13 noviembre 2011

El Principito que no tuvo tiempo de reinar




Me encuentro en un estado de consternación total. Todavía no lo puedo creer. ¿Por qué Guido? ¿Por qué le tocó a él partir? Si era un chico joven de apenas 22 años, oriundo de Las Parejas, Santa Fe, y un futuro por delante enorme, descomunal debido a sus maravillosas condiciones…

Cuando recibí la noticia se me paralizaron todos los sentidos. Prendí la radio y lo primero que oí fue la palabra muerte. ¿De quién? Y ahí tu nombre. Me golpeó como no creí que lo hiciera. Lo lloré, con lágrimas reales, como si de un familiar se tratara. Tanto que recurrí desesperado a rezar un rosario, a ofrecerte una oración que valiera. Sinceramente, es muy doloroso todo esto. Es espantoso. Horrible. Difícil de aguantar y soportar. Uno desea que salga alguien al televisor a decir que no, que es mentira, que nada de lo que se dijo es verdad, que Guido Falaschi está mal pero no muerto, que todavía no nos dejó y seguro dentro de pronto se va a recuperar y va a volver a subirse a un Ford para correr en TC, feliz, o en la categoría que fuera. Siempre a bordo del volante, dando cátedra, auténtico, haciendo lo que más le gusta.

La única vez que lo vi en vivo a Falaschi fue el año pasado cuando vino a la escuela DeporTEA a dar un seminario junto con Silva y otra chica joven. Prometía mucho. Todos marcaban y le auguraban un futuro descomunal. Fue sancionado con no poder participar de las dos primeras fechas de la Copa de Oro por una dudosa maniobra en la última fecha de la Etapa Regular en Paraná y ni chistó. Efectivamente tenía el suspensor roto cuando chocó y dejo fuera de la carrera a Diego Aventín (el hijo de Oscar, el presidente de la categoría) pero no chistó. Aceptó el castigo y se preparó para la vuelta. No decepcionó. Hoy, el triste domingo 13 de noviembre de 2011, en Balcarse, iba segundo con su Ford, detrás de Mauro Giallombardo, en busca de la victoria cuando ocurrió lo peor. El despiste, el impacto contra esas gomas sueltas que no ofrecieron seguridad, Ortelli y el golpe en la trompa y el más duro después de Girolami cuando salió de la nube de humo y se encontró con Falaschi de frente, sin tiempo de evitar el colapso fatal.

Golpea mucho. No hay exageración en esto. Sólo Jesús y la oración son el único refugio seguro ante tal desgarradora noticia. Ojalá que Dios, María y los ángeles ya lo estén recibiendo con sus brazos calurosos, llenos de amor sincero e incomparable. Y él al verlos, feliz, con su cara de adolescente y hombre de bien, sonriendo y con el casco de carrera bajo el brazo, fuera hacia ellos ya tranquilo. Sin las pulsaciones frenéticas, sin el ruido arrollador de los motores, sin una pista maltrecha, sin las malditas gomas sueltas que le costaron la vida. Ya sin nada de este mundo. Ya feliz, ojalá estuviera allá. Ese es el consuelo que nos queda a los que hoy lloramos a Guido Falaschi, el terrible piloto que apodaban Principito y lamentablemente no tuvo tiempo para reinar.

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