15 abril 2012

¿Cuándo la pasaste tan bien?



Fulgurantes y potentes, los rayos del sol alumbran tu cuerpo en movimiento en este mediodía de sábado sin olvido. Dotan de un brillo especial la gracia siempre natural de tus gestos sinceros. La gracia de ese gesto tuyo de sacarte desenfrenado la camiseta roja, roja como Independiente mismo, roja como la garganta tuya y roja, también, como la garganta de los tuyos. Te la sacás, desenfrenado, desbordado por la alegría propia de quien rubrica un resultado que además es fiesta e ineludible disparador de otras múltiples alegrías más. Te la sacás y la mostrás. La compartis. Volteada y estirada para que se vean completos el blanco 1 y el blanco 0 estampados en esa tela que los fulgurantes y potentes rayos del sol alumbran en este mediodía de sábado sin olvido.

Lo mostrás y la gente tampoco olvida lo que ese número significa, y las lágrimas ya no se sabe si son por el número en sí, por la simpatía de tu festejo, por tu gol que cerró esta fiesta, por la fiesta misma y entera o por todo eso junto, por Independiente y por Racing. Ese pobre Racing que también te ve corriendo bajo el espectacular escenario que la intensa luminosidad del día, del suceso, de tu golazo, de este 4-1 final y eterno, conforman casi inmejorablemente. Ya está, gritalo, revoleá la camiseta cual poncho de Soledad se tratara, comete esa amarilla que injustamente el reglamento ordena en detrimento de los que celebran con pasión y seguí sonriendo, en eso no pares nunca, feliz bajo los abrazos y las veraces palmeadas que tus compañeros te obsequian con la misma alegría que la tuya. Porque es igual en todos.

Y no pensaste en Racing ahí, según lo que uno piensa al verte así, seguro que no; allá ellos, habrás pensado y bien, allá ellos con sus problemas, con su eterno karma de ver a un diez del Rojo en alzas, cantando, desencajado y con envidiable entusiasmo. Allá ellos, habrás pensado y bien. Al cabo, habrá sido el certero razonamiento, las chicanas vendrían luego. Ese era tu momento para festejar, tu momento para cobijarte y recibir los brazos abiertos del Mariscal y esconderte bajo la máscara de un Diablo, roja y bien roja como tu garganta, como la tela que cubre torsos y te quitaste para flamearla al son del movimiento adrenalínico de tu muñeca izquierda. Era tiempo para eso y nada más. Allá ellos y allá el tiempo, pues esos segundos y minutos, yo sé que no podés mentirte, tranquilamente hubieses deseado que duraran para siempre. Decime, sino, ¿cuándo, en serio cuándo, la pasaste tan pero tan bien? Así estuviste, entonces, bajo los fulgurantes y potentes rayos del sol en ese mediodía de sábado sin olvido. Siendo feliz.   

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