29 noviembre 2011


Antes que todo, hay que decirlo porque sino pareciera que se sostiene otra cosa: este Boca campeón no jugó mal, lo hizo bien. No lindo pero sí bien. Y esto es lo que busca cualquier entrenador, desde Cappa hasta Falcioni. Y disculpen la generalización pero si hay un técnico que busque jugar mal, favor de avisar. ¿Qué Boca fue un poco amarrete en su búsqueda ofensiva? Puede ser, pero en un fútbol como el de la Argentina ya basta con tener una identidad (sea la que fuera), un estilo, y respetarlo siempre, para que se lo reconozca al equipo como a un justo campeón. Se justifican todas las loas que vaya a recibir ante Banfield. No las desmedidas, no las triunfalistas que nacen y florecen únicamente por terminar en la tabla en lo más alto de todo. Esas no. Esas son las del hincha que idealiza, la del medio que exagera y dice que el campeón siempre es el que juega perfecto. Pero de todas formas a Boca hay que felicitarlo y Boca tiene que recibirlas con orgullo pero también agradecerle al resto de los 19 equipos -con contadas excepciones (Tigre, Vélez…)- por hacerle tan fácil el camino al título con sus pobres propuestas.

Decíamos que Boca juega bien, pero igual podría jugar mejor. Sabe qué tiene que hacer y lo lleva a la práctica, pero en ese qué tiene que hacer se guarda cosas. Boca emociona desde el resultado, desde la pasión que despierta conseguirlos dentro de una competencia con tanto público como es el fútbol argentino, pero podría hacerlo también desde el juego. Máxime con la tranquilidad y estabilidad con la que comenzó el campeonato y la poca resistencia de sus adversarios. Nunca terminó de dar ese paso de más que lo hubiera catapultado al rincón de los equipos inolvidables. Y cuidado, porque no tiene nada de malo no sentirse atraído por esto último. Boca quiso ser campeón y a eso fue, aunque se ahorrara bondades.

El primer paso bien dado fue darle continuidad a Falcioni. No porque Falcioni especialmente la mereciera sino porque todo técnico necesita su tiempo de trabajo. No puede ser que si en seis meses no se es campeón o se pierden tres partidos seguidos haya que cambiar de rumbo. Por suerte la dirigencia no cayó, porque encima Falcioni estuvo a punto de hacerlo durante el Clausura de este año, pero el clásico ganado y una buena racha final le permitieron sostenerse. Hoy se ven los frutos de respetar un trabajo.


A Boca también lo ayudó, y muchísimo, la mediocridad de sus rivales. Esto no es su culpa, claro, pero, tuvo la suerte de no encontrar resistencia alguna. Ni siquiera de parte de los escoltas y eso, sumado a las victorias encadenadas fortaleció el ánimo de una manera tal que dio tanta confianza, tanta tranquilidad, que empezó a sentirse imbatible. Eso fue lo que le pasó a Boca. Con tranquilidad todo es mucho más fácil. A veces los medios que se quejan de que no se ve un buen fútbol son los mismos que atentan contra lo que piden. Con eso de poner constantemente en la cuerda floja a los técnicos, de remarcar culpables, se crea un clima tan infeliz que después es lógico que el jugador la reviente para arriba. Proliferan los miedos, las presiones. Boca se salvó de ello. Tal vez haya sido porque la mayoría de los focos estuvieron puestos en River y lo morboso y atractivo que resultaba su andar en la B.

Boca encontró una identidad rápido. Algo primordial y en lo cual algunos clubes no pueden hacerlo durante todo un campeonato. Por eso se ve el fútbol que se ve. Con Riquelme en cancha en las primeras fechas se consolidó como equipo, comenzó a imponerse cada vez antes los rivales, que, de manera proporcional, fueron temiéndole más y más. Luego fueron los resultados y ese envión anímico producto de aquellos el que permitió que la máquina no se resquebrajara ante la ausencia del 10. El equipo ya creía en sí mismo. Perdió jerarquía, desde luego –varios compañeros lo señalaron-, pero no presencia. Fue un equipo más frontal, con menos volumen de juego, que aprovechaba las primeras ocasiones de gol y luego se dedicaba a cuidar la ventaja, dependiendo, además, de raptos individuales de Mouche o el Pochi Chávez en ataque o algún centro que Blando o el delantero de turno pudiera aprovechar.

Pero igual hay que volver con lo mismo: ningún ningún equipo le propuso mucho a Boca y eso, aunque del lado de la Ribera le quiten relevancia, fue fundamental. Recibió un respeto que por momentos parecía exagerado, desmedido. Rivales como Lanús o Belgrano que se entregaron en la cancha sin siquiera luchar como si el de enfrente fuera el Barcelona. A medida que pasaban los partidos Boca fortalecía cada vez más su ánimo, se la creía en el buen sentido, ratificaba la frase de Bianchi (“una victoria llama a otra victoria”), y amparado en ella fue inhibiendo a los adversarios por imposición de nombre y haciendo nada más que lo justo y necesario, porque en este campeonato de propuestas tan bajas, a Boca, con eso, le bastaba.

“Mi idea es no sufrir en defensa, manejar los tiempos del partido y ser eficaces”, pregonaba Falcioni sobre su equipo ideal cuando llegó al club. Un punto clave desde el que se parte para explicar este Boca es el de la solidez defensiva. Explicada fácilmente desde la llegada de Orión a un arco de cuestionamientos constantes tiempo atrás y de Schiavi a la defensa. Es cierto que Schiavi contagió y potenció a los demás, a Insaurralde y compañía, pero no es sólo eso, porque el ex Newell’s mismo fue el que anticipaba también, era él el que rechazaba cuanto esférico merodeaba las áreas propias. Contagió y potenció, pero también actuó y acaso esto fue más importante que aquello. Roncaglia tuvo un campeonato consagratorio, con casi nulas fisuras. Insaurralde mucho más ordenado y menos caótico que antes y Clemente explotó toda su capacidad en los costados al punto tal que alcanzó la titularidad en la Selección.

Otra aclaración: los envidiables cuatro goles en contra no fueron sólo obra y gracia de los defensores y de Orión. Todo el equipo es el que contribuyó para tal inverosímil cifra. Fue una tarea en conjunto. Empezando por los delanteros. Viatri en su momento, Blandi luego, Cvitanich, fueron –como se dice- los primeros defensores. Así mismo lo apuntó Riquelme en el diario Olé: “Para que el equipo esté así, Viatri y Cvitanich tuvieron mucho que ver. Para que se hable maravillas de Schiavi, Insaurralde, Roncaglia y Clemente, fue necesario que Lucas esté en camilla y Cvitanich se haya desgarrado tres veces. Terminaba muerto, pobrecito. Si los puntas dejaran de jugar, para los defensores sería difícil, al Flaco (Schiavi) se le complicaría el Burrito Martínez con pelota dominada”.

Fundamental fue también Leandro Somoza. Junto con Schiavi e Insaurralde formaba un triangulo de contención impenetrable. El costado derecho (Roncaglia-Rivero) aportaba para su tarea y por la izquierda, Erviti se quedaba a auxiliarlo ante las subidas de Clemente (el único lateral con sorpresa). Boca antes sufría ante los ataques contrarios. Ahora cuando perdía la posesión, todo el equipo pasaba la línea de la pelota automáticamente, achicando las líneas y presionando al rival. Esa fue otra costumbre del conjunto de Falcioni: todos trataban de asfixiar la salida contraria moviéndose como un equipo compacto, mandando, además, dos jugadores encima del que tenía la pelota. La recuperación silenciosa que ejecuta también el Barcelona, aunque claro, de otro nivel y eficacia.

Pero todo lo meritorio que tenía en ese aspecto le fallaba un poco cuando debía crear juego. Sin Riquelme fue un equipo vertical, frontal, que atacaba por inercia y sin pensar demasiado. Es cierto que mejoró en la transición defensa a ataque y trataba de imponer esa idea en todas las canchas pero llegaba poco y cuando convertía parecía conformarse y dedicarse sólo a mantener esa ventaja hasta el final. No es que se refugiaba, pero aminoraba la búsqueda. Ya no había afán por aumentar el resultado. Por eso es que tuvo poco goles a favor. No es que no podía convertir más, no quería. Y acá es cuando vuelve a ingresar la subjetividad y los gustos. Era legítima la ambición ofensiva recortada del equipo, aunque no guste a todos. No había ningún derecho a reprocharla más no sea para aprender de fútbol. Boca hacía eso y así le iba bien.


Con Riquelme el equipo manejaba mejor los partidos. Román es, precisamente, un administrador de ritmos, un maestro de la transición. Al ganar en precisión el equipo y tener más pausa, también, era más veloz aunque suene contradictorio. Simeone declaró una vez ante una ausencia de Riquelme que Boca sería más dinámico y veloz. Cuanto menos, la afirmación resulta extraña, discutible e invita a cuestionamientos conceptuales: ¿qué es la velocidad en el fútbol? ¿Es correr más rápido o es manejar los ritmos según los tiempos y los espacios en el terreno? ¿Es tener piernas que puedan avanzar la mayor cantidad de metros posibles en la menor cantidad de tiempo posible o es hacer que la pelota viaje a uno o dos toques de un sector a otro de la cancha? Esto último hacía Riquelme en el equipo y en esto último consiste la velocidad en el fútbol.

Pero bien, marcábamos antes el enorme avance defensivo, ya sea desde la tenencia de la pelota o desde el achique de líneas, pero arriba tuvo un déficit que pocas veces pudo resolver. Cvitanich y antes Viatri en el comienzo del campeonato no atacaban los espacios ni provocaban desmarques que rompieran líneas. Ambos tenían la tendencia de bajar a pedir la pelota en la puerta del área y de espaldas al arco en lugar de ir a buscarla al espacio libre, centralizando así, los ataques. Boca no generaba circunstancias para llegar al gol, no las provocaba, pero sí las aprovechaba. En ese sentido fue muy eficaz y trató de mantener esa característica hasta el final. Como todo, ya alcanzaba para lograr el objetivo.

Eso fue Boca: un equipo pero con jugadores que, sacando a Riquelme, se aferraban prolijamente a un libreto, e interpretaban su papel a la perfección, (Clemente como lateral que pasaba al ataque, Roncaglia como central que se cerraba para conformar la línea de tres cuando aquel incursionaba en campo contrario, lo mismo Erviti juntándose con Somoza… etc). De adelante hacia atrás y viceversa, las líneas se movían juntas y compactas. Mucho había que hurgar entre ellas para encontrar alguna grieta en la cual ocasionarle algún daño.

Para Falcioni un equipo que defiende bien es la base del éxito. Trabajó (más bien practicó, ejercitó; no debería usarse la palabra trabajar en un juego como el fútbol) mucho para lograrlo. El paso siguiente debería ser soltarse un poco más, tener más fluidez, mayor ambición ofensiva. Porque podía tenerla, pero no quiso. Y es legítimo, se insiste. Hubiese sido interesante ver qué pasaba con Boca si Vélez no hubiera perdido a sus figuras o si Racing hubiera sido más ambicioso.

Fue un justo campeón porque no hubo ningún otro equipo que pudiera arrebatarle el trono, pero como bien marcó Latorre, en el contexto de un torneo mediocre: “Uno a veces le otorga a un equipo, dentro de un fútbol pobre, por afán de ser sensacionalista, méritos desmedidos, y se da un derroche de elogios. Entonces, cuidado con las exageraciones. El campeonato argentino es un campeonato desopilante. El torneo que viene, por ejemplo, lo puede ganar cualquiera por eso no hay que ser tan sentencioso”. Y cuidado, ese “lo puede ganar cualquiera” no hay que entenderlo como una virtud de nuestro torneo, como si fuese el más emocionante del mundo porque todos pueden ser campeón, como algunos técnicos lo presentan. Es un punto negativo que cualquiera pueda ser campeón. Cualquiera puede serlo porque ninguno tiene una identidad, ninguno se anima a jugar, ninguno busca un estilo, y aquel club que, por alguna loca razón, se le ocurre mantener a un técnico, mantener un plantel, encontrar una idea, un estilo, se termina imponiendo. Boca hizo eso. Mantuvo a su técnico, buscó y encontró un estilo rápidamente y lo trató de mantener en todas las canchas. Habrá quienes no adhieran al mismo, pero por lo menos algo buscó. Y tan sólo por eso se justifica que se lo califique como un justo campeón. Por algunas virtudes propias y por las abundantes limitaciones de sus adversarios.

22 noviembre 2011

Decime qué te importa

Según como están las cosas, parece bastante peluda. Hay que ganarle por goleada a Chopper y esperar un manco importante de Mango y otro también catastrófico de Los Piratas para salvarse de la Promoción por la diferencia de gol. Es decir, sería una hazaña. Y aunque Delirio está acostumbrado a las paradas importantes, verdaderamente sería una epopeya salvarse de la Promoción si Mango gana porque habría que rezar por un cataclismo de Los Piratas. En fin, ya es tarde.

Pero a ver, decime o preguntate más bien a vos mismo, clases de Adrián Paenza aparte, ¿qué te importa a vos si Mango gana y prácticamente ya no quedan chances? Decime, qué te importa, qué te cambia. Si lo único que vos querés es jugar al fútbol. Es correr con la pelota en los pies portando en el torso simplemente dos colores: el rojo y el blanco y en forma de bastones. Si a vos lo único que te importa es jugar y tocar con el del al lado, ese que además de tu compañero de equipo, es tu amigo. Y qué te importa, volvé a pensar, si Mango gana. Quién se cree Mango que con su hipotética victoria te puede cambiar el ojo de tu objetivo del sábado.

Toca y asiste, baja y se muestra. Qué le importa al 15 si Mango consigue tres puntos. Más bien le preocupa a Murphy y forma parte de su pensamiento central que ya se acaba el campeonato, que ya los partidos con Delirio en este año son cada vez menos. Eso le preocupa, eso es lo que verdaderamente le importa. No si Mango gana. Este año, pese a las continuas derrotas, a los seguidos sinsabores, yo le vi y sé que vos también, una sonrisa plena de satisfacción, llena de alegría, cada vez que en la previa de un partido peloteaba con sutileza y precisión a Matías. Esa ilusión sana de que ese día, ese partido, la racha iba a cambiar. También los vi así a vos y a todos, y del mismo modo sufrí la contratara. Viví los momentos de congoja, de frustración, de desesperación por no entender por qué los triunfos resultaban esquivos, porque los palos se empeñaban en instar puteadas de enojo absoluto. Y eso, esa tristeza posterior, ese ánimo bajo con el que luego transitaste como muerto en la semana, sabés bien qué significa: que la puta madre, viejo, ¡que vaya si querés a Delirio! ¡Vaya si lo amás! ¡Vaya si sentís en lo profundo, calando bien hondo, una derrota! Entonces por todo eso, en serio, qué mierda te va a importar si Mango gana.

Qué te importa, de verdad. No hace falta. Encará este partido ante los pobres de Chopper con las mismas ganas, con el mismo anhelo que encaraste todas las fechas de este torneo que ya se va. Hacé como Juan, si querés. Descartá las pulseritas mágicas y las cintas shock en la nariz, eso sí, pero preparate el día anterior las medias. Prolijamente colocalas en la mesa de tu cuarto. Acomodá el pantalón al lado. Si deseas, hacé que combine con los colores que tanto te emocionan, y doblada o desplegada toda, sumá la camiseta. Mirala primero un rato, contemplala. Mirá el escudo. Si no sos vivo como Eche y no dibujaste las estrellas sobre la tela, bueno, no importa, pero recordalas. Son cuatro: 2008 Promesas y boleto a la C; 2009 Campeón de la C y ascenso a la B; 2010 Campeón de la B y memorable consagración en la A.

Acordate de que ese es tu pasado. Y de los tuyos. Juntos lo construyeron. También es de Diego, hoy alentando desde EEUU, y de Burdi, el inclaudicable y enorme luchador Burdi. Jugá por ellos también, más vale. Toda esa gloria es tuya y de todos ustedes. Entonces mirá la camiseta y que no te avergüence si una lágrima le pide permiso a tu pupila para emanar al exterior y recorrer despacio tu cachete. Porque ningún sentimiento sincero puede ser motivo de vergüenza. ¡Más bien al contrario! Es lo que te decía antes, ¡qué otra muestra más que esa de que amas con tus fibras más intimas a Delirio!

Mirá, imaginate, suponé, pensá, si a los de Mango les pasase algo semejante. Seguro que no. Y como es no, que ganen su partido, que hagan los que quieran, lo que se les cante. Total lo importante, esa unión inquebrajable que tiene Delirio, ese Delirio que te incluye, ese Delirio que vos formás, de verdad, seguro que no la tienen. Entonces que ganen y hagan lo que quieran.

Vos salí a ganar por todo lo dicho. Porque querés honrar a Delirio aunque ya no queden chances. Porque hasta en un amistoso lo harías igual. Es esa camiseta, con sus bastones blancos y rojos, con su escudo de bordes rectos, la que te impulsa a buscar la gloria. Y si en un amistoso en Pipas o en donde sea es así, imagínate en un partido oficial, por los puntos, en un partido en donde además lo jugás con tus amigos. Por todo eso es que resulta ínfimo pensar y preocuparse por lo que haga Mango.

Y capaz que si salís con esa actitud de siempre, con ese amor a tu equipo, conmoves al destino y éste hace que los hechos, sorpresiva y nuevamente, se pongan del lado de Delirio. Del Delirio que conformás y lo único que quiere es que llegue el sábado para jugar al fútbol y traumatizar a Chopper con una verdadera lección de lo que es un equipo.

16 noviembre 2011

La prioridad pasa por otro lado


“Insiste e insiste con lo mismo Sabella. Siempre Sosa. ¿por qué no llama a Augusto Fernández que corre 180 metros por partido?”. El desaforado reclamo por el jugador de Vélez lo escucho de un compañero mío en la facultad que se desligó completamente de su rol de periodista y se encarnó en el típico hincha que exige (no sugiere) y siempre sin fundamentos. Cuestionar al técnico de turno es una costumbre más antigua que la Biblia. No se sabe por qué, pero alguien que no pertenece propiamente dicho al mundo del fútbol se cree más capaz que el que sí lo está, como Sabella. Y si uno le pregunta: “¿Vos te pensás que sabés más que Sabella que trabaja de eso y todo el tiempo debe estar analizando variantes?” Contesta que no, que obvio que no, que más que Sabella o cualquier otro técnico no. Pero aún así critica y propone convencido de que si cumplen su pedido Argentina va a ser campeona mundial. Es risueño casi, sinceramente.

Sosa no es mal jugador. Tampoco lo es Guiñazú, ni Braña u otros tantos cuestionados. Incluso Demichelis. Malos no son. Así que detenerse en el tema de los nombres para explicar los desencantos o los malos rendimientos es perder el tiempo. Aclarado esto, pasemos al tema del esquema, a la estrategia, acaso el punto más criticable al menos para quien esto escribe. Los grandes equipos son aquellos que tienen una identidad fácilmente detectable, visible, y no sólo la muestran en todos los encuentros sino que además la imponen. Barcelona es el caso cumbre. Los conjuntos de Bielsa, sino, otro ejemplo. Hasta ahora, Argentina no sólo no pudo imponer su idea, sino que ni siquiera se sabe cuál es. Se acepta la razón de que cada rival es diferente y es este el que determina, a veces, ciertas modificaciones en el modulo táctico. Pero lo de Argentina ya es demasiado. Cambia sistemas y cambia estratégicas y como bien marcó Fernando Pacini antes del partido contra Bolivia: Variar de sistema táctico, acomodando cada línea dependiendo del rival y de las complejidades propias de cada juego, suele verse positivamente, como una expresión de versatilidad y pragmatismo. Una cosa es corregir y adaptar en función de cada escenario, pero partiendo siempre de un molde conceptual, y otra diferente, es que el cambio constante sea el molde. Y aún cuando sea inevitable cambiar demasiado, es mejor que el futbolista no sea plenamente consciente de las muchas variantes; no transferirle la angustia de explorar lugares desconocidos.”

Si uno se fija en los distintos equipos usados en la eliminatoria va a notar que nunca repitió a la defensa. Que contra Chile pobló el mediocampo con Sosa, Braña y Banega; luego ante Venezuela eligió a Sosa, Zabaleta, Mascherano, Rojo y Di María (en ese polémico sistema 3-5-2); contra Bolivia jugaron Gago, Mascherano y Álvarez; y ayer contra Colombia, Sosa, Braña, Mascherano y Guiñazú. Es decir, siempre se paró un equipo de acuerdo al rival de enfrente y no de acuerdo a una idea uniforme de juego.

Entonces, esto es lo que fundamentalmente hay que definir ahora. Podrán sugerirse otros mil nombres más para cada puesto. Cada argentino tiene sus gustos. Braña o Banega o Gago o Mascherano o Rinaudo o… Todos son buenos y del mismo modo válidos. Pero con este o con aquel el foco no debería cambiarse puesto que con cualquiera de los nombrados Argentina debería imponerse ante el rival. Por eso, es detenerse en algo insignificante, o al menos, no tan relevante como la definición de un estilo de juego. Una vez resuelto esto, ahí sí ver cuál nombre es más apto o útil que otro. Pero nombrar jugadores por nombrar, como mi pasional compañero de facultad, hay que aclarar, que absolutamente no lleva a nada. 


13 noviembre 2011

El Principito que no tuvo tiempo de reinar




Me encuentro en un estado de consternación total. Todavía no lo puedo creer. ¿Por qué Guido? ¿Por qué le tocó a él partir? Si era un chico joven de apenas 22 años, oriundo de Las Parejas, Santa Fe, y un futuro por delante enorme, descomunal debido a sus maravillosas condiciones…

Cuando recibí la noticia se me paralizaron todos los sentidos. Prendí la radio y lo primero que oí fue la palabra muerte. ¿De quién? Y ahí tu nombre. Me golpeó como no creí que lo hiciera. Lo lloré, con lágrimas reales, como si de un familiar se tratara. Tanto que recurrí desesperado a rezar un rosario, a ofrecerte una oración que valiera. Sinceramente, es muy doloroso todo esto. Es espantoso. Horrible. Difícil de aguantar y soportar. Uno desea que salga alguien al televisor a decir que no, que es mentira, que nada de lo que se dijo es verdad, que Guido Falaschi está mal pero no muerto, que todavía no nos dejó y seguro dentro de pronto se va a recuperar y va a volver a subirse a un Ford para correr en TC, feliz, o en la categoría que fuera. Siempre a bordo del volante, dando cátedra, auténtico, haciendo lo que más le gusta.

La única vez que lo vi en vivo a Falaschi fue el año pasado cuando vino a la escuela DeporTEA a dar un seminario junto con Silva y otra chica joven. Prometía mucho. Todos marcaban y le auguraban un futuro descomunal. Fue sancionado con no poder participar de las dos primeras fechas de la Copa de Oro por una dudosa maniobra en la última fecha de la Etapa Regular en Paraná y ni chistó. Efectivamente tenía el suspensor roto cuando chocó y dejo fuera de la carrera a Diego Aventín (el hijo de Oscar, el presidente de la categoría) pero no chistó. Aceptó el castigo y se preparó para la vuelta. No decepcionó. Hoy, el triste domingo 13 de noviembre de 2011, en Balcarse, iba segundo con su Ford, detrás de Mauro Giallombardo, en busca de la victoria cuando ocurrió lo peor. El despiste, el impacto contra esas gomas sueltas que no ofrecieron seguridad, Ortelli y el golpe en la trompa y el más duro después de Girolami cuando salió de la nube de humo y se encontró con Falaschi de frente, sin tiempo de evitar el colapso fatal.

Golpea mucho. No hay exageración en esto. Sólo Jesús y la oración son el único refugio seguro ante tal desgarradora noticia. Ojalá que Dios, María y los ángeles ya lo estén recibiendo con sus brazos calurosos, llenos de amor sincero e incomparable. Y él al verlos, feliz, con su cara de adolescente y hombre de bien, sonriendo y con el casco de carrera bajo el brazo, fuera hacia ellos ya tranquilo. Sin las pulsaciones frenéticas, sin el ruido arrollador de los motores, sin una pista maltrecha, sin las malditas gomas sueltas que le costaron la vida. Ya sin nada de este mundo. Ya feliz, ojalá estuviera allá. Ese es el consuelo que nos queda a los que hoy lloramos a Guido Falaschi, el terrible piloto que apodaban Principito y lamentablemente no tuvo tiempo para reinar.

11 noviembre 2011

¿Por qué tantos tropiezos juntos, Argentina?

Casi igual al de la Copa América. El partido ante Bolivia fue casi igual. El desarrollo todo. Con una Argentina que comenzó tranquila, moviendo la pelota en los primeros minutos sin decidirse a atacar y una Bolivia resguardada a más no poder. Línea de cuatro con dos laterales como Clemente Rodríguez y Zabaleta que subían permanentemente aprovechando los movimientos de Ricky Álvarez y Gago, quienes se cerraban para gestar desde allí. Era necesario tener mucha paciencia para no desesperarse en caso de que el gol no llegara temprano. Por que esa era la pregunta que se imponía: ¿cuánto demoraría la Selección en quebrar el marcador?, y en el mismo sentido, ¿cuánto aguantaría Bolivia? Tal cual. Idéntico al partido inaugural de la Copa que terminó siendo esquiva.

Argentina hacía las cosas mal. Tenía la pelota, la abría, la pasaba pero sin saber bien qué hacer con ella. Messi se retrasaba e iba hacia el medio y entonces Zabaleta se quedaba sin compañía por el andarivel derecho ya que Gago por la banda no andaba. ¿La consecuencia? Pocas situaciones de gol en esos primeros 20 minutos regalados. Argentina había confundido paciencia con estatismo y algunos murmullos leves comenzaron a oírse de las poco pobladas tribunas del Monumental.

El vicio del tocar por tocar. Sin ideas, sin buscar espacios, sin cambio de ritmo en el último tramo. Tocar para mantener la posesión pero hasta ahí. Ninguna gambeta para desequilibrar, ningún remate desde media o larga distancia. Intolerable escenario el que brindaba la Selección. Hasta que se animó Bolivia, y se acercó al campo de Argentina. Hubo falta y tiro libre para el visitante que no tuvo un final feliz. Messi, de contra, se escapó con la pelota y fue. Explotó y dejó rivales viéndole el número de la camiseta. En la puerta del área, un poco tirado a la derecha, la soltó para Higuaín mientras caía derribado por un defensor. El jugador del Real Madrid recibió y con un derechazo cruzado venció al arquero Carlos Arias. Pero no. El grito máximo quedó ahogado porque el árbitro Carlos Vera (Ecuador) retrotrajo la jugada por falta previa a Messi. Increíble. Los jugadores argentinos se iban sumando a protestar, a tratar de encontrar una explicación razonable a tal inédito fallo. Ni siquiera maquilló su equivocación el juez cobrando offside de Higuaín. No, efectivamente cobró falta al astro blaugrana y anuló el gol argentino.

Pero fue negocio que Bolivia se viniera. Porque ahí vinieron las emociones y ese gol que fue pero que no. Demasiado resguardado antes Bolivia, se le hacía imposible a Argentina penetrar. Imposible, al menos, si seguía tocando con esa desidia y con tan poca rebeldía. La gente, impaciente, comenzaba con los silbidos y a mostrar su enfado ante la actuación del seleccionado que los representaba. Bárbaro Gago por izquierda, toca con Messi y este se equivoca al seguir y no descargar rápido con Álvarez que estaba sólo para el gol. El capitán siguió con la individual y terminó sacando un débil disparo en incómoda posición. Pastore con un remate que es tan malo que en vez de salir por la línea de meta, lo hace por el lateral. Pero a la jugada siguiente el jugador del PSG se repuso con un caño sublime y un posterior tiro que dio en el inoportuno palo derecho. Higuaín hace otro gol pero vuelve a maldecir el sonido del silbato indicando que no, que otra vez no, que para el gol todavía falta. Parecía que poco, que ese tanto anulado por partida doble dentro de poco iba a llegar. Messi y Pastore alternando de bandas, moviéndose libremente, rompiendo con la rigidez del molde, jugando para Argentina y dándole la profundidad que antes escaseaba. La gente de pie, advirtiendo las ganas de los futbolistas, el cambio de actitud.

Tuvo aproximaciones pero todas estuvieron dilapidadas por la impresión. Así se fue la primera mitad. Con un balance deficiente. En el día en que las Cataratas del Iguazú fueron declaradas una de las siete maravillas naturales del mundo, la Argentina decepcionaba. Ya no se pedía una catarata de goles para el segundo tiempo, con uno o dos alcanzaba.

Argentina debía rebelarse contra la rigidez del sistema táctico. Cuando lo hizo, fue cuando mejor jugó. Gambetear para romper la defensa. El tiro de larga distancia como recurso. Más audacia, más decisión, más juego.

A los 10 minutos de comenzado el complemento, encima, Demichelis falló y Moreno Martins no perdonó. Le robó la pelota al defensor y enganchó, primero para allá y después para acá, le quedó para la zurda y demolió el arco con furibundo remate al ángulo. Pasaba a ganar ¡Bolivia! en el Monumental. Desesperado Argentina fue en busca de la igualdad. Lo tuvo Pastore con una pelota que lo sorprendió en el área chica. A los 13 sale Álvarez y entra Lavezzi, quien, all minuto siguiente, metió una diagonal bárbara y tras recibir de Messi, con su zurda la puso, inatajable, contra el palo derecho de Arias. 1-1 y alivio en el banco de Sabella. El jugador del Nápoli fue el repulsivo que necesitaba la Selección ante tanta parsimonia, tan poca percepción de que faltaba atacar más, con más decisión.

Pero nunca hubo juego. Si en el primer tiempo algo se intentó, acá en el segundo ni siquiera eso. Messi ya no apareció en el juego como antes. Tuvo sí, varias chances de anotar el segundo (una chambonada en el círculo central del área que se fue desviado y otro remata en la puerta del área tras sensacional jugada maradoniana, propia de su sello, arrancando por derecha y dejando rivales impotentes en el camino). Lavezzi de cabeza y sobre el final. Desviado. Gutierrez casi en contra en el minuto 44’, Pastore a los 45 y a los 47. No había caso.

Un triunfo, de todas formas, no hubiera cambiado los conceptos. Este es otro cachetazo más. Otra actuación para repensar qué es lo que está sucediendo con la Selección. Clemente Rodríguez fue el más aplaudido por la gente. Acaso todo un mensaje que viene a derrumbar los prejuicios de que los que juegan afuera son más que los de acá. ¿Por qué Zabaleta y no Pillud? ¿Por qué Demichelis y no Velázquez? Preguntas que uno hace desde un escritorio y que Sabella, hombre sabio, seguro se hizo. Si son estos los que están, por algo será. Pero sorprende igual porqué siempre se cometen fallas en defensa.

Argentina es un combinado de jugadores que juegan al pase. Pero al pase por el pase mismo, sin movimientos. Cuando no hay movimientos no hay sorpresa. Y cuando no hay sorpresa se es entonces previsible y así jamás se podrá romper defensas cerradas como presentó Bolivia hoy y muchos más lo harán en su visita a Buenos Aires o en donde sean que a partir de ahora se jueguen las Eliminatorias en el país. La gente pidió también a Riquelme, ese tipo de jugador cerebro que tanto le gusta a Sabella. No se trata tampoco de proponer nombres. Se suponía, se pensaba que con estos alcanzaban. Es decir, vino Bolivia. Y pese al habitual discurso de que ya no se gana con la camiseta, las diferencias son notorias. Entonces, ¿por qué, Argentina, por qué tantos tropiezos juntos?

Roman Exquisito


MONTENEGRO 10

MONTENEGRO  10