11 mayo 2012

No hay


Federico pone un poquito de azul acá y un poquito de amarillo allá y queda verde en la unión y no le molesta porque justamente eso mismo quiso conseguir. Un poco más de rojo, mezclado con blanco y un poco de amarillo, y ahí está la pierna. Claro, las dosis no son las mismas de un lado que del otro. Tampoco la cantidad de cada color en cada mezcla. Por eso es un poco, primero, y por allá, después un poco más, y por acá. Y así en todas las zonas de ese rectángulo que en ese momento más que rectángulo es el mundo entero. La zona en donde, por ese instante, las preocupaciones sólo lo abarcan a él y a la cantidad de pintura que en una zona debe depositarse según la idea de esa cabeza que lleva a cabo todas las acciones llenas de pasión y alegría. Es un instante. Es el instante. Y en ese instante esa cabeza de ese cuerpo cuyas manos van de aquí para allá, idealiza, se llena de pasión, de entusiasmo. Imagina metas. Imagina llegando a esas metas. Sueña. Se ilusiona. Y piensa Federico, mientras tanto, una pregunta que también pensó otras tantísimas veces en otros tantísimos instantes como ese. 

¿Hay algo más lindo, acaso, que la palabra ilusión? ¿Que lo que la palabra ilusión significa? ¿Hay algo más lindo, acaso, sino, que el término pasión? Y aunque signifiquen cosas distintas cada una, ambas, confluyendo, son los sostenes por los cuales quien persigue con ardor sus sueños, no cae. Incluso, por más utópicos que resulten éstos. Si como alguna vez dijera Galeano, las utopías sirven para seguir caminando, ¿hay algo, entonces, en ese sentido –hace la conexión Federico-, más lindo que el vocablo utopía?

Si la vida es un sueño, por qué no soñar entonces si en los sueños es donde uno más se encuentra a sí mismo. O al menos, en donde las emociones de cada uno alcanzan su punto de mayor intensidad. ¿Por qué no soñar y que la vida toda esté impregnada por ese cénit sentimental? “Lo mejor que tienen los sueños es que se pueden hacer realidad”, obsequió el barón Pierre de Coubertin, impulsor de los Juegos Olímpicos de la era moderna. Juegos, justamente -y que continúan estando aún hoy-, repletos de almas y cuerpos que lucharon y luchan por sus sueños. Al cabo, el fin más universal que tiene la vida: perseguir con galopante palpitar en busca de satisfacer anhelos.

Descubrir esa meta lo cambia todo. Absolutamente todo. Marca una dirección y un objetivo. Así lo sentencia Federico en medio de su apasionante accionar. Sólo resta descubrir aquello que Ken Robinson llama El Elemento, el sitio en donde confluyen las cosas que a uno le encantan hacer con las que se le dan bien. La asombrosa mixtura de capacidad y entusiasmo. Habilidad y pasión. Para perseguir una ilusión, una utopía, un sueño, da lo mismo el término, evalúa, sensato, Federico.

En una extraordinaria charla con un cineasta, el alma de Pep Guardiola habló y gran parte de lo que habló el alma de Pep Guardiola le viene a la mente a Federico. “Sólo tengo una cosa que me imputo: estimo mi oficio. Tengo pasión por mi oficio. Créanme. Lo adoro. Lo adoraba cuando jugaba, lo adoro ahora cuando hablo, lo adoro cuando estoy con gente discutiendo sobre esto o aquello”, dijo el alma de Pep Guardiola, al tiempo que siguió: “Al final todo se reduce a instantes, en cada una de nuestras profesiones y nuestros oficios, todo acaba en un instante. Los trabajos que tenemos siempre tienen un instante que nos satisfacen plenamente. Que disfrutamos, que nos da alegría. La pasión que siento por mi oficio, imagino que es la misma pasión que tienen ustedes por sus profesiones, y toda la gente: médicos, panaderos, doctores, maestros de escuela, albañiles, como era mi padre. Cualquier persona. Llega un momento en sus oficios y yo reivindico ese momento en sus oficios. Yo reivindico el amor a este oficio. Yo amo mi trabajo por este instante”.

Por ese instante en que, al igual que en los sueños, la intensidad sentimental alcanzada justifica todo. El más absoluto de los todos. Por más negativos y desalentadores que sean durante el sendero, considera Federico. Porque ese momento, al cabo, es lo que define a cada uno. Constituye la esencia de cada uno. “Los componentes del Elemento son universales aunque se manifieste de distinta forma en cada uno”, insiste Robinson. El Elemento es aquello que descubrió Pep Guardiola y que le permite desbordarse de entusiasmo cuando piensa en él. Porque no se imagina haciendo otra cosa alejado del fútbol. Allí está su habilidad y allí está su entusiasmo. Su pasión. Allí es donde sueña cada día.  

“Aquel momento es el que le da sentido a mi profesión. Y entonces podrán decirme: ¿Es suficiente? ¿Es poco? ¿Es mucho? Es lo mío. Es lo que me corresponde. Es esta pasión (aprieta el puño) que no sé donde la agarré. No sé de dónde viene. Pero tengo esta pasión. Y la tengo ahora como la tenía cuando era pequeño, y que me llevó al pueblo para competir. Y me pueden preguntar, de dónde vino esta pasión, y no lo sé, pero me ayudó muchísimo”, continuó Guardiola antes de sugerir, sincero, potente, esperanzador: “Y no olviden nunca que si nos levantamos muy muy temprano, sin reproches ni excusas, y nos ponemos a trabajar, somos imparables. Créanme que somos imparables.” Y esa meta que aparentemente es utópica, finalmente se verá, piensa en medio de su ardor Federico, que no es tal. Y si así lo fuese, de todos modos, se agradecería nuevamente la existencia del vocablo utopía, porque permitió caminar con hondo placer en búsqueda de ese sueño -siempre distinto en cada uno- que le dio sentido al andar. 


Por eso, mientras los pelos del pincel dejan su carga en el lienzo y mientras Federico piensa, llega a la conclusión de que no cree. De que no cree que haya, de verdad, términos algunos más bellos y reconfortantes que las palabras ilusión, pasión y sueños. O que le digan a Federico, sino, dónde encontrar algo más lindo. Él ya concluyó, certero e inapelable, que sencillamente no. No hay.

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