19 junio 2012

En defensa de la pisada


“Dos veces la pisó y la perdió. Eso ya no es error de juventud. Es algo que trae desde la cuna. Ay, ay, ay…”, se ofusca el relator y el comentarista lo apoya. En la jugada siguiente de ese partido que no pareció partido –y no pareció, porque como es habitual, lo lúdico estuvo ausente- en la jugada siguiente, otro jugador la volvió a perder como aquel 5 al que le caen las críticas, pero los periodistas, esta vez, a ese otro jugador, no le machacan nada. ¿Por qué? Claro, este segundo jugador que perdió la pelota, agachó la cabeza y le dio duro y parejo y su pase terminó chocando contra el cuerpo del rival, quien tras el impacto, se la apoderó y se fue en un relato de la sucesión de la jugada que ya no tiene importancia. 


El asunto es simple. Se critica a quien pisa la pelota, pero no al rústico que hace lo mismo. Se critica a quien pisa la pelota y la pierde como si el que pisa la pelota y la pierde la pierde porque la pisa. ¡Y no! La pisa y la pierde y punto. Como quien no la pisa pero también la pierde (aunque a este, de nuevo, no se le machaca nada). Pero claro, se dice que la pierde por pisarla y si uno es burro (en donde generalmente ahí sí la pierde por burro...) no pasa nada, tiene vía libre para perderla cuanto se le cante. Y este le da de puntín, también, le pega a la pelota y a la pierna del contrario, todo junto, y no pasa nada. Nadie le dice nada. “A ese lo quiero en mi equipo… No al displicente que la pisa”, manipulan las verdades del juego los periodistas. ¡¿Y por qué pisarla y tomarse tiempo para pasarla es sinónimo de displicencia?! Acaso como reprocharle al pintor bocetar antes su obra para luego pintar mejor sobre ello. Pisarla es eso. Es acomodar la pelota, bocetar la obra, para luego dar el pase más pensado, para luego pintar. ¿Qué displicencia? 


Si te llega la pelota, macho, qué ni qué acomodarse con el cuerpo, qué ni qué acomodar, sino, la pelota, para darle a esta, luego, mejor. Para acomodarla y darle mejor necesitás pisarla, y ¿qué es eso? ¡Vos dale!, sugieren. ¿Pensar el pase? ¿Pararla? ¿Pisarla? Ah, no claro, lo importante es que yo no tenga la pelota. Tener la pelota se tornó un problema. Dominarla, lo mismo. Se critica la técnica. Así de extraordinario.


¿Qué hacés, entonces, Cirigliano? ¿Por qué la parás, te acomodás, primero la mostrás para acá y luego para allá? ¿Qué es eso de engañar con los pies? ¿Qué es eso de tener técnica para poder engañar con los pies? Eso te grita, Cirigliano, la gente que tiene micrófono para gritar. Pero vos, saludablemente, no entrás en esa, Cirigliano. Recibís, la parás y la pisás, para luego volver a tocar, pero tocar tras haber hecho una pausa previa. Y esa pausa, esa pisada que generó una pausa, ¡oh! le dio sentido al pase, salió pensado. 


¡Cirigliano! ¿Qué hacés? Si allá en las cabinas, las cabezas de las tribunas influenciadas por esas cabinas, te piden que no, que revolees a mansalva, que la verdad que poco importa que tengas técnica. No, hacé como los de Patronato, esos que el relator elogia por lo “luchadores” que son. Decime entonces, ¿qué hacés Cirigliano pensando siempre en jugar este juego que aunque no parezca no es otra cosa que eso, un juego? ¿Qué hacés tratando de darle sentido a la pelota? Acaso el único fin por el cual pisás la bola. No como vicio, como trata de manipular el de arriba. Porque, a ver, que se sepa: la pisada no es canchereada, es un recurso, lastimosamente otrora aplaudido. Hoy no. Cirigliano, vos mismo lo podés ver, hoy se critica. Justo a vos, encima, a quien los buenos especialistas te auguran futuro de Selección. 


Una cosa es criticar la falta de conceptos pero vos, encima, conceptos tenés y se nota que de sobra. Si acaso a Román también le critican cierta lentitud, ¿por qué a vos no? Es en la técnica en donde aterrizan las críticas salvajes. Por eso el relator te critica y apunta a que lo tuyo obedece a un error que traes desde la cuna. Dos veces la pisaste y la perdiste, pero no por pisarla, sino porque perderla forma parte del juego también. Y resulta que por pisarla, luego, River creó las dos más claras situaciones de gol en ese primer tiempo de ese partido que no pareció partido por la ausencia de lo lúdico (como es habitual). Tac-tac la bola, del pie zurdo al derecho, tu suela aprisionándola contra el césped, cabal postal de crack, y de inmediato, tac, la enviaste, gloriosa caricia, para adelante y en diagonal para que el Chori Domínguez cerrase la jugada. Minutos más tarde la volviste a pisar, así, los tapones de tu botín derecho acabando con el frenesí de ese objeto que rueda entre maltratos. La volviste a pisar y el rival pasó de largo como colectivo lleno. Pasó de largo en tu pausa. Gracias a tu pausa. A tu pisada que generó esa pausa. Por inercia y ridículo pasó mientras vos, vos con tus pies, eras dueño del elemento más importante de ese y de todos los partidos. Y tac, de vuelta. Tac para Trezeguet, como quien no quiere la cosa. 


No es pisarla siempre, tampoco. Por eso es que tenés concepto. Porque también estuviste en el área de ataque, allí donde la aceleración, por desequilibrante, debe imponerse ante la quietud. También allí estuviste y ahí, ahí sí, ahí sí porque así lo consideraste con tu sabiduría natural, ahí mismo, no la pisaste. Te vino la pelota, raudamente, casi encima de la medialuna del área, y raudamente vos la tocaste para el compañero contiguo. Sentido común. Virtud tuya. 


Pero no. No hay caso, es en vano todo. Contra estos no hay caso. Ven técnica, ven clase y ven displicencia, irresponsabilidad. Y la critican sin pudor porque cuentan con el respaldo de cuantiosas mentes formadas de la misma manera. No, Cirigliano, dejate crecer la barba y dale de puntín para arriba. No te olvides, tampoco, de meter, eh. Eso es crucial, no sólo para que no te critiquen, sino para que te elogien. Vos meté, terrible palabra reinante, que te van a elogiar. Tirate al piso, ojo, ni pienses en robarla limpia. Tampoco pienses en acomodarte vos o acomodar la pelota cuando recibís. No. Vos dale de primera. Así de ordinario, así con tan poco concepto. Vos dale así que la gente te aplaude. ¡En sero! Te aplaude si vos le dás sin el mayor pudor. “¡Qué comprometido con el partido este pibe!” “¡Qué responsale, cuántas ganas, este juega con el alma!”, Vos dale y siempre para adelante, siempre para allá, apenas la tengas, bum y a correr. “¡A la carga Barracas!”, celebraran la ‘valentía’ las tribunas y los micrófonos. 


Pero resulta también que en las guerras, aun en “a la carga Barracas”, en algún momento hay que frenar para cargar las armas, para ayudar a un herido, para repensar la estrategia. ¿Y qué es la pisada, acaso, más que otra cosa que adosarle pausa al extremadamente vertiginoso transitar de las jugadas? Eso es pisarla. Y una pausa, aunque sea pausa, dura apenas segundos. ¡Apenas segundos! En serio, aunque suene increíble, eso mismo te critican, Cirigliano, la pisada. No, no la pises más, mirá. Pegale como viene. Si hay un pozo y te pica justo, vos dale, con la canilla, con lo que sea, que el pase –dicen- sigue siendo pase aunque sea dado con la rodilla. No va con vos eso, claro. Pero hacelo, para no ser, según dicen los que micrófonos tienen, displicente…

Roman Exquisito


MONTENEGRO 10

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