22 mayo 2011

Cómo querés que te comprendan si no sos de este mundo



Lógica, la duda al principio se presentó inevitable. El escepticismo reinaba ampliamente. No hubo nadie que de entrada creyó que aquél extraño era quien decía ser. La mayoría lo tildó de loco, era de esperarse igual. A otro sapo con ese cuento. Alto, pelo largo, ondulado y castaño oscuro, una barba prolijamente recortada y una sonrisa distinta a todas, nueva, que no le cambiaba
nunca. Eso fue llamativo. Pese a los desagravios, a las burlas y a las sobradoras miradas de pena que se clavaban sobre su ser, siempre se mantuvo inalterable, lo que hizo que aumentaran las razones para considerarlo un verdadero demente.
Pero no, realmente era el mismísimo Jesucristo bajado del cielo, quien venía, como había prometido hace aproximadamente 2.000 años, para el juicio final. Pero antes se quería sacar las ganas y experimentar eso que sus hijos disfrutaban tanto. Quería jugar, vivir la pasión inigualable (según escuchaba) del sonido de la pelota en contrándose con la red, y emocionarse, con el inmediato grito desaforado en las bocas deformadas de júbilo por ese hecho. Él lo veía desde arriba cada fin de semana pero jamás lo vivió y a eso vino, pues. Hubo gente, la que se oponía a su participación en el torneo, que revisó el reglamento buscando un punto que contemplara casos como ese. Pero al no existir inciso alguno no hubo reparos para poder inscribir a Jesús.
Cuando le preguntaron en qué club quería jugar, dijo que le daba lo mismo pero que le iba a dar el gusto a su amigo Lorenzo Massa que en el cielo lo tenía dale que dale con San Lorenzo. Curioso el destino quiso que esa fecha, casualmente, el rival del Ciclón sea Independiente, sí, los Diablos Rojos, ni más ni menos.
Con el cartel de salvador, las autoridades de San Lorenzo recibieron a Jesús con mucha alegría y le contaron que en ese momento el equipo pasaba por un mal momento así que era imperioso conseguir una victoria ante los de Avellaneda. Cuando le preguntaron en la práctica en qué puesto jugaba, Jesús comentó que no sabía pero pidió que lo pongan en el lugar en donde pudiera servir más a sus compañeros. Sin entender mucho, el entrenador le dio una pelota para ver cómo se manejaba, quedó deslumbrado e inmediatamente lo confirmó como titular, le dio la 10 sin pensarlo y también la cinta de capitán. No podían perder.
El domingo siguiente la cancha entera de San Lorenzo explotaba. Y no sólo en las tribunas habían ojos expectantes de la actuación de Jesús, las nubes y el cielo todo se llenó de ángeles y santos, entre ellos Lorenzo, claro, prestos a ver el debut de su Señor. Ingeniosa como ninguna, la hinchada local, además de las habituales banderas azulgranas, llevó cruces de telgopor, rosarios, estampitas, y se preparaba para recibir al equipo cuando saliera por el túnel con Jesús a la cabeza, con ramos de olivos. Entre las tribunas, además, había algún vivo de los de siempre vendiendo botellitas de agua bendita, “indispensables para que Jesús se ilumine y la rompa”. Había curro hasta en eso…
En la primera pelota que paró Jesús, el estadio estalló en aplausos. Fue un cambio de frente imposible, de esos que la cabeza del ejecutor sentencia internamente “no llega, lo maté”. Jesús llegó y la paró de pecho con tanta calidad que fue más bello incluso - valga el riesgo de la comparación- que el segundo gol completo de Diego a los ingleses. Así que imagínese… (si puede). Se le notaba de sobra la calidad al Señor pero nunca se podía ver sus dotes en su máximo esplendor porque tocaba la pelota de una. Es cierto lo que dice Valdano, “jugar bien al fútbol es tocarla mucho y tenerla poco”, pero la gente le rogaba esta vez que tenga la número 5 un poco más, que no la largara tan deprisa. En esa instancia ya, el resultado del partido pasaba a un segundo plano, lo maravilloso era ver cómo paraba la pelota Jesús, cómo rotaba sobre ella cual Valderrama, y cómo ponía la bocha en lugares inimaginables. Otra que Riquelme. Pero el tema es que la soltaba al toque, generoso a más no poder.
En una jugada, sin embargo, entró al área con pelota al piso y cabeza levantada, no por elegancia, sino por lo dicho: para ubicar rápidamente a un compañero. Pero no había nadie, entonces decidió seguir, hasta que desde atrás, de repente, apareció la pierna siempre presente del “Muro” Aguilar, quien, limpiamente y sin falta, envió la bocha al córner. Jesús cayó y el árbitro, estrepitoso, acercándose corriendo y apuntando con el dedo índice el punto blanco del área, marcó penal.
Hacía una rueda entera que a San Lorenzo no le cobraban uno a su favor pero Jesús, de todos modos, se levantó sorprendido por el fallo y le explicó al árbitro que él se cayó solo y que Aguilar además era un buen tipo. Indiferente sobre la calidad moral del 2 de Independiente, el juez, no obstante, anuló el penal y ordenó saque de esquina, como correspondía realmente.
Fue tal la bronca que le agarró al técnico de San Lorenzo que hasta se le soltó un insulto con Jesús como destinatario, pero inmediatamente arrepentido por el exabrupto se calló y miró al cielo temeroso de las consecuencias. Pese a haberlo dicho en voz baja, el 10 oyó y antes de ejecutar el tiro de equina le mostró a su entrenador, bajo dos ojos llenos de misericordia, el perdón que aquel, por temor, rogaba. Bastó una mirada. Una mirada de Jesús. Ya lo vivió Pedro también.
El centro fue perfecto pero no hubo gol porque el “Tanque” Perrone cabeceó deficientemente. El 9 de San Lorenzo se maldijo y le espetó a Jesús que lo tirara olímpico y que haga el gol directamente, si total era capaz de eso. Debido a esto, el “Flaco” Sirenne se le acercó, para, doctrinario como siempre, explicarle que lo ocurrido le puede servir como moraleja para la vida: está muy bien encomendarse a Jesús y esperar que él resuelva todo, pero parte del regalo que nos dio consta en eso, que también nosotros participemos.
Otra de las cualidades que tenía Jesús es que estaba siempre en todos lados. Igual que Di Stéfano. Podía estar metiendo un pase celestial en la medialuna del área contraria y de inmediato estar cortando en defensa un arrebato del 9 de Independiente que se escapaba de contra y de cara al gol. Así, entonces, nadie se sorprendió cuando en otra jugada posterior paró en la línea un disparo con seguro destino de red de un mediocampista visitante con el arquero del Ciclón ya vencido. La gente de San Lorenzo lo gritó como un tanto y así también reaccionaron sus compañeros que enseguida se le acercaron para felicitarlo por la heroica salvada. Sin embargo, sí, otra vez sin embargo, Jesús hacía el gesto de no con la cabeza y llamaba al juez del encuentro para manifestarle que la había frenado con la mano por lo que en realidad debía haber sido gol y además, expulsión para él. Un poco conmovido por la sinceridad de Jesús, el pito le perdonó la roja pero le mostró la amarilla y cobró penal para Independiente. La misma gente que antes del partido vitoreaba y alentaba ilusionada en que por fin llegaba alguien que iba a levantar a su querido club era la que ahora ya no le causaba ninguna gracia las actitudes del mesías en la cancha. “Estafador”, llegaron a gritarle algunos. “Si sos el hijo de Dios amagá a todos y hacé que ganemos de una buen vez, che”, lo provocaban, otros. Contagiados por los que tomaron la iniciativa del descargo verbal, los pocos desaforados cada vez fueron aumentando más y más. Jesús, un poco contrariado porque no esperaba que haya sido así su debut, miró al cielo y le suplicó al Padre que perdone a los descontrolados porque el fútbol, evidentemente concluyó, les sacaba de adentro lo peor de ellos mismos. Para colmo de males, tras la orden del juez, Independiente metió el gol y se puso en ventaja. Trinaban de bronca los fanáticos azulgranas y empezaron a colgarse del alambrado para hacerla más evidente.
Tras algunos pedidos del capitán, y del entrenador, la calma fue volviendo lentamente al estadio y el partido se pudo reanudar. Pero cuando Jesús, minutos más tarde, quedaba solo con el arquero y paró el juego agarrando la pelota con la mano para preguntarle al asistente por qué no había levantado la bandera si había sido offside, la gota rebalsó el vaso y el estadio entero se convirtió en una caldera. Ni se ejecutó el tiro libre a favor de Independiente, quedó todo suspendido ahí, el enojo de la gente que no toleraba más el accionar del supuesto redentor del club, se impuso. Jesús no jugó nunca más al futbol y regresó al cielo de inmediato, de vuelta con sus ángeles y santos, su paz y tranquilidad.
Otra vez Valdano y el fútbol como metáfora de la vida. No hubiera pasado nada, no hubiera habido ningún escándalo, si el mundo, por lo menos, pensara que en la vida hay cosas más importantes que el futbol. El juicio final quedó para otro día. Todavía los hombres tenían varias cosas que aprender...

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