29 noviembre 2011


Antes que todo, hay que decirlo porque sino pareciera que se sostiene otra cosa: este Boca campeón no jugó mal, lo hizo bien. No lindo pero sí bien. Y esto es lo que busca cualquier entrenador, desde Cappa hasta Falcioni. Y disculpen la generalización pero si hay un técnico que busque jugar mal, favor de avisar. ¿Qué Boca fue un poco amarrete en su búsqueda ofensiva? Puede ser, pero en un fútbol como el de la Argentina ya basta con tener una identidad (sea la que fuera), un estilo, y respetarlo siempre, para que se lo reconozca al equipo como a un justo campeón. Se justifican todas las loas que vaya a recibir ante Banfield. No las desmedidas, no las triunfalistas que nacen y florecen únicamente por terminar en la tabla en lo más alto de todo. Esas no. Esas son las del hincha que idealiza, la del medio que exagera y dice que el campeón siempre es el que juega perfecto. Pero de todas formas a Boca hay que felicitarlo y Boca tiene que recibirlas con orgullo pero también agradecerle al resto de los 19 equipos -con contadas excepciones (Tigre, Vélez…)- por hacerle tan fácil el camino al título con sus pobres propuestas.

Decíamos que Boca juega bien, pero igual podría jugar mejor. Sabe qué tiene que hacer y lo lleva a la práctica, pero en ese qué tiene que hacer se guarda cosas. Boca emociona desde el resultado, desde la pasión que despierta conseguirlos dentro de una competencia con tanto público como es el fútbol argentino, pero podría hacerlo también desde el juego. Máxime con la tranquilidad y estabilidad con la que comenzó el campeonato y la poca resistencia de sus adversarios. Nunca terminó de dar ese paso de más que lo hubiera catapultado al rincón de los equipos inolvidables. Y cuidado, porque no tiene nada de malo no sentirse atraído por esto último. Boca quiso ser campeón y a eso fue, aunque se ahorrara bondades.

El primer paso bien dado fue darle continuidad a Falcioni. No porque Falcioni especialmente la mereciera sino porque todo técnico necesita su tiempo de trabajo. No puede ser que si en seis meses no se es campeón o se pierden tres partidos seguidos haya que cambiar de rumbo. Por suerte la dirigencia no cayó, porque encima Falcioni estuvo a punto de hacerlo durante el Clausura de este año, pero el clásico ganado y una buena racha final le permitieron sostenerse. Hoy se ven los frutos de respetar un trabajo.


A Boca también lo ayudó, y muchísimo, la mediocridad de sus rivales. Esto no es su culpa, claro, pero, tuvo la suerte de no encontrar resistencia alguna. Ni siquiera de parte de los escoltas y eso, sumado a las victorias encadenadas fortaleció el ánimo de una manera tal que dio tanta confianza, tanta tranquilidad, que empezó a sentirse imbatible. Eso fue lo que le pasó a Boca. Con tranquilidad todo es mucho más fácil. A veces los medios que se quejan de que no se ve un buen fútbol son los mismos que atentan contra lo que piden. Con eso de poner constantemente en la cuerda floja a los técnicos, de remarcar culpables, se crea un clima tan infeliz que después es lógico que el jugador la reviente para arriba. Proliferan los miedos, las presiones. Boca se salvó de ello. Tal vez haya sido porque la mayoría de los focos estuvieron puestos en River y lo morboso y atractivo que resultaba su andar en la B.

Boca encontró una identidad rápido. Algo primordial y en lo cual algunos clubes no pueden hacerlo durante todo un campeonato. Por eso se ve el fútbol que se ve. Con Riquelme en cancha en las primeras fechas se consolidó como equipo, comenzó a imponerse cada vez antes los rivales, que, de manera proporcional, fueron temiéndole más y más. Luego fueron los resultados y ese envión anímico producto de aquellos el que permitió que la máquina no se resquebrajara ante la ausencia del 10. El equipo ya creía en sí mismo. Perdió jerarquía, desde luego –varios compañeros lo señalaron-, pero no presencia. Fue un equipo más frontal, con menos volumen de juego, que aprovechaba las primeras ocasiones de gol y luego se dedicaba a cuidar la ventaja, dependiendo, además, de raptos individuales de Mouche o el Pochi Chávez en ataque o algún centro que Blando o el delantero de turno pudiera aprovechar.

Pero igual hay que volver con lo mismo: ningún ningún equipo le propuso mucho a Boca y eso, aunque del lado de la Ribera le quiten relevancia, fue fundamental. Recibió un respeto que por momentos parecía exagerado, desmedido. Rivales como Lanús o Belgrano que se entregaron en la cancha sin siquiera luchar como si el de enfrente fuera el Barcelona. A medida que pasaban los partidos Boca fortalecía cada vez más su ánimo, se la creía en el buen sentido, ratificaba la frase de Bianchi (“una victoria llama a otra victoria”), y amparado en ella fue inhibiendo a los adversarios por imposición de nombre y haciendo nada más que lo justo y necesario, porque en este campeonato de propuestas tan bajas, a Boca, con eso, le bastaba.

“Mi idea es no sufrir en defensa, manejar los tiempos del partido y ser eficaces”, pregonaba Falcioni sobre su equipo ideal cuando llegó al club. Un punto clave desde el que se parte para explicar este Boca es el de la solidez defensiva. Explicada fácilmente desde la llegada de Orión a un arco de cuestionamientos constantes tiempo atrás y de Schiavi a la defensa. Es cierto que Schiavi contagió y potenció a los demás, a Insaurralde y compañía, pero no es sólo eso, porque el ex Newell’s mismo fue el que anticipaba también, era él el que rechazaba cuanto esférico merodeaba las áreas propias. Contagió y potenció, pero también actuó y acaso esto fue más importante que aquello. Roncaglia tuvo un campeonato consagratorio, con casi nulas fisuras. Insaurralde mucho más ordenado y menos caótico que antes y Clemente explotó toda su capacidad en los costados al punto tal que alcanzó la titularidad en la Selección.

Otra aclaración: los envidiables cuatro goles en contra no fueron sólo obra y gracia de los defensores y de Orión. Todo el equipo es el que contribuyó para tal inverosímil cifra. Fue una tarea en conjunto. Empezando por los delanteros. Viatri en su momento, Blandi luego, Cvitanich, fueron –como se dice- los primeros defensores. Así mismo lo apuntó Riquelme en el diario Olé: “Para que el equipo esté así, Viatri y Cvitanich tuvieron mucho que ver. Para que se hable maravillas de Schiavi, Insaurralde, Roncaglia y Clemente, fue necesario que Lucas esté en camilla y Cvitanich se haya desgarrado tres veces. Terminaba muerto, pobrecito. Si los puntas dejaran de jugar, para los defensores sería difícil, al Flaco (Schiavi) se le complicaría el Burrito Martínez con pelota dominada”.

Fundamental fue también Leandro Somoza. Junto con Schiavi e Insaurralde formaba un triangulo de contención impenetrable. El costado derecho (Roncaglia-Rivero) aportaba para su tarea y por la izquierda, Erviti se quedaba a auxiliarlo ante las subidas de Clemente (el único lateral con sorpresa). Boca antes sufría ante los ataques contrarios. Ahora cuando perdía la posesión, todo el equipo pasaba la línea de la pelota automáticamente, achicando las líneas y presionando al rival. Esa fue otra costumbre del conjunto de Falcioni: todos trataban de asfixiar la salida contraria moviéndose como un equipo compacto, mandando, además, dos jugadores encima del que tenía la pelota. La recuperación silenciosa que ejecuta también el Barcelona, aunque claro, de otro nivel y eficacia.

Pero todo lo meritorio que tenía en ese aspecto le fallaba un poco cuando debía crear juego. Sin Riquelme fue un equipo vertical, frontal, que atacaba por inercia y sin pensar demasiado. Es cierto que mejoró en la transición defensa a ataque y trataba de imponer esa idea en todas las canchas pero llegaba poco y cuando convertía parecía conformarse y dedicarse sólo a mantener esa ventaja hasta el final. No es que se refugiaba, pero aminoraba la búsqueda. Ya no había afán por aumentar el resultado. Por eso es que tuvo poco goles a favor. No es que no podía convertir más, no quería. Y acá es cuando vuelve a ingresar la subjetividad y los gustos. Era legítima la ambición ofensiva recortada del equipo, aunque no guste a todos. No había ningún derecho a reprocharla más no sea para aprender de fútbol. Boca hacía eso y así le iba bien.


Con Riquelme el equipo manejaba mejor los partidos. Román es, precisamente, un administrador de ritmos, un maestro de la transición. Al ganar en precisión el equipo y tener más pausa, también, era más veloz aunque suene contradictorio. Simeone declaró una vez ante una ausencia de Riquelme que Boca sería más dinámico y veloz. Cuanto menos, la afirmación resulta extraña, discutible e invita a cuestionamientos conceptuales: ¿qué es la velocidad en el fútbol? ¿Es correr más rápido o es manejar los ritmos según los tiempos y los espacios en el terreno? ¿Es tener piernas que puedan avanzar la mayor cantidad de metros posibles en la menor cantidad de tiempo posible o es hacer que la pelota viaje a uno o dos toques de un sector a otro de la cancha? Esto último hacía Riquelme en el equipo y en esto último consiste la velocidad en el fútbol.

Pero bien, marcábamos antes el enorme avance defensivo, ya sea desde la tenencia de la pelota o desde el achique de líneas, pero arriba tuvo un déficit que pocas veces pudo resolver. Cvitanich y antes Viatri en el comienzo del campeonato no atacaban los espacios ni provocaban desmarques que rompieran líneas. Ambos tenían la tendencia de bajar a pedir la pelota en la puerta del área y de espaldas al arco en lugar de ir a buscarla al espacio libre, centralizando así, los ataques. Boca no generaba circunstancias para llegar al gol, no las provocaba, pero sí las aprovechaba. En ese sentido fue muy eficaz y trató de mantener esa característica hasta el final. Como todo, ya alcanzaba para lograr el objetivo.

Eso fue Boca: un equipo pero con jugadores que, sacando a Riquelme, se aferraban prolijamente a un libreto, e interpretaban su papel a la perfección, (Clemente como lateral que pasaba al ataque, Roncaglia como central que se cerraba para conformar la línea de tres cuando aquel incursionaba en campo contrario, lo mismo Erviti juntándose con Somoza… etc). De adelante hacia atrás y viceversa, las líneas se movían juntas y compactas. Mucho había que hurgar entre ellas para encontrar alguna grieta en la cual ocasionarle algún daño.

Para Falcioni un equipo que defiende bien es la base del éxito. Trabajó (más bien practicó, ejercitó; no debería usarse la palabra trabajar en un juego como el fútbol) mucho para lograrlo. El paso siguiente debería ser soltarse un poco más, tener más fluidez, mayor ambición ofensiva. Porque podía tenerla, pero no quiso. Y es legítimo, se insiste. Hubiese sido interesante ver qué pasaba con Boca si Vélez no hubiera perdido a sus figuras o si Racing hubiera sido más ambicioso.

Fue un justo campeón porque no hubo ningún otro equipo que pudiera arrebatarle el trono, pero como bien marcó Latorre, en el contexto de un torneo mediocre: “Uno a veces le otorga a un equipo, dentro de un fútbol pobre, por afán de ser sensacionalista, méritos desmedidos, y se da un derroche de elogios. Entonces, cuidado con las exageraciones. El campeonato argentino es un campeonato desopilante. El torneo que viene, por ejemplo, lo puede ganar cualquiera por eso no hay que ser tan sentencioso”. Y cuidado, ese “lo puede ganar cualquiera” no hay que entenderlo como una virtud de nuestro torneo, como si fuese el más emocionante del mundo porque todos pueden ser campeón, como algunos técnicos lo presentan. Es un punto negativo que cualquiera pueda ser campeón. Cualquiera puede serlo porque ninguno tiene una identidad, ninguno se anima a jugar, ninguno busca un estilo, y aquel club que, por alguna loca razón, se le ocurre mantener a un técnico, mantener un plantel, encontrar una idea, un estilo, se termina imponiendo. Boca hizo eso. Mantuvo a su técnico, buscó y encontró un estilo rápidamente y lo trató de mantener en todas las canchas. Habrá quienes no adhieran al mismo, pero por lo menos algo buscó. Y tan sólo por eso se justifica que se lo califique como un justo campeón. Por algunas virtudes propias y por las abundantes limitaciones de sus adversarios.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Si no opinás no sé que te pareció

Roman Exquisito


MONTENEGRO 10

MONTENEGRO  10