido Argentina va a ser campeona mundial. Es risueño casi, sinceramente.

Sosa no es mal jugador. Tampoco lo es Guiñazú, ni Braña u otros tantos cuestionados. Incluso Demichelis. Malos no son. Así que detenerse en el tema de los nombres para explicar los desencantos o los malos rendimientos es perder el tiempo. Aclarado esto, pasemos al tema del esquema, a la estrategia, acaso el punto más criticable al menos para quien esto escribe. Los grandes equipos son aquellos que tienen una identidad fácilmente detectable, visible, y no sólo la muestran en todos los encuentros sino que además la imponen. Barcelona es el caso cumbre. Los conjuntos de Bielsa, sino, otro ejemplo. Hasta ahora, Argentina no sólo no pudo imponer su idea, sino que ni siquiera se sabe cuál es. Se acepta la razón de que cada rival es diferente y es este el que determina, a veces, ciertas modificaciones en el modulo táctico. Pero lo de Argentina ya es demasiado. Cambia sistemas y cambia estratégicas y como bien marcó Fernando Pacini antes del partido contra Bolivia: Variar de sistema táctico, acomodando cada línea dependiendo del rival y de las complejidades propias de cada juego, suele verse positivamente, como una expresión de versatilidad y pragmatismo. Una cosa es corregir y adaptar en función de cada escenario, pero partiendo siempre de un molde conceptual, y otra diferente, es que el cambio constante sea el molde. Y aún cuando sea inevitable cambiar demasiado, es mejor que el futbolista no sea plenamente consciente de las muchas variantes; no transferirle la angustia de explorar lugares desconocidos.”

Si uno se fija en los distintos equipos usados en la eliminatoria va a notar que nunca repitió a la defensa. Que contra Chile pobló el mediocampo con Sosa, Braña y Banega; luego ante Venezuela eligió a Sosa, Zabaleta, Mascherano, Rojo y Di María (en ese polémico sistema 3-5-2); contra Bolivia jugaron Gago, Mascherano y Álvarez; y ayer contra Colombia, Sosa, Braña, Mascherano y Guiñazú. Es decir, siempre se paró un equipo de acuerdo al rival de enfrente y no de acuerdo a una idea uniforme de juego.

Entonces, esto es lo que fundamentalmente hay que definir ahora. Podrán sugerirse otros mil nombres más para cada puesto. Cada argentino tiene sus gustos. Braña o Banega o Gago o Mascherano o Rinaudo o… Todos son buenos y del mismo modo válidos. Pero con este o con aquel el foco no debería cambiarse puesto que con cualquiera de los nombrados Argentina debería imponerse ante el rival. Por eso, es detenerse en algo insignificante, o al menos, no tan relevante como la definición de un estilo de juego. Una vez resuelto esto, ahí sí ver cuál nombre es más apto o útil que otro. Pero nombrar jugadores por nombrar, como mi pasional compañero de facultad, hay que aclarar, que absolutamente no lleva a nada. 


13 noviembre 2011

El Principito que no tuvo tiempo de reinar




Me encuentro en un estado de consternación total. Todavía no lo puedo creer. ¿Por qué Guido? ¿Por qué le tocó a él partir? Si era un chico joven de apenas 22 años, oriundo de Las Parejas, Santa Fe, y un futuro por delante enorme, descomunal debido a sus maravillosas condiciones…

Cuando recibí la noticia se me paralizaron todos los sentidos. Prendí la radio y lo primero que oí fue la palabra muerte. ¿De quién? Y ahí tu nombre. Me golpeó como no creí que lo hiciera. Lo lloré, con lágrimas reales, como si de un familiar se tratara. Tanto que recurrí desesperado a rezar un rosario, a ofrecerte una oración que valiera. Sinceramente, es muy doloroso todo esto. Es espantoso. Horrible. Difícil de aguantar y soportar. Uno desea que salga alguien al televisor a decir que no, que es mentira, que nada de lo que se dijo es verdad, que Guido Falaschi está mal pero no muerto, que todavía no nos dejó y seguro dentro de pronto se va a recuperar y va a volver a subirse a un Ford para correr en TC, feliz, o en la categoría que fuera. Siempre a bordo del volante, dando cátedra, auténtico, haciendo lo que más le gusta.

La única vez que lo vi en vivo a Falaschi fue el año pasado cuando vino a la escuela DeporTEA a dar un seminario junto con Silva y otra chica joven. Prometía mucho. Todos marcaban y le auguraban un futuro descomunal. Fue sancionado con no poder participar de las dos primeras fechas de la Copa de Oro por una dudosa maniobra en la última fecha de la Etapa Regular en Paraná y ni chistó. Efectivamente tenía el suspensor roto cuando chocó y dejo fuera de la carrera a Diego Aventín (el hijo de Oscar, el presidente de la categoría) pero no chistó. Aceptó el castigo y se preparó para la vuelta. No decepcionó. Hoy, el triste domingo 13 de noviembre de 2011, en Balcarse, iba segundo con su Ford, detrás de Mauro Giallombardo, en busca de la victoria cuando ocurrió lo peor. El despiste, el impacto contra esas gomas sueltas que no ofrecieron seguridad, Ortelli y el golpe en la trompa y el más duro después de Girolami cuando salió de la nube de humo y se encontró con Falaschi de frente, sin tiempo de evitar el colapso fatal.

Golpea mucho. No hay exageración en esto. Sólo Jesús y la oración son el único refugio seguro ante tal desgarradora noticia. Ojalá que Dios, María y los ángeles ya lo estén recibiendo con sus brazos calurosos, llenos de amor sincero e incomparable. Y él al verlos, feliz, con su cara de adolescente y hombre de bien, sonriendo y con el casco de carrera bajo el brazo, fuera hacia ellos ya tranquilo. Sin las pulsaciones frenéticas, sin el ruido arrollador de los motores, sin una pista maltrecha, sin las malditas gomas sueltas que le costaron la vida. Ya sin nada de este mundo. Ya feliz, ojalá estuviera allá. Ese es el consuelo que nos queda a los que hoy lloramos a Guido Falaschi, el terrible piloto que apodaban Principito y lamentablemente no tuvo tiempo para reinar.

11 noviembre 2011

¿Por qué tantos tropiezos juntos, Argentina?

Casi igual al de la Copa América. El partido ante Bolivia fue casi igual. El desarrollo todo. Con una Argentina que comenzó tranquila, moviendo la pelota en los primeros minutos sin decidirse a atacar y una Bolivia resguardada a más no poder. Línea de cuatro con dos laterales como Clemente Rodríguez y Zabaleta que subían permanentemente aprovechando los movimientos de Ricky Álvarez y Gago, quienes se cerraban para gestar desde allí. Era necesario tener mucha paciencia para no desesperarse en caso de que el gol no llegara temprano. Por que esa era la pregunta que se imponía: ¿cuánto demoraría la Selección en quebrar el marcador?, y en el mismo sentido, ¿cuánto aguantaría Bolivia? Tal cual. Idéntico al partido inaugural de la Copa que terminó siendo esquiva.

Argentina hacía las cosas mal. Tenía la pelota, la abría, la pasaba pero sin saber bien qué hacer con ella. Messi se retrasaba e iba hacia el medio y entonces Zabaleta se quedaba sin compañía por el andarivel derecho ya que Gago por la banda no andaba. ¿La consecuencia? Pocas situaciones de gol en esos primeros 20 minutos regalados. Argentina había confundido paciencia con estatismo y algunos murmullos leves comenzaron a oírse de las poco pobladas tribunas del Monumental.

El vicio del tocar por tocar. Sin ideas, sin buscar espacios, sin cambio de ritmo en el último tramo. Tocar para mantener la posesión pero hasta ahí. Ninguna gambeta para desequilibrar, ningún remate desde media o larga distancia. Intolerable escenario el que brindaba la Selección. Hasta que se animó Bolivia, y se acercó al campo de Argentina. Hubo falta y tiro libre para el visitante que no tuvo un final feliz. Messi, de contra, se escapó con la pelota y fue. Explotó y dejó rivales viéndole el número de la camiseta. En la puerta del área, un poco tirado a la derecha, la soltó para Higuaín mientras caía derribado por un defensor. El jugador del Real Madrid recibió y con un derechazo cruzado venció al arquero Carlos Arias. Pero no. El grito máximo quedó ahogado porque el árbitro Carlos Vera (Ecuador) retrotrajo la jugada por falta previa a Messi. Increíble. Los jugadores argentinos se iban sumando a protestar, a tratar de encontrar una explicación razonable a tal inédito fallo. Ni siquiera maquilló su equivocación el juez cobrando offside de Higuaín. No, efectivamente cobró falta al astro blaugrana y anuló el gol argentino.

Pero fue negocio que Bolivia se viniera. Porque ahí vinieron las emociones y ese gol que fue pero que no. Demasiado resguardado antes Bolivia, se le hacía imposible a Argentina penetrar. Imposible, al menos, si seguía tocando con esa desidia y con tan poca rebeldía. La gente, impaciente, comenzaba con los silbidos y a mostrar su enfado ante la actuación del seleccionado que los representaba. Bárbaro Gago por izquierda, toca con Messi y este se equivoca al seguir y no descargar rápido con Álvarez que estaba sólo para el gol. El capitán siguió con la individual y terminó sacando un débil disparo en incómoda posición. Pastore con un remate que es tan malo que en vez de salir por la línea de meta, lo hace por el lateral. Pero a la jugada siguiente el jugador del PSG se repuso con un caño sublime y un posterior tiro que dio en el inoportuno palo derecho. Higuaín hace otro gol pero vuelve a maldecir el sonido del silbato indicando que no, que otra vez no, que para el gol todavía falta. Parecía que poco, que ese tanto anulado por partida doble dentro de poco iba a llegar. Messi y Pastore alternando de bandas, moviéndose libremente, rompiendo con la rigidez del molde, jugando para Argentina y dándole la profundidad que antes escaseaba. La gente de pie, advirtiendo las ganas de los futbolistas, el cambio de actitud.

Tuvo aproximaciones pero todas estuvieron dilapidadas por la impresión. Así se fue la primera mitad. Con un balance deficiente. En el día en que las Cataratas del Iguazú fueron declaradas una de las siete maravillas naturales del mundo, la Argentina decepcionaba. Ya no se pedía una catarata de goles para el segundo tiempo, con uno o dos alcanzaba.

Argentina debía rebelarse contra la rigidez del sistema táctico. Cuando lo hizo, fue cuando mejor jugó. Gambetear para romper la defensa. El tiro de larga distancia como recurso. Más audacia, más decisión, más juego.

A los 10 minutos de comenzado el complemento, encima, Demichelis falló y Moreno Martins no perdonó. Le robó la pelota al defensor y enganchó, primero para allá y después para acá, le quedó para la zurda y demolió el arco con furibundo remate al ángulo. Pasaba a ganar ¡Bolivia! en el Monumental. Desesperado Argentina fue en busca de la igualdad. Lo tuvo Pastore con una pelota que lo sorprendió en el área chica. A los 13 sale Álvarez y entra Lavezzi, quien, all minuto siguiente, metió una diagonal bárbara y tras recibir de Messi, con su zurda la puso, inatajable, contra el palo derecho de Arias. 1-1 y alivio en el banco de Sabella. El jugador del Nápoli fue el repulsivo que necesitaba la Selección ante tanta parsimonia, tan poca percepción de que faltaba atacar más, con más decisión.

Pero nunca hubo juego. Si en el primer tiempo algo se intentó, acá en el segundo ni siquiera eso. Messi ya no apareció en el juego como antes. Tuvo sí, varias chances de anotar el segundo (una chambonada en el círculo central del área que se fue desviado y otro remata en la puerta del área tras sensacional jugada maradoniana, propia de su sello, arrancando por derecha y dejando rivales impotentes en el camino). Lavezzi de cabeza y sobre el final. Desviado. Gutierrez casi en contra en el minuto 44’, Pastore a los 45 y a los 47. No había caso.

Un triunfo, de todas formas, no hubiera cambiado los conceptos. Este es otro cachetazo más. Otra actuación para repensar qué es lo que está sucediendo con la Selección. Clemente Rodríguez fue el más aplaudido por la gente. Acaso todo un mensaje que viene a derrumbar los prejuicios de que los que juegan afuera son más que los de acá. ¿Por qué Zabaleta y no Pillud? ¿Por qué Demichelis y no Velázquez? Preguntas que uno hace desde un escritorio y que Sabella, hombre sabio, seguro se hizo. Si son estos los que están, por algo será. Pero sorprende igual porqué siempre se cometen fallas en defensa.

Argentina es un combinado de jugadores que juegan al pase. Pero al pase por el pase mismo, sin movimientos. Cuando no hay movimientos no hay sorpresa. Y cuando no hay sorpresa se es entonces previsible y así jamás se podrá romper defensas cerradas como presentó Bolivia hoy y muchos más lo harán en su visita a Buenos Aires o en donde sean que a partir de ahora se jueguen las Eliminatorias en el país. La gente pidió también a Riquelme, ese tipo de jugador cerebro que tanto le gusta a Sabella. No se trata tampoco de proponer nombres. Se suponía, se pensaba que con estos alcanzaban. Es decir, vino Bolivia. Y pese al habitual discurso de que ya no se gana con la camiseta, las diferencias son notorias. Entonces, ¿por qué, Argentina, por qué tantos tropiezos juntos?

22 septiembre 2011

¡Primavera Roja!






La foto es fenomenal. Acaso el testimonio gráfico más inmejorable de la alegría vivida por los jugadores de Independiente en su periplo por Rafaela para disputar la 8° fecha del Apertura 2011. Hace eso que tanto desea, salta Milito luego de la victoria por 3-1 y su regocijo es igual que el de Parra o Argachá. O hasta más, porque nadie dentro del plantel, seguramente, debe sentir esos colores como el capitán.

Ese a que últimamente el periodismo le dio duro, a veces con razón, debido al bajo nivel con el que volvió de Europa. Hizo bien, entonces, Ramón Díaz en no incluirlo en el manojo de cambios que realizó en el once titular luego de la derrota ante Belgrano en Córdoba. Porque además el Mariscal tuvo una chance de convertir y gritar su primer gol tras la vuelta en un corner durante el primer tiempo. Saltó más alto que todos y apareció por el hueco justo para poner un testazo demoledor que el joven arquero de Atlético, Sara, despejó de manera espectacular. Se agarró la cabeza el 18, incrédulo miró al cielo y se lamentó. Para colmo, en la siguiente jugada de riesgo, Parra convierte en lícita posición pero anulan el gol por considerar lo contrario. Pero pronto llegaría la revancha, fierrazo de Nuñez desde fuera del área mediante. A los 21 minutos del primer tiempo del 21 de septiembre, el Rojo se ponía en ventaja y le alegraba la tarde a este cronista que justo, también, cumplía 21. Inmediatamente, sesenta segundos después llegó el 2-0, por obra de Brian Nieva, el joven delantero de, sí, 21 años.

Tanto número 21 flotaba en el ambiente que no eran pocos los que aventuraban un gol del local para que el marcador reflejara, en cierta forma, la cifra protagonista. Y llegó nomás. Tras varios intentos, fue finalmente Nicolás Castro el que pudo vencer al arquero de Independiente, Fabián Assmann (de 21 como dorsal). Luego llegó el gol de media cancha de Ferreyra y el delirio de la postal final.

Milito, feliz, sumando a la ronda a Parra, tomándolo desvergonzadamente de los pelos. Para que dale, entrá, vení y sumate, vení y salta con nosotros, parece decirle el capitán con esa sincera sonrisa de desahogo. Atrás, igual de chispeantes, y con la mueca de alegría dibujada en el rostro, vienen Nuñez e Ivan Pérez. Los brazos bien abiertos y la unica intención de formar parte de ese grupo de compañeros que poco a poco irá creciendo. Independiente se siente a gusto con la unión. Podría ser un mensaje. Un mensaje para todos. Para los hinchas que no merecen tal clasificación, para los genuinos, desde luego, y para los dirigentes que entregan declaraciones confusas y acotadas sobre ciertos temas. O tal vez no. Tal vez no es un mensaje para nadie y simplemente quieren juntarse a festejar el triunfo, el 3-1 sobre uno que buscaba sumarse a la punta del torneo.

Sea como fuere, allí están. Saltando y delirando, desbordados por la insuperable satisfacción de ganar en Primera, por el deber cumplido, también, por haberle devuelto a Independiente, aunque más no sea por ese día, aunque sea tan sólo por un rato, su condición de equipo ganador. Será que los 21 de septiembre son así. Repletos de alegrías y deseos cumplidos. Como los del capitán, o los de quien esto escribe.

22 agosto 2011

De excusas y autocríticas

“Rescato la actitud de los muchachos. Me voy conforme porque hubo actitud y el equipo demostró que quiere salir adelante. Quisimos ganar pero lamentablemente los fallos arbítrales no nos favorecieron y así se hace difícil”.


Declaraciones como esas por parte de los técnicos un vez acabado un partido ya son comunes en el fútbol argentino. Se rescata “la actitud de los muchachos” aún cuando éstos hayan jugado a no jugar (“somos conscientes del rival que tenemos enfrente”). Aún cuando hasta el que sabe poco de fútbol pero algo sabe se da cuenta desde la tribuna que el problema no fue ni el arbitraje ni la actitud, sino por no respetar la simple máxima de pasarle la pelota a los de la misma camiseta. Pero claro, si por lo menos se rescata “la actitud de los muchachos” quiere decir que el equipo “tiene ganas de salir adelante” y que además “vamos a trabajar más en la semana”. Y si no se acusa al árbitro como al principal impedimento para haber ganado, la excusa es que el otro equipo se tiró demasiado atrás o se dedicó “sólo a pegar”. Por eso cuando un equipo juega mal, en vez de admitirlo se apela a la siempre oportuna “rescato la actitud de los muchachos”.
La saludable postura de hacer autocrítica no es una actitud que escasea sólo en el fútbol. En otros ámbitos también, por supuesto, pero es para destacar, no obstante, cuando hay técnicos que marcan una excepción y recurren de vez en cuando a ella. “Tuvimos un bajo rendimiento y me voy preocupado. No me gustó nada cómo jugó el equipo. Los neutralizamos la mayor parte del partido pero le cedimos la iniciativa. Rafaela nos llevó a su juego y terminó ganándonos bien”, reconoció sin problemas el técnico de All Boys, José Romero, un entrenador que, por cierto, también se ha mostrado diferente a sus colegas en otras facetas. Ayer su equipo perdió de local ante Atlético Rafaela luego de ponerse en ventaja al minuto de comenzado el encuentro. Por supuesto, Romero admitió también que no supieron aprovechar la rápida ventaja en el marcador. No así pensó su dirigido Agustín Torassa: “No es de llorón pero ganaron con un gol fortuito”. Sería bueno que cuando a All Boys le toque ganar de esa manera (si es que se cierta lo afirmado por Torassa), el propio futbolista admita ante los micrófonos la razón del triunfo.

Otro equipo que no ganó en lo que va del campeonato es Godoy Cruz, el prolijo club de Mendoza que ya se asentó en Primera. Su técnico, Jorge Da Silva, pocas veces se escudó en excusas cuando los rendimientos fueron flojos. Ni la derrota de ayer ante Tigre por 2-1 lo indujo a caer en ellas. “Me hago responsable de todo. Pagamos muy caros nuestros errores. Tenemos que dejar de jugar a los pelotazos, así no vamos a lograr nada”, se sinceró el entrenador uruguayo. Honestidades como estas le hacen bien al fútbol argentino.
Omar Asad, el entrenador de San Lorenzo, se había quejado hace dos fechas del planteo ultra cauteloso con el que Lanús lo derrotó en el Nuevo Gasómetro. “Puso dos micros atrás. Esos planteos le hacen mal al fútbol”, despotricó el Turco al mismo tiempo que aseguraba que él iba a salir a atacar a todas las canchas. La fecha pasada fue su equipo el que ganó como Lanús a ellos. Venció a Estudiantes en La Plata atacando poco y aprovechando una ráfaga de lucidez de Emmanuel Gigliotti y Gabriel Méndez. Lo previsible: en ningún momento se refirió a ello Asad, y es más, hasta duplicó la puesta afirmando que la victoria “fue justa”.

Como se dijo, no sólo en el fútbol es que escasea la autocrítica. Tal vez a los entrenadores les molesta cuando este llamado de atención proviene del periodismo, pero deberían saber que también aquí es necesaria reflexionar sobre los modos de actuar. Tampoco se pretende que cuando sus equipos jueguen mal, lo admitan ante los micrófonos. No es necesario. Con que la autocrítica aparezca en algún momento, ya es suficiente. Después que sea en la intimidad o de manera pública, es una nimiedad. Pero cuando ocurre en lo segundo, vale destacarlo como noticia.

09 agosto 2011

Hablar sin rubor ni autocrítica

OPINIÓN
Por Sebastián Etcheberry


Ya es común en el fútbol argentino. Las famosas declaraciones cruzadas. Siempre a través de los medios, siempre por medio de un micrófono, un grabador o lo que fuere y casi siempre igual, desafiantes, con promesas de venganzas inentendibles y nunca de frente. Hay salvedades, por suerte, que merecen aplausos.

“Me pareció mal lo que hizo Mattera, fue de poco maduro. Me lo podría haber dicho de frente y adentro del vestuario”, dijo Matías De Federico ayer sobre unas viejas declaraciones del secretario general de Independiente en las que acusaba al jugador de haber venido “de vacaciones”. Al margen de que el futbolista tenga o no razón en reclamarle a Mattera frontalidad, en parte se equivoca, ya que, ¿qué está haciendo él? ¿Respondiéndole de frente, diciéndole su opinión sobre esos dichos en privado, en el vestuario, o a través de los medios? De Federico cayó en lo mismo que le disgustó del directivo. Tampoco hay que ser tan categóricos contra los protagonistas del fútbol, porque, en definitiva, es el periodismo el culpable de tantas polémicas. Porque esto hay que decirlo, es el periodista el que provoca a veces estos cruces dialécticos, el que hace que declaraciones que deberían pronunciarse en privado se hagan en público. Si el cronista no le preguntaba a De Federico sobre esos dichos de junio, la respuesta “quiero taparle la boca a todos”, agresiva, desafiante, tampoco hubiera existido. También depende de De Federico aprender a usar las palabras y a manejarse ante las preguntas de los medios que buscan polémica. Lo ideal sería que el tema acabe acá, o que siga, pero que el público no se entere de su final, que siga pero en el ámbito que corresponde.

Por otro lado, en otra disputa verbal andan involucrados el técnico de San Lorenzo, Omar Asad, y el de Lanús, Gabriel Schurrer. No obstante, éstas son de otro calibre ya que apuntan a planteamientos futbolísticos. “Lanús puso dos micros atrás. Esos planteos le hacen mal al fútbol”, apuntó Asad tras la derrota del domingo. A lo que Schurrer, tocado por el comentario de su colega, replicó: “Yo entiendo que la manera de tapar sus limitaciones es fijarse en los demás, pero esto es largo y cuando acabe el torneo veremos cómo termina uno y otro en la tabla de posiciones y qué equipo genera más fútbol y cuál no”.

Tendrá razón Asad, tal vez, en que un planteo defensivo, por más legal y lícito que sea, atenta contra el espectáculo del fútbol (un deporte que se juega), pero, lamentablemente, Schurrer también tiene todo su derecho a no respetar esa norma. Lo preocupante en todo esto es la pica constante a través de los medios, siempre presos estos a ir en busca de la declaración más picante, la que más devoluciones, más réplicas del mismo tono pueda obtener. La postura de De Federico de reclamar fontalidad y luego hacer todo lo contrario a lo que él mismo critica, el pedido exagerado de Julio Barraza de que Pompei “deje de dirigir en el fútbol argentino porque su soberbia es detestable”.


Tiene que entender el Turco Asad que eso, entre otras cosas, obvio, es lo que le hace mal al fútbol. También le hace mal al fútbol el maleducado, inaceptable e indefendible escupitajo del “hincha” de Olimpo a Riquelme. Y el jugador de Boca se resignó a decir: “La gente esta acostumbrada a hacer estas cosas en nuestro país. No pasa nada. Así estamos”. Quién sabe si piensa otra cosa internamente de ese hincha. Algún que otro motivo para enfadarse con lo que vivió tiene. Lo saludable es que ese pensamiento no haya sido título de ningún diario. Hay que agradecerle entonces a Riquelme, por volver a mostrarse diferente al resto.

30 julio 2011

Los conceptos de Gambetita Latorre

Estoy viendo el partido entre México y Argentina por la primera fecha del Grupo F. Es el Mundial Sub 20 de Colombia, lo pasan por Fox Sports, como siempre. El que comenta es Latorre. Hay, de repente, cambio en el equipo azteca. Sale un jugador supuestamente encargado de la creación por uno “de marca” para mejorar en la obstrucción del juego argentino. Es ahí cuando Latorre habla y comienza a apuntar lo relativo del asunto. Poner un jugador etiquetado de los que corren o marcan no garantiza mejor robo de pelota. A veces, incluso, jugar con dos creativos puede ser más efectivo que utilizar a los especialistas del quite. Porque en el fútbol, hurtarle el instrumento de juego al contrario es una tarea grupal, integral, de conjunto. Que tiene que ver, entre otras cosas, con el achique de espacios, con la presión bien ejercida, planteando las líneas bien juntas… Y para eso no se necesitan jugadores que se tiren a trabar, o eximios en el anticipo. Ayudan claro, pero su solo ingreso no garantiza una mejor defensa. Es una confusión muy común, especialmente en el área del periodismo que cuando se ve ingresar a uno de marca por un creativo se afirma que el equipo va a mejorar en ese momento en la obtención de la pelota. Y no es así. No es porque ingresó aquél jugador. Tiene que ver con lo antes apuntado.

Mirá las fotos del Mundial Sub 20
El ahora jugador de Roma fue el autor del único tanto del partido.
Fútbol directo
Otro de los conceptos que volcó Latorre fue con respecto al fútbol directo. Con este modo de jugar se le está faltando el respeto al elemento más esencial del fútbol: la sorpresa. Sin movilidad no se puede distraer al rival para meter la puntada en el momento justo y deseado. Jugando siempre igual, con la misma fórmula, con todas pelotas largas es imposible prosperar. No lo va a hacer nunca. Con la salvedad, claro, de los arrebatos individuales que con su puro talento maquillan esta realidad. Prescindiendo de esos imponderables casos, el equipo que usa el fútbol directo como propuesta y no como recurso esporádico es imposible que prospere. Argentina sufrió este déficit gran parte del partido, especialmente en el primer tiempo. Lamela no tuvo un socio con quien juntarse, y por eso decidió apostar a incursiones solitarias o a meter pelotazos largos para Ferreyra, el único delantero neto. Sin sorpresa es imposible inquietar, y sin movilidad es imposible la sorpresa.

21 julio 2011

La prensa nacional

Un nuevo desencanto azotó a Argentina. La selección nacional de fútbol se quedó afuera de la Copa América en cuartos de final al perder por penales ante Uruguay. Ahora el debate se centra en dirimir, como bien dijo Marcelo Gantman, si lo del conjunto del Checho Batista fue “fracaso”, “frustración” o “desilusión”. Una pelea semántica que distrae de lo importante y aporta sólo ganas de discutir.

Los periodistas argentinos, Niembro a la cabeza, no se cansan de elogiar a Uruguay. Que es un equipo de verdad, armado, con todas las letras, que Argentina debería imitar ese espíritu de unión y nacionalismo, que cuenta con un grupo sin egoísmo y demás cuestiones… Todas ciertas e irrefutables, pero, ahora… futbolísticas ni hablar. Se destaca a veces, con justicia, el juego de Forlán, al incansable Suárez y algunas otras virtudes de los dos Pereira. Pero listo. Seamos claros, Uruguay no es un equipo que te llene los ojos ni mucho menos, y si me animo a arriesgar, no merece ganar la Copa. Pero las reglas del juego indican que al que pasó de ronda hay que elogiarlo, y entonces se buscan cosas para explicar a éste Uruguay finalista.

En el mismo lado anda Paraguay. ¡Un equipo que no ganó un solo partido en esta copa, que no hizo goles ni en los cuartos ni en la semifinal y que encima juega mal y mereció haber perdido tanto contra Brasil como contra Venezuela! Increíble pero real: sin meter goles ni ganar un solo encuentro el equipo de Martino es finalista y el domingo define el título contra este “genial” Uruguay de Tabárez.
Luis Suárez, con 3, es junto a Agüero, el goleador de la Copa América.

No quiero hablar sobre la devaluación del nivel de juego en esta Copa o los increíbles ribetes imprevistos que tiene el fútbol, siempre proclive a dar sorpresas. Decía que los periodistas no se cansan de alabar a Uruguay y de una forma directamente proporcional denostan a Argentina. Y esto va para estos periodistas que admiran tanto a Uruguay. ¿Saben qué dijo el Maestro Tabárez hace poco?: “Los uruguayos no pensamos más en que ser segundos es un desastre”. ¿Escucharon? ¿Por qué no copian eso y se ponen a bajar ese mensaje? No hay que decir que lo de Argentina fue un fracaso porque no pasó cuartos de final. No sé si es un fracaso o no porque no sé qué es fracaso primero, pero como dije de Gantman al principio, es distraerse en rotulaciones inútiles. Porque Argentina perfectamente podría haber eliminado a Uruguay (ya sea durante el partido-porque hubo chances- o bien en los penales) y luego haber hecho lo mismo con Perú (aunque no lo sé, pero tengo la sensación de que a Perú Argentina le ganaba) y ya estaría en la final. ¿Qué tal? Ahí seguramente estos elogios a Uruguay no existirían porque se habría ido en cuartos y en cambio abundarían las felicitaciones para Argentina. Porque es así, al que pasa de ronda hay que elogiarlo, y si se puede, ensalzarlo aún más, y aquel desastre que no pasó, tiene que dejarse de pavear y comenzar una reconstrucción urgente con la subsiguiente renovación de jugadores.

Tal vez en Argentina sea necesaria, o tal vez no, no lo sé. Sabrá el Checho que por algo es el técnico y los conoce por dentro. Lo que quiero decir, simplemente, es: basta de "qué bárbaro Uruguay". Qué bárbaro, si querés, cómo lleva el grupo, lo bien que se llevan entre sí, qué humildes. Y está bien. Copiemos esas cosas, dale. Pero si llega a salir campeón no vendan a un Uruguay fabuloso. Las crónicas de los diarios del día siguiente seguramente dirán: “Uruguay continúa escribiendo su página de oro, un equipo sólido, luchador (estas dos adjetivaciones son imprescindibles y dan una imagen de un equipo difícil de ganarle. Ergo, se van a usar en los textos) que de la mano de Tabárez le ganó a los soberbios y se coronó campeón”.

Y miren si el que gana es Paraguay. Esta Paraguay que no ganó un solo partido, que no metió un gol desde la fase de grupos, que difícilmente se le puedan contar más de cinco remates al arco… Sea como fuere, se le buscará la forma en las redacciones o en las transmisiones para seguir criticando a la selección. Repito, no sé si con justicia estas criticas, pero lo que sí está claro es la infantil razón: porque no pasó de cuartos de final. Si pasaba estaba todo bien. Pero no pasó, y entonces vamos a darle. Y si agrando a los rivales también achico a la Selcción, entonces vamos y elogiemos a Uruguay, elogiemos a Paraguay..

Así estamos en la prensa nacional.

Roman Exquisito


MONTENEGRO 10

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