16 noviembre 2011

La prioridad pasa por otro lado


“Insiste e insiste con lo mismo Sabella. Siempre Sosa. ¿por qué no llama a Augusto Fernández que corre 180 metros por partido?”. El desaforado reclamo por el jugador de Vélez lo escucho de un compañero mío en la facultad que se desligó completamente de su rol de periodista y se encarnó en el típico hincha que exige (no sugiere) y siempre sin fundamentos. Cuestionar al técnico de turno es una costumbre más antigua que la Biblia. No se sabe por qué, pero alguien que no pertenece propiamente dicho al mundo del fútbol se cree más capaz que el que sí lo está, como Sabella. Y si uno le pregunta: “¿Vos te pensás que sabés más que Sabella que trabaja de eso y todo el tiempo debe estar analizando variantes?” Contesta que no, que obvio que no, que más que Sabella o cualquier otro técnico no. Pero aún así critica y propone convencido de que si cumplen su pedido Argentina va a ser campeona mundial. Es risueño casi, sinceramente.

Sosa no es mal jugador. Tampoco lo es Guiñazú, ni Braña u otros tantos cuestionados. Incluso Demichelis. Malos no son. Así que detenerse en el tema de los nombres para explicar los desencantos o los malos rendimientos es perder el tiempo. Aclarado esto, pasemos al tema del esquema, a la estrategia, acaso el punto más criticable al menos para quien esto escribe. Los grandes equipos son aquellos que tienen una identidad fácilmente detectable, visible, y no sólo la muestran en todos los encuentros sino que además la imponen. Barcelona es el caso cumbre. Los conjuntos de Bielsa, sino, otro ejemplo. Hasta ahora, Argentina no sólo no pudo imponer su idea, sino que ni siquiera se sabe cuál es. Se acepta la razón de que cada rival es diferente y es este el que determina, a veces, ciertas modificaciones en el modulo táctico. Pero lo de Argentina ya es demasiado. Cambia sistemas y cambia estratégicas y como bien marcó Fernando Pacini antes del partido contra Bolivia: Variar de sistema táctico, acomodando cada línea dependiendo del rival y de las complejidades propias de cada juego, suele verse positivamente, como una expresión de versatilidad y pragmatismo. Una cosa es corregir y adaptar en función de cada escenario, pero partiendo siempre de un molde conceptual, y otra diferente, es que el cambio constante sea el molde. Y aún cuando sea inevitable cambiar demasiado, es mejor que el futbolista no sea plenamente consciente de las muchas variantes; no transferirle la angustia de explorar lugares desconocidos.”

Si uno se fija en los distintos equipos usados en la eliminatoria va a notar que nunca repitió a la defensa. Que contra Chile pobló el mediocampo con Sosa, Braña y Banega; luego ante Venezuela eligió a Sosa, Zabaleta, Mascherano, Rojo y Di María (en ese polémico sistema 3-5-2); contra Bolivia jugaron Gago, Mascherano y Álvarez; y ayer contra Colombia, Sosa, Braña, Mascherano y Guiñazú. Es decir, siempre se paró un equipo de acuerdo al rival de enfrente y no de acuerdo a una idea uniforme de juego.

Entonces, esto es lo que fundamentalmente hay que definir ahora. Podrán sugerirse otros mil nombres más para cada puesto. Cada argentino tiene sus gustos. Braña o Banega o Gago o Mascherano o Rinaudo o… Todos son buenos y del mismo modo válidos. Pero con este o con aquel el foco no debería cambiarse puesto que con cualquiera de los nombrados Argentina debería imponerse ante el rival. Por eso, es detenerse en algo insignificante, o al menos, no tan relevante como la definición de un estilo de juego. Una vez resuelto esto, ahí sí ver cuál nombre es más apto o útil que otro. Pero nombrar jugadores por nombrar, como mi pasional compañero de facultad, hay que aclarar, que absolutamente no lleva a nada. 


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