30 diciembre 2011

"Dayro Moreno quiere venir a Independiente"

Cuentan que está dispuesto a ceder en lo económico. Que anhela, que quiere, que desea y espera poder jugar en Independiente. Y eso es un punto a favor. De concretarse, lo más posible es que sea a préstamo. De Dayro Moreno se trata, el colombiano que juega (¿jugaba?) en Tijuana de México, donde se encuentra Antonio Mohamed como DT, y sueña con arribar a Avellaneda ya que el Turco no lo tendría en cuenta (habría que averiguar por qué).

El representante del jugador, Marcelo Ferreyra, expresó en una entrevista a De la Cuna al Infierno: "Me reuní con el presidente y me pidió exclusividad en la negociación y se la dimos. Dayro quiere venir a Independiente. De no haber imprevistos creo que Dayro llegará a Independiente. El nuevo presidente me dejó una muy buena impresión".

De 26 años, Moreno es un jugador que cuenta con una gran velocidad física. Juega en la Selección colombiana como delantero (por el centro o acompañando a un faro) o carrilero, le pega bien con las dos piernas y explota muy bien la virtud de la sorpresa. "Puede aparecer por cualquier lado”, aseguró el representante.

18 diciembre 2011

“Hoy aprendimos a jugar al fútbol”

Barcelona 4-0 Santos (Mundial de Clubes, final)

Barcelona brindó otra exhibición de fútbol y se llevo la Copa que define al mejor del mundo. Un Messi estelar abrió la cuenta, un Xavi brillante puso el 2-0, Cesc Fábregas el tercero y Messi devuelta cerró el marcador tras un pase de un colosal Dani Alves.
Alta costura. Neymar, del Santos, no pudo ante tanta demostración de categoría y declaró la frase que titula esta nota.

Como siempre, todo un monólogo del Barcelona fue el primer tiempo. Con momentos más intensos que otros, pero todos cautivantes, todos asombrosos. Una filosofía de juego sostenida en todo momento. Con Xavi allí en el centro como director de orquesta, de mo vilidad permanente. ¿Cómo lograron instalar la injusticia de premiar con el Balón de Oro al mejor jugador del año? Porque Messi también deslumbra y vuelve a levantar a la gente de sus asientos, a recibir aplausos y ovaciones tras ese gol genial que abre el partido, picándo la pelota frente al arquero como aquel recordado tanto ante el Arsenal por la Champions de este año, nominado por esos días como uno de los mejores del 2011. ¿Cómo elegir entonces al mejor jugador? Y para colmo Xavi vuelve a aparecer (aunque en realidad nunca desapareció), y arma una jugada para deleitarse. Su socio Iniesta particpa en ella, todos participan. Un, dos, tres, nueve toques magníficos, la apertura hacia la derecha para Dani Alves y el wing (no lateral) del Barcelona mete la bola al medio para la entrada franca de Xavi que no perdona y coloca el 2-0 que sentenció la partida.

Nada cambia luego. Abrumador sigue siendo el Barcelona y uno se pone a contar si los del Santos son 11 y no les expulsaron cuatro jugadores porque sino no se explica tamaño dominio, tamaño rebaje a un equipo. Pero no, están todos, son 11 de camiseta blanca que no pueden creer lo que pasa. Y antes de acabar la primera etapa sufren otro gol, otra aparición más de Messi que primero intenta y no puede, mete un taco para Dani Alves en la linea de fondo, el pase atrás y Thiago que prueba de cabeza, pero otra vez el aquero aguantando como podía, hasta que sí, emerge de la izquierda Cesc Fásbregas y con pasmosa facilidad la coloca con suave toque contra la red interna del segundo palo. El Santos oye el mejor sonido que pudiera oir y acaba con ese pitido del árbitro la magnífica primera mitad de este también magnifico Barcelona, cultor del toque y la tenencia como forma de vivir. En medio de tantas pálidas, hay que agradecer a éstos, los únicos docentes que cuando hay paro, no dejan de enseñar. Es una bendición.

Durante el complemento, las ocasiones de peligro y con ellas las emociones, mermaron en cantidad. La posesión de la pelota se dividió un poco más y Neymar tuvo su chance de descontar pero remató al cuerpo de Víctor Valdés. Pero no podía acabar sin goles el segundo tiempo y entonces fue que Dani Alves escaló por la izquierda y centralizó para Messi, que con un quiebre bárbaro, eludió al arquero, enganchó para afuera y sólo tuvo que empujarla para definir la historia y recibir los saludos y felicitaciones de sus compañeros y del mundo de la pelota todo. Aplastante victoria del Barcelona para cerrar un año con todas las luces. Primero la victoria por 3-1 ante el Real Madrid en el Bernabeú y ahora esta consagración oficial como el mejor equipo del mundo para un diciembre de lujo.

Ya lo dijo para las cámaras de la FIFA Neymar: “Hoy aprendimos a jugar al fútbol”. Inapelable.

Ocampos, el desinfectado



“Nos importa mucho jugar bien. Matías (Almeyda) nos inculcó eso desde el primer día: quiere que toquemos la pelota, que nos juntemos, que miremos siempre el arco de enfrente. Y nosotros nos sentimos muy identificados con esa idea”. La saludable declaración corresponde a Lucas Ocampos, volante por izquierda del River que intenta proponer siempre en su cruzada en la B Nacional. Tiene 17 años el futbolista y afortunadamente está desinfectado de la moda de ganar de cualquier manera que tanto instaló y estimula el periodismo con sus exigencias y obligaciones de resultados solo resultados. “Queremos subir jugando como le gusta al hincha. Y si jugamos como quiere Matías vamos a terminar primeros cómodos”, agrega Ocampos. Y seguro que sí. El fútbol se muere cuando desaparece el juego. Entonces quien apueste a hacer bien las cosas adentro de una cancha, por decantación se terminará imponiendo. Es tanta la mediocridad del fútbol argentino que por eso sorprende sobremanera lo que hace el Barcelona. “Nos importa mucho jugar bien”, resalta el pibe de enormes condiciones y promisorio futuro. ¡Aleluya! Entonces existían personas a las cuales les importara...
¿Más declaraciones que retratan su buen pensar? “Yo lo que más quiero es ascender y jugar con River en Primera”, admitió en referencia a las posibles ofertas que lleguen de Europa. Porque eso es algo que también le falta al fútbol argentino. El sentido de pertenencia de los jugadores con su club. Al margen, desde luego, de la obvia necesidad de no quemar etapas. Allí anda Ocampos, mientras tanto, una mente que desprecia la victoria a cualquier precio y se preocupa por respetar la esencia del fútbol, el juego. Es para destacar.





12 diciembre 2011

Un pedacito de este mundo


Alguna vez le preguntaron a Daniel Arcucci cuándo fue que se dio cuenta de que iba a ser periodista. A lo que el actual reportero de La Nación respondió: “Creo haber encontrado la vocación en una cancha de fútbol. Por aquellos tiempos, en los ’70, ‘80, venía seguido de mi pueblo, Puan, a Buenos Aires para visitar parientes y, de paso, ver partidos. Cualquiera, el que cayera. Recuerdo haber ido a la Bombonera a ver un Boca-Instituto. El partido fue bastante malo pero hubo bastante espectáculo en el ambiente. Muchas vivencias que, pensé, no quería quedarme sólo para mí. Pensé que, al volver a mi pueblo, debía escribir, contar lo que había vivido. ¿Y qué era eso sino hacer periodismo? Justo estaba decidiendo qué estudiar y empecé a atar cabos: contar, eso quería que fuera lo mío”.

No voy a relatar cómo fue que descubrí que podría realizarme como persona en este oficio porque creo que ni siquiera lo tengo claro y ando todavía hoy en esa búsqueda. Sin embargo, como Arcucci, siento que no puedo quedarme para mí sólo algo que viví este año. Eso es lo que necesito contar. A Ariel Scher necesito contar. Debería alcanzar con describirlo como periodista, así en su más absoluta y cabal dimensión. Pero en este mundo, en donde tanta gente juega a ejercerlo, aquel que no conoce el oficio se puede confundir, de modo que no considero aconsejable presentarlo como periodista a secas ya que no diría mucho. De todas formas, además de periodista, Ariel Scher es un docente. De esos a los que no le queda grande el cargo. Aunque él reniegue del rótulo y diga que no, que de eso no sabe, que para eso hace falta capacitarse y duda que algún día lo haga, lo es.

Un joven Julio Cortázar decía en 1939 cuando daba sus primeros pasos en una escuela de Chivilcoy: “Un número desoladamente de maestros fracasa. Fracasa calladamente sin que el mecanismo de nuestra enseñanza se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de su misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más”. Siguiendo lo de Cortázar, Ariel jamás fracasó. Como docente cumplió su misión. Hizo lo que debía, a él mismo y a nosotros, sus alumnos. Por eso es un docente, y maravilloso, aunque él lo niegue. De los que dejan huella en sus pupilos. En algunos más imborrable que en otros, pero es imposible, presumo, pasar por su aula y no salir diferente. Como cada texto que nos mandaba por mail cuando buscaba eso mismo en nosotros, que seamos diferentes a lo que éramos ayer. Que siempre nos mantengamos activos en el ejercicio de construirnos como individuos y periodistas. Al fin y al cabo, ser gente. Eso es lo que hizo Ariel. Un docente que se preocupó por el crecimiento de sus alumnos y siempre estuvo al tanto de las falencias y virtudes de cada uno. Extrañamente novedoso en la educación argentina.

Se pudo haber echado y dejar pasar el año cómodamente como hacen cientos de profesores de la secundaria, ajustándose a un programa, puntuando con notas frías, y viendo así quién aprobaba al final o no según los dictámenes burocráticos. Pero él no lo concibe así y lo aclaró a principio de año. Aunque al inicio me costó (claro, la costumbre. Lo impuesto culturalmente), luego logré entenderlo. Por ejemplo, uno va a aprender la guitarra y no existen las notas, las evaluaciones de ese tipo. La gente lo acepta. Hay un trabajo a largo plazo en donde poco a poco se van puliendo las imperfecciones y estimulando las bondades en un trabajo de nunca acabar. Porque luego de cumplir con los meses que duren aquellas clases musicales uno luego sigue tocando y aprendiendo cosas nuevas. Y siempre a través de la práctica, siempre a través de escuchar a otros. Oyendo y tocando. ¿Entonces para qué las notas? Acá fue igual. Leyendo y escribiendo. Pero no solos, con Ariel como guía. Con Ariel como faro que nos devolvía al camino cuando nos descarrilábamos y nos dormíamos en esa imbécil e infantil costumbre que tanto lo sacaba de quicio de no escribir nada porque no me pidieron nada. Eso mismo puntualizó hoy en lo que fue la última clase con él. Curricular, porque seguirá siendo nuestro tutor y así se va a prestar como también benditamente dejó en claro antes de partir hacia su programa habitual de radio.

Es el mismo Ariel que una y otra vez llegaba a clase y distendía el inicio del día con sus chistes y su humor basado en tintes exagerados y absurdos. “Racing piensa que hay que ir al arco de enfrente de vez en cuando”. Presentados inmejorablemente, además, con el formato de orladas frases que no hacían más que aumentar las risas por los inesperados remates. Como uno es lo que es – “y no las etiquetas que nos ponen”-, no perdía la esencia cuando explicaba fundamentos del oficio durante la clase: “Cuando les hablo de desinhibirse no estoy diciendo que se pongan a mear en la calle, sino que se animen a preguntar. No tiene nada que ver ser tímido con hacer preguntas periodísticas para una nota”. Pero es también el que no se cansaba de repetir quinientas veces, si lo fuera necesario, que un periodista es una persona que cuenta historias. Que le cuenta el mundo al mundo, y nunca sacándole una fotocopia. Enseñó que un periodista cuenta con las palabras, con la ideología y con los ojos, pero sobre todo, con el corazón. “Sino qué sentido tiene”, inquiría con razón. “Pero pregúntense, pregúntense sino para qué carajo comunican”, reforzaba su concepto de la mejor manera, exigiéndole al alumno su participación. Siempre insistió en eso, en preguntarse, al cabo, lo esencial, lo que define al periodista. “No naturalicen las cosas. Éstas no son así, están así. Ustedes encárguense de desnaturalizarlas. Es lo que hablamos siempre de poner en cuestión las cosas. El periodismo es un oficio en donde más que tener respuestas, hay que tener preguntas. No dejen nunca de preguntarse, de conformarse con lo que ven, escuchan y leen. No son como esta silla que no puede pensar, entonces piensen y pregúntense por qué las cosas están como están. Además, uno se vuelve gente a través del propio interrogatorio”, explicaba y repetía con suma paciencia.

Una vez leí una frase del sociólogo francés Michel Peroni que decía: “¿Quiere promover la lectura? No enseñe nada, muestre su pasión”. Eso también hizo Ariel. Porque clase tras clase, en líneas generales, explicaba lo mismo, pero de diferente manera, todo para que, como él también promulgaba, “seducir”, en este caso, al oyente. “Un texto –aseguraba- es un ejercicio de seducción. La técnica con la que lo escriban será la que permita que enganchen al lector y lo inviten a leer la nota hasta el final. Háganse dueño del lenguaje, aprópiense, dominen la música de las palabras, del ritmo” Y sobre esto también enfatizaba al legitimar la repetición de términos: “repetir no quiere decir que esté mal, el tema es cuando ésto anuncia un hueco en la comunicación”. E insistía: “Encaren al texto como una sinfonía. Hagan música con él, aprovechen los múltiples recursos para lograrlo. Laburen excesivamente en nutrir el lenguaje, en encontrar mecanismos de construir focos más atractivos”. Y era la lectura el alimento primordial, el combustible, para lograr tal fin. “Sin incorporar conocimiento no se puede generar conocimiento. No leer es la manera más eficaz de no saber, de ayudarse a dejar de pensar. Leer justifica la vida, leyendo encuentran nuevos recursos, se educan en la sensibilidad. Lean caóticamente mucho y organizadamente mucho ¡Quémense las pestañas leyendo y luego muéranse! Total, todos acabamos igual, pero mientras tanto hagan algo útil”, cerraba entre serio y risueño.  

Otro tema del cual se encargaba de evitar las confusiones era el del empleo y el trabajo. “Un trabajo no necesariamente es un empleo. Ustedes trabajo van a tener siempre. Es más, a un periodista no lo define un empleo, por más cuantos que tenga, si no toma conciencia en cuanto quiere nutrirse. Uno no es donde escribe, ni siquiera lo define”. En sintonía a esto estaba la otra gran preocupación suya y de la escuela DeporTEA de poder aclarar: “Una palabra que tratamos de evitar acá es la de importante, aunque a veces se nos escapa. No existen medios más importantes que otros, periodistas más importantes que otros. Existen medios más masivos, periodistas que escriben en estos medios más masivos, pero ninguno es más que ustedes si escriben desde un blog personal y aportan a la comunicación desde ahí”. Pero, aclaraba, igual, que si las motivaciones con las que llegamos a la escuela eran las de entrar y conseguir uno de los trabajos considerados tradicionales era legítimo, pero que el periodismo es más que eso.

Varias frases más quedaron en nuestra retina, al menos en la mía. “Los medios siguen más efectos que causas, más personajes que procesos. Hay una creencia de que si uno sabe determinadas cosas ya es un periodista deportivo. No se trata, tampoco, de hacer una nota para que nos feliciten y nuestras tías tengan un orgasmo de niveles inconmensurables por ver nuestro nombre en el diario o en la tele. O ser amigo de un jugador y que este nos diga: ‘¿Qué hacés, fierita?”. Y volvía, insistía, retornaba a exhortarnos a romper con el pensamiento conjetural: “Estén todo el tiempo incomodándose, vivir ya te pone en situación de conflicto. Quédense con la mitad de la respuesta y vayan en busca de la otra mitad. Y sigan preguntándose luego, sigan leyendo, aunque tengan mil quilombos encima búsquense momentos para leer”. Afirmaba, también, como se dijo, que él no estaba capacitado para aprobarnos, que en realidad, y con razón, “son ustedes los que tiene que aprobarse a ustedes mismos. A mí no me deben nada”, mientras agregaba que nunca debíamos dejar de exigirnos crecimiento y no esperar a que otro venga a pedirnos trabajos. “La vida no tiene gracia si alguien les dice qué hay que hacer. Salgan y busquen. Mórfense al mundo. Sáquense los tics del alumno de 4° año de Química y pónganse un cohete en el culo. Escriban, equivóquense, prueben. Sin miedo. Escriban con la ideología, todo es ideología, no tengan miedo. Escriban con el corazón, no tiene sentido si los vomitan, y sino pregúntense por qué lo hacen. La hoja en blanco es algo a lo cual nos enfrentamos todos, desde Borges hasta Hemingway. Siempre estará latente la posibilidad de sucumbir a vomitar el texto, a sacárselo de encima, pero rómpanse las pelotas entrenando, buscando manejos de mejorar en el ejercicio”.

Por todo ello es imposible que no haya cumplido su misión, que no se considere un docente. La referencia a la pregunta que abre esta nota sobre cuándo fue que Arcucci se dio cuenta de que iba a ser periodista pertenece a una serie de entrevistas que hizo la Revista El Gráfico a algunas referencias, mayores o menores, de la profesión. Una de ella fue Ariel, quien, en un momento contestó: “Muchas notas me dieron y me dan placer. Creo que, en tren de elegir, los más placenteros son esos trabajos en los que la oportunidad de cambiar un pedacito del mundo se hace más nítida”. Eso hizo exactamente, también, durante este año en alguno de nosotros. Eso fue lo magnifico que nos legó Ariel. No sólo sus chistes, sus frases agradables, su envidiable dicción o sus conceptos sobre un periodismo limpio y sano.  No sólo nos cambió en algún sentido o nos ayudó a reforzar ciertas convicciones, sino que también nos inculcó ese mismo afán, y ahora forma parte de nuestras motivaciones, gracias a él, querer cambiar, aunque sea un poco, un pedacito de este mundo. Si eso no es ser docente… 

07 diciembre 2011

De lindo y bien.

Es eterno el dilema sobre qué es jugar bien o mal, y qué es lindo o feo en el fútbol. Incluso hay confusiones en las prioridades de búsqueda de cada uno. “A mi no me importa jugar lindo, sólo quiero ganar”, es la frase recurrente que proviene, curiosamente, de los técnicos, gente avezada del fútbol, según se supone. Hay que desterrar dos mentiras. Primero, no hay ningún técnico, ningún jugador en el mundo, absolutamente nadie que no quiera o no le importe ganar. Es imposible deportivamente. Incluso en el amateurismo, en el fútbol con amigos de los sábados, y hasta en tirar la piedrita en un lago. Les juro que si encuentran a alguien que quiera perder o empatar, regalo todo lo que tengo, dono absolutamente todo. Segundo y otra gran confusión en el fútbol: nadie tiene a lo lindo como intención, para nadie la estética en el juego forma parte de los objetivos de cara a un partido. Todos buscan ganar y nadie busca jugar lindo. Ni Cappa ni nadie. Entonces esa frase que se le escuchó decir a Simeone en la previa al partido contra Boca pero que igual se escucha cada fin de semana, harta y cansa por lo ridículo. Como bien dijo Latorre en el número de noviembre de Un Caño: “jugar lindo, que agrade a la vista y a la estética es la consecuencia de jugar bien. No es una búsqueda intencionada. A mí nadie me dijo: ‘entrá a la cancha y jugá lindo’. Es una mentira intencionada, impuesta a propósito para oponer dos maneras de ver el fútbol, que, si bien las hay (a grandes rasgos), no pasa por feo o lindo, sino por bien o mal. El propósito del entrenador no es jugar lindo”.

Entonces basta de machacarle a Falcioni que su equipo no jugaba lindo. Como si esa fuese la intención de algún técnico en el mundo. Por eso sorprende que aquella frase, con trampa escondida, provenga de los entrenadores.

Y fíjense que dije que nadie busca jugar lindo, no a nadie le gusta. Porque ¡a todos les gusta que su equipo juegue lindo! Es irrefutable eso también. Caso contrario sería decir: “a mí no me gusta esta milanesa riquísima”. Y a esto es a lo quería llegar, como en el caso de la milanesa, el uso que se le da a ambos adjetivos es personal. Entonces, qué es jugar lindo (lo mismo pasa con jugar bien), depende de las construcciones ideológicas, culturales y sociales previas de cada persona. Son muchos los factores que predisponen al ser humano a inclinarse por determinada forma de jugar como linda o buena. Por eso nunca se puede sentenciar o afirmar que tal equipo juega feo o mal sin desligarse de las percepciones propias. Porque es así.

Lo importante en el fútbol-ahora lo entendí-, como el juego que es, es entretener, que los protagonistas (internos y externos) disfruten. Es, en definitiva, despertar emociones. Entonces lo que yo pensaba que era jugar bien y lindo (se recuerda, dos cosas distintas) no son más que mis propias consideraciones sobre ello. Estuve leyendo lo contenta que se fue la gente de San Lorenzo por cómo jugó el equipo en la victoria ante Tigre en el Nuevo Gasómetro, y bueno, qué se le puede decir. Un equipo como Los Camboyanos (aquel conjunto de enjundia, tesón y garra de mediados de ’80) para ellos puede ser lindo. Porque esa lucha dentro de la cancha (llamado huevos por alguno, corazón por otros) le enciende el fuego interno, le despierta la pasión y entonces ve y dice qué bien cómo meten los pibes, qué lindo, por más que la bocha vuele desde el área bajando nubes en su recorrido. Es válido que llame a eso lindo. No compartible por algunos, pero válido, ¿por qué no? Tal vez el Barsa le aburre y aunque como observador de fútbol sepa darse cuenta de que su juego es uno de los más atildados del espectro mundial de la pelota, capaz no le parece lindo, no lo entretiene, no le despierta nada (aunque alguno al leer esto diga cómo que no. Sí, ¿por qué le tiene que despertar?).

Porque además, ¿quién sabe lo que es lindo? Ni siquiera los dictámenes mayoritarios alcanzan para definir que lo que hace es Barcelona, eso mismo, es lo lindo. Por más mayoritarias que resulten las opiniones. Mismo dilema para lo que es jugar bien. Cada uno tiene su ideal, pero de nuevo, si no existe una verdad absoluta, cómo saber qué es jugar bien. Y me refiero jugar bien en un análisis más profundo, porque obvio que atacar para el arco propio va a ser siempre jugar mal. A mí no me pareció que esta Uruguay campeona de la Copa América haya jugado lindo o haya jugado bien, salvo un poco en la final. Pero si a otro le pareció, ¿con qué tupé, sinceramente, puedo refutarlo? No coincidiré, que es otra cosa. Pero si eso le pone la piel de gallina, si eso le desprende una sonrisa de satisfacción, de disfrute, mientras lo ve, qué le voy a decir. Yo qué sé si eso no es lindo para él.

Y si otros quieren entrenar con pesas, pedir garra, trabar con la cabeza y buscar al nueve con pelotazos, yo voy a tener que confrontar, a lo sumo, y explicar que para mí es por eso que el fútbol hoy está como está y que la forma en como está es la que yo considero mala. Con este miedo a perder, con ambiciones recortadas, este futbol que desprecia la posesión y estima la verticalidad, de nulos desbordes, que confunde paciencia con estatismo, previsible…

¿Pero si otro piensa distinto? ¿Y si otro disfruta con poner el énfasis en lo físico y no en la pelota? ¿Y si le resulta una excitación de niveles inconmensurables ver a su equipo con la valla menos vencida de todos? ¿Y si es también ello, un motivo de orgullo pese a tener pocos goles a favor?, ¿qué le puedo decir yo? Con qué tupé, resalto, le tengo que decir que no puede estar contento porque su equipo no comulga con lo que yo considero que es jugar bien y lindo y me despierta emociones. Por qué voy a decir que ese tipo ve mal al fútbol, que lo entiende de manera equivocada. Si disfrutan con eso está perfecto que lo alienten, que lo celebren, que lo elogien y piensen que falta más de aquello para mejorar al fútbol argentino. Es lógico. Habrá miles que pediremos lo contrario y del otro lado también lo deberían entender como lógico. Ambos pedidos partirán de las construcciones previas que hacen que cada uno considere lindo juegos distintos.

Lo mismo ocurre con ser hincha de un club. No existe una razón para decirle al de Boca, River o Racing o el que sea que está equivocado en regalarle su amor a determinado escudo. Tampoco para objetarle a cualquiera que lindo no es trabar con fuerza permanentemente, correr mucho y pensar poco. Por más que uno piense y esté convencido de que eso no es lindo, no se lo puede objetar.

Al tratarse, como dije, de disfrutar, al jugador que veo en la pantalla revoleando la pelota le voy a pedir por favor que la baje en la próxima y que sí, si puede y no le es mucha molestia, se la pase a ese que está ahí al lado y usa la misma camiseta y a este otro, supongo, le pediré lo mismo para lo primordial: que pueda disfrutar y disfrutar según lo que yo considero lindo y bien. Nada más lógico y sencillo. Y cada uno reclamará y disfrutará con los de la pantalla o los de la cancha si éstos ejecutan lo que él considera bien y lindo, y sino no lo hacen, no hay ningún problema, porque, en definitiva, es simplemente un juego. Un juego que carece de una verdad absoluta en la cual apoyarse y por lo cual existen tan saludables y variados pensamientos.

04 diciembre 2011

Sin identidad, entrar a la Libertadores seguirá siendo un utopía

Independiente no pudo contra sus propias limitaciones y terminó empatando 1-1 ante los pibes de Newell’s. Pérez abrió la cuenta para el visitante en la primera etapa y el juvenil Martín Benítez con furibundo remate en el complemento puso el empate.



Independiente volvió a dejar una pálida imagen al empatar 1-1 ante Newell’s en el Libertadores de América. Precisamente en ese estadio que lleva el nombre de la obsesión de la que ya se va despidiendo. No sólo por los puntos, tan necesarios, sino por el juego que ofrece en el mismo campo, escenario antes, de majestuosas exhibiciones de fútbol. El equipo no contagia, no convence, no emociona. Independiente careció de ideas a la hora de atacar a un Newell’s plagado de pibes que lo respetó demasiado, porque, si se animaba un poco más podría haberse llevado un premio mayor. Así, entonces, el sueño de jugar el torneo continental se escapa fácil e inevitable.


Ramón Díaz había logrado en lo últimos partidos algo que Mohamed no: que Defederico jugara bien, que volviera al nivel que alguna vez mostró en aquel mítico y ya lejano Huracán de Cappa. Ante Newell’s, Defederico volvió a ser el que irritaba al hincha de Independiente por la intrascendencia. Durante todo el primer tiempo no apareció y el equipo lo sintió. Es que en realidad, todo el mediocampo falló en esa primera parte en la que desde el comienzo Newell´s salió decidio a buscar los tres puntos. Ya a los dos minutos probó Mateo con un disparo desde afuera del área que se fue alto, y Urruti, en la jugada siguiente, recibió solo en la puerta del área pero fue atorado rápidamente por Gabbarini que impactó con el delantero y obligó a la entrada de los médicos.

Independiente cometía dos grandes riesgos. Defendía en línea y muy cerca de Gabbarini, demasiado replegado. Así, cuando Newell’s presionaba quedaba en evidencia su fragilidad. Para colmo, ni Vallés ni Maxi Velázquez explotaban las bandas. Estaba la intención pero fallaban en la concreción. A los 7 minutos nuevamente Mateo probó desde lejos e Independiente que seguía sin salir.


Recién a los 10 se acercó al arco defendido por Peratta pero con un tiro de Julián Velázquez desde extremadamente lejos. Innecesario y sin sentido. Newell’s mermó en la presión e Independiente encontró en eso la oportunidad para buscar más la valla rival. Pero estaba demasiado apurado y dividía la pelota constantemente. El más activo era Benítez que se lamentaba por la ausencia de socios, principalmente de Defederico. Independiente confundía paciencia con estatismo. En ese contexto llegó el gol de Newell’s a los 17 minutos. Pérez avanzó y le ganó en el anticipo a Milito, tiró un taco y el rebote en Julián Velázquez le volvió a él. Ya dentro del área chica, levantó la cabeza, lo vio a Gabbarini y sin dudar sacó el remate cruzado y a media altura. 1-0 y delirio de la poca gente rosarina y de su técnico Cagna que se ilusionaba con cortar la racha, a esa altura, de 12 partidos sin victorias.


Pérez insinuó con tomar la batuta del equipo con un par de jugadas y un fortísimo remate desde afuera del área que puso en aprietos a Newell’s pero al poco tiempo su incidencia se apagó. A partir de ahí, entre las impericias de Independiente y la poca audacia de Newell’s, el partido ganó en bostezos. Reclamos desde la tribuna para los mediocampistas de Independiente (Godoy y Pellerano, principalmente) que todas las pelotas las jugaban para atrás. Recién a los 36 minutos el Rojo pisó fuerte el área de Newell’s. Tras un corner, Maximiliano Velázquez cabeceó solo y la pelota dio en el travesaño. El rebote le quedó al otro Velázquez, Julián, y tapó igual Peratta, y luego Maxi, de vuelta y sobre la línea, la tiró por encima del arco. Increíble. Independiente buscaba el empate con empuje, sin argumentos. Evidencia incuestionable esta de que Defederico no aportaba mucho. Encima, casi sobre el final Newell’s ampliaba la ventaja con otro escape de Pérez que Milito no pudo evitar.


La gente despidió al equipo con silbidos y pedía un cambio para el segundo tiempo. Y éste pareció llegar. Ramón Díaz metió a Pato Rodríguez, y a Fredes por Pérez y Pellerano para aunarle al equipo más audacia, más ambición. La idea era que el Pato encarara por izquierda y Fredes le diera más juego a ese doble cinco que ahora compartía con Godoy. El complemento comenzó entonces con más llegadas, haciéndose entretenido y de ida y vuelta. Y el fruto llegó recién a los 5 minutos. Pato Rodríguez encaró por izquierda y ubicó solo en el centro a Martín Benítez, el juvenil de 17 años que estaba jugando su segundo partido en la máxima categoría (el primero como titular). El pibe recibió y sin pensar demasiado sacó un terrible disparo que se coló en el ángulo superior ante la impotente estirada de Peratta. Un derechazo que no sólo sirvió para el empate sino que también tendrá el sabor de los recuerdos inolvidables para este misionero por el que bien apostó Ramón Díaz. Dos minutos más tarde Parra recibió de Defederico en la puerta del área, la quiso colocar y la pelota se fue besando el poste. Se juntaron los habilidosos por un momento y el clima cambió. Quedando claro una vez más que el fútbol es una cuestión de ánimo, de contagio. Pero eso sólo fue. Porque ese contagio poco a poco se fue disipando e Independiente volvió a la intrascendencia del primer tiempo. Huérfano de ideas y de una idea clara en la cual refugiarse.


Una tijera de Falcone pasó cerca y otro remate desde lejos, nuevamente de Mateo, intranquilizó al local. A los 20 minutos Ramón Díaz hizo el último cambio al meter a Brian Nieva por el pibe Benítez, quien se fue despedido con una ovación que quedará en la retina de su memoria, seguramente, por mucho tiempo. Qué mejor que esos aplausos y ese sonido tan cálido de miles de voces juntas coreando un mismo nombre pudiera recibir un pibe que recién está dando los primeros pasos en Primera de una carrera de la que todos auguran que será promisoria. En fin, con la ida de Benítez se fue también el fútbol en Independiente. Pato inquietó con un gran tiro desde lejos que bien contuvo Peratta, pero era eso, nomás, chispazos y apariciones fugases. El resto, jugadas de poca consistencia, nulo volumen.




Parecía que sobre el final, cuando el partido ganó en emoción producto de numerosas oportunidades de gol en los dos arcos, se lo pudo llevar Independiente con esos dos remates por parte de Defederico y de Rodríguez, pero una victoria no hubiera cambiados los conceptos. El empate había llegado en un momento de contagio. La urgencia de Independiente antes de pensar en ingresar a esa Libertadores cada vez más lejana y utópica debería ser encontrar una identidad, un estilo. Esas cosas básicas que son cómo defender, cómo atacar, por dónde y con quienes. Con qué ritmo, con que frecuencia o intensidad. Son buenas las intenciones de Ramón Díaz de ir probando juveniles de cara al próximo torneo. Porque en este que ya se acaba, (a Independiente le queda visitar a San Lorenzo –probablemente ese jueves- y recibir en la última fecha a Tigre) pocas veces se pudo advertir un patrón de juego. Hace tiempo que está Díaz en la conducción y no pudo imprimirle su idea futbolística. Entonces pensar en entrar o no a la Libertadores, hoy suena como una zanahoria, como una meta para mantener en vilo las motivaciones. Pero al margen de eso, que es bueno y saludable, habría que perfeccionar la búsqueda de una identidad. Eso que ni ante los pibes de Newell’s pudo encontrar.

Roman Exquisito


MONTENEGRO 10

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