23 enero 2012

El Flaco Juan y la vocecita interna


El Flaco Juan se decepciona y se amonesta por haber pensado que quizás esta vez no iba a ser igual la cosa, que esta vez quizás iba a cambiar, porque había llegado un nuevo entrenador y entonces en esa nueva cabeza que arribaba descansaba una esperanza de que la metodología también fuese nueva, pero no, el Flaco Juan se equivocó y por eso se amonesta, al tiempo que confirma que al final la cosa es siempre igual. Llenar el bolso, subirse a un micro y partir para la costa a realizar eso que tanta importancia le dan los entrenadores: la pretemporada, la etapa del año en donde el sudor y los jadeos reinan, y los botines descansan junto a las pelotas, aquellos elementos que hacen que el fútbol sea fútbol y no otra cosa.

¿Y por qué a la costa? En eso piensa el Flaco Juan sin entender mientras inhala y exhala y el entrenador allí en la arena le dice a él y a todos sus compañeros que sigan corriendo, que mantengan el ritmo porque todavía faltan tres horas más de ese mismo esfuerzo, y entonces a no aflojar porque aunque cueste y sea pesado tienen que saber que es un “trabajo útil” para luego jugar bien en el campeonato. Y ese “trabajo útil” se toma su primera víctima y el Flaco Juan observa cómo cae el primer “soldado” que no pudo seguir soportando más tamañas cargas. El Flaco Juan sigue corriendo porque eso mismo es lo que le dice el entrenador, a él y al resto de sus compañeros que amagaron con frenar. Inhala y exhala el Flaco Juan mientras de reojo ve al médico del plantel hablando con el caído y el Flaco Juan entiende que el físico no le dio más, pero luego sabe, porque una vocecita interna se lo va revelando, que lo que lo hizo parar al caído más que nada fue su propia naturaleza de jugador que, encerrada estaba dentro suyo, y en ese mismo momento afloró con todas sus ganas, rogando y suplicando con desgarradores gritos para que por favor parara con ese tormento de nulo sentido futbolístico y ahí, no terminase de morir del todo.

El Flaco Juan sabe que fue eso porque enseguida lo ve recuperado pero simulando (lo conoce bien) ante el médico, una distensión muscular en la pierna derecha. Por eso y porque a él también una vocecita interna le va pidiendo lo mismo, que no sigas con tamaña payasada, que vos no sos atleta, le dice la voz al Flaco Juan, que lo que vos necesitás es tocar y jugar con la pelota porque lo que vos hacés es jugar, le dice la voz, no correr una maratón o unos 100 metros. Todo eso le dice al Flaco Juan la voz interna al mismo tiempo que la voz externa, la del entrenador, insiste en que mantenga el ritmo y en que aguante porque todavía faltan tres horas más de ese mismo esfuerzo.

Y una lucha de decisiones se le presenta en su cabeza. Porque el Flaco Juan está casi seguro de que va a obedecer a esa vocecita interna y no a la externa, porque encima la primera le desliza cosas sensatas. Él sabe que es un jugador y es lógico asimismo que para jugar mejor lo que haya que hacer es jugar. En eso piensa el Flaco Juan cuando se da cuenta de que aquellas cargas que el DT le pide aguantar porque todavía faltan tres horas más de las mismas, no conducen a nada. A lo sumo para correr mejor en la arena, pero a él qué le importa luego correr mejor en la arena. Y se acordó de que ayer tuvieron que correr tres series de 400 metros en la pista del predio y le surge nuevamente la pregunta del para qué, si él tampoco quiere participar en la Olimpiadas. Y a ver, que alguien también le explique por qué encima está cargando una mochila con pesas. Salvo que haya cambiado la reglamentación en FIFA y ahora haya que jugar con esos elementos en los partidos porque sino no entiende el Flaco Juan. No entiende nada de lo que está pasando ahí el Flaco Juan y envidia la fortaleza que tuvo el que simuló la lesión para salvarse del innecesario suplicio y mantenerse fiel a la verdad que ahora también se la reveló a él la vocecita interna que tiene todo jugador, acallada a veces, dormida, por tantos embaucadores con el cargo de DT que consideran “útil” eso que el Flaco Juan no entiende.

Pasa al lado suyo el entrenador y luego de volver a insistir en el pedido de aguantar, se hace el indulgente y los consuela con que a la tarde, o dentro de unos días, aparecerá la pelota, pero que primero hay que trabajar el físico. Y el Flaco Juan se alegra un poco pero emerge otra vez la naturaleza del jugador, la vocecita interna que le trae verdades y, si bien ésta pondera la manifestación del instrumento máximo, no le termina de cerrar lo otro, porque está muy bien que aparezca la pelota pero por qué a la tarde, o dentro de unos días como anunció el entrenador, le dice al Flaco Juan la vocecita interna que le trae verdades. ¿Qué es esa ridiculez de que primero hay que trabajar el físico para luego, sí, poder tocar el elemento que hace que los jugadores sean jugadores? Y ni que fuera gordo, evalúa el Flaco Juan, o mantuviese secuelas de un problema hormonal que hubiese tenido de chico. Si encima él nunca escuchó, piensa mientras el Flaco Juan, de un escritor que antes de poder escribir tuviera que peinarse o vestirse bien, ambas cosas importantes como también escucha por parte de su entrenador que trabajar el físico es importante, pero que nada tienen que ver aquello con escribir, como lo segundo, nada tiene que ver con jugar, según le revela al Flaco Juan la vocecita interna que le trae verdades.

Por qué, también, está viviendo eso, si encima hace poco había escuchado que su entrenador admiraba al Barcelona, y elogiaba también a Mourinho, y al Flaco Juan le habían contado unos amigos que ni el Barcelona ni Mourinho eran afines a esa ridiculez que a él le toca soportar de estar cargando una mochila, corriendo en la arena y saltando sogas mientras un aparatito le mide el nivel de sodio en el cuerpo. Entonces se decide el Flaco Juan a imitar a su compañero que simuló una lesión para, al menos, parar por ese momento y “recuperarse” luego cuando toque jugar , mas enseguida se arrepiente porque él buen actor no es, se van a dar cuenta de inmediato y flor de castigo se va a comer. Pero así no puede seguir, se dice convencido el Flaco Juan, plenamente consciente de lo innecesario que le están haciendo tener que realizar y aguantar porque todavía, dijo el entrenador, faltan tres horas más de ese mismo esfuerzo. ¡Esfuerzo al pedo!, se enoja el Flaco Juan. Y se enoja por ese desgaste inútil pero más también por lo cobarde que está siendo él de no levantar la voz para acabar con esa farsa a la que la vocecita interna que le trae verdades le sacó la careta. Es cobarde y lo sabe, pero también piensa el Flaco Juan que tal vez no convenga rebelarse, en ese caso, en defensa de lo verdadero, porque puede que si lo hace, tal vez, también lo limpien o, lo que es peor, tenga que soportar todavía más cargas de esas que el entrenador le pide que aguante. Y así se quedaría sin esa escasa ración, pero ración al fin, de fútbol que le promete el entrenador mientras intensifica su pedido de no aflojar. Inhala y exhala el Flaco Juan y obedece resignado lo que le pide ese infeliz que no sólo lo hace tener que pasar por ese suplicio, sino que encima lo está despojando, le está sustrayendo, aunque él antes no se diera cuenta, su propia esencia, la autenticidad de sentirse un jugador que juega, para convertirlo, en cambio, piensa el Flaco Juan, en un soldado que corre y mientras aguanta acata las ordenes de su entrenador que así lo considera.

La voz interna que le trae verdades al Flaco Juan se reniega a morir y le suplica nuevamente al Flaco Juan que claudique en la lucha, y que si teme enfrentarse solo ante el entrenador que al menos lo hable con los compañeros para que así, con más fuerza, más voces busquen que el sentido común, la naturaleza del jugador y la verdad triunfen. Y sí, así puede ser, sonríe el Flaco Juan cuando de repente un estridente pitido le revienta el tímpano izquierdo y resuena en seguida la voz de general que le recuerda su posición de subordinado, aquella en la que tanto ayudó a crear la prensa: “¡¿En qué piensa, Morales?! Deje de retrasarse, y ¡vamos corra, corra, corra, que después no le ganamos a nadie!”. Para que termine de enmarcarse así, la triste realidad del futbolista. El jugador que no juega.        

El Flaco Juan se decepciona y se amonesta por haber pensado que quizás esta vez no iba a ser igual la cosa, que esta vez quizás iba a cambiar, porque había llegado un nuevo entrenador y entonces en esa nueva cabeza que arribaba descansaba una esperanza de que la metodología también fuese nueva, pero no, el Flaco Juan se equivocó y por eso se amonesta, al tiempo que confirma que al final la cosa es siempre igual. Llenar el bolso, subirse a un micro y partir para 


El Flaco Juan se decepciona y se amonesta por haber pensado que quizás esta vez no iba a ser igual la cosa, que esta vez quizás iba a cambiar, porque había llegado un nuevo entrenador y entonces en esa nueva cabeza que arribaba descansaba una esperanza de que la metodología también fuese nueva, pero no, el Flaco Juan se equivocó y por eso se amonesta, al tiempo que confirma que al final la cosa es siempre igual. Llenar el bolso, subirse a un micro y partir para

Roman Exquisito


MONTENEGRO 10

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