21 mayo 2012

Una semana


Paco tenía ganas de hablar. Paco suele pasar bastantes momentos callado, pero cuando Paco habla, al menos, habla bien. Y largo rato. Así mismo fue el otro día cuando tenía ganas de hablar. Me dijo, entre serio y enérgico, como él se pone cuando anda en esos momentos de fluidez dialéctica, énfasis más, énfasis menos, lo siguiente:

- De verdad, escuchame, hay que hacer eso. Te lo aseguro, sería el comienzo a varias soluciones. Se tiene que hacer realidad esa frase que tanto se exclama y nunca se cumple. ¡Paren las rotativas! ¡Deténganlas! Imaginate lo que sería una semana, mirá lo que te digo, una semana, sin noticias. Imaginate. Toda una semana para ocuparte de vos mismo, apenas, y de los que te rodean. Cosas que parecen tan elementales pero que, seamos sinceros, nadie hace con la prioridad que, creo, se merecen. Analizamos, contamos y criticamos todo el tiempo a los demás que ya nos olvidamos de nosotros mismos. Capaz es un poco inhumano lo que estoy diciendo, depende cómo lo interpretes, pero atendeme, en serio, imaginatelo bien, porque necesito que te lo imagines bien, una semana en donde no haya líneas que se publiquen, audios que suenen, imágenes que se vean, sobre un acto político, un ataque en medio oriente, una crisis económica en Europa, los cambios que va a hacer el técnico del puntero del campeonato para la fecha siguiente o cualquier otra noticia de espectáculos. Imaginate acabar, tan sólo por una semana, con esa sobredosis de información que nos invade a cada momento. ¡Porque cada vez es mayor! ¿No te estás dando cuenta? A todo momento una información, a todo momento la actualización de esa información, a todo momento gente comentando esa información y también la actualización por Twitter, por Facebook, por todos lados. Y ya ni se considera si esa información merece tamaño despliegue. No, ni se considera. Pero es noticia y parece que las noticias se inventaron para llenar los silencios de la vida. ¿No te estás dando cuenta de este escenario que abruma? Por eso, imaginate, de verdad, una semana sin todo eso. 


Jaime Roos, cantante uruguayo que junto a su hijo hizo la película 3 millones -¿la viste vos? El otro día traté de bajarla y no pude, pero en fin...- Roos, como te decía, declaró el mes pasado en una entrevista de temática futbolera pero que excede a ese rubro lo siguiente: “Yo quiero que algún día se detengan las rotativas. No hay tiempo para concentrarnos en lo que realmente ha sido importante. Que se detengan las rotativas, así aprendemos a disfrutar”. Esa frase es una caricia para estas pobres almas de este tiempo, te lo digo en serio, para estas almas asfixiadas de tanto análisis, tantas publicaciones. Almas desprovistas de tiempo para, como dice Roos, disfrutar. Dis-fru-tar… ¿Me vas entendiendo ahora?

Mirá, pensá, sino, ¿sabés de lo que te podrías encargar de hacer esa semana? De arreglar tu vida, vaya cosa. El filósofo español Ortega y Gasset, exiliado en este país en la década del 40’, observaba que era raro encontrar a un argentino “que tuviera puesta su vida primariamente en vivirla”. Mirá vos, che, ¿en serio?, te preguntarás, pero resulta que pocas cosas tan atildadas recuerdo haber leído últimamente. Imaginate, por eso, una semana para detenerte a observar las bellezas de la vida –lo que uno hace, generalmente, cuando noticias no hay. Para mí Gasset está en lo cierto. En su libro Los hijos de los días, de Eduardo Galeano -no sé si lo tenés, de paso te lo recomiendo. Yo lo compré el otro día cuando lo vi en un kiosco en Marcelo T. de Alvear, de pedo lo vi, mirá, por suerte- Buen, Galeano, otro uruguayo amante del caminar paciente, del transitar sin apuro, interesado por parar con la vertiginosidad actual, cita en ese libro un hecho que la organización del tiempo colocó en 2007, pero que para el caso da igual. Para que acá lo encontré. Ocurrió lo siguiente: un violinista, en un subterráneo estadounidense, se apoyó contra la pared, junto a un tacho de basura, y comenzó a tocar obras de Schubert y otros clásicos durante 45 minutos. “Mil personas –cuenta Galeano- pasaron sin detener su apurado camino. Siete se detuvieron durante algo más de un instante. Nadie aplaudió. Hubo niños que quisieron quedarse, pero fueron arrastrados por sus madres. Nadie sabía que él era Joshua Bell, uno de los más virtuosos, más cotizados y admirados del mundo. El diario The Washington Post había organizado este concierto. Fue su manera de preguntar: -¿Tiene usted tiempo la belleza?”. Terrible, ¿viste? Y no, ¡no hay tiempo!, es lo que te digo. Y para nosotros que somos periodistas te diría que casi menos, porque en simultáneo con ese hecho, otras noticias andan sucediendo y vos tenés que nutrirte de ellas por la maldita obligación moral que tu oficio te exige. “No hay nada más viejo que el diario de ayer”, reza una máxima periodística y de nuevo a lo de Roos, si eso de ayer fue maravilloso, no se lo puede disfrutar, ¿me entendés?, porque otras noticias de otros calibres, de otras intensidades ya se la comieron, la deglutieron. ¿Parar, disfrutar, detenerse a sentir? ¿Qué es eso? ¡No se puede! Mirá, esperá, otra cita de Galeano: “A ritmo de vértigo, el día de hoy se hizo mañana, y el día de ayer fue enviado a la prehistoria”. Escuchame, en serio, mirá todo lo que te estoy diciendo. Imaginate una semana como la que te planteo. Una semana sin vértigo, una semana sin actualizaciones.

Acá en mi escritorio tengo algo bajo el vidrio que leí una vez y de vez en cuando vuelvo a ojear. “¡Cuán poco necesita el hombre para vivir satisfecho y tranquilo cuando las necesidades ficticias y las vanidades del mundo no lo han hecho esclavo de mil gustos nocivos e innecesarios, de mil ridiculeces y de un sinnúmero de costosas bagatelas…!”, clamaba, enormemente claro, Marcos Sastre. Una semana sin noticias, constituye también, una semana sin la esclavitud provocada por las noticias que no son noticias, de esos “mil gustos nocivos e innecesarios, de mil ridiculeces y de un sinnúmero de costosas bagatelas”. Vos decís, claro, ignorá eso que no te gusta. ¡Pero es que no podés! Porque por osmosis uno termina enterándose de que la amante de tal había dicho que no sabía que ese tal estaba casado. ¡Por osmosis! Imaginate, por eso, una semana también sin eso.

Hace un tiempo leí un artículo traducido del New York Times que, obviamente, guardé para que no sea una víctima más de los olvidos colectivos producidos por este vértigo actual. Decía y dice el título del mismo si no recuerdo mal: “Ahogados en la información, faltan grandes ideas”. Y cosa muy cierta decía en toda la nota. Pará que te la busco bien, para que te diga más de la misma. Mirá, acá está, acá la tenía a mano. Escuchá cómo empieza, escuchá: “Las ideas ya no son lo que eran. Hubo una vez en que podían encender las llamas del debate, estimular otros pensamientos, alentar revoluciones y, sobre todo –escuchá bien- cambiar las formas en que veíamos y pensábamos el mundo”. Hubo un tiempo dice, y es cierto. Y dicho escenario, tal como lo plantea el título, lo ahogó la sobredosis de información. Atendé: “Si ahora nuestras ideas parecen menores no es porque seamos más obtusos que nuestros antepasados, sino porque las ideas ya no nos importan tanto como antes”. ¡Porque no hay tiempo! Y sigue: “Ahora las ideas que no pueden monetizarse de inmediato tienen tan poco valor intrínseco que es menos la gente que las genera y también son menos los medios que las difunden”.

Después explica un poco cómo lo visual le fue ganando a lo escrito y todo eso, pero prestá atención, acá está lo que te digo, claro que no habla expresamente de las noticias pero cierta relación guarda con lo que te digo: “Aunque la verdadera causa de un mundo que ha dejado atrás las ideas puede ser la propia información. En momentos en que sabemos más que nunca antes, pensamos menos en ello. Gracias a Internet tenemos acceso de inmediato a todo lo que podríamos querer saber. En el pasado, sin embargo, reuníamos información no sólo para saber cosas, sino también para convertirla en algo más importante que los hechos, en ideas que daban sentido a la información”. ¿Vos podés decirme, fehacientemente, cuánta gente recibe información y hace algo útil con ella? La pereza es una de las razones, pero la otra es la sobredosis que pido frenar por lo menos, aunque sea, si es posible, por una semana. Una semanita. Mirá, seguí esuchando: “Nos vemos inundados de tal cantidad de información que no tendríamos tiempo de procesarla por más que quisiéramos hacerlo, y la mayor parte de nosotros no lo quiere”. ¡Ahí está, vez! Te tendría que prestar este artículo para que lo fotocopies, es genial: “La suma es agotadora…”. A-go-ta-do-ra. “…qué hace cada uno de nuestros amigos en cada momento, y qué hará al siguiente; con quién sale Jennifer Anniston, qué video es el más popular en Youtube en este preciso instante”, y a eso agregale todo lo que te conté antes, que ya incluso en materia deportiva alcanzan para explicar esta asfixia: quién se peleó en el vestuario con quién, cuántos partidos lleva jugados tal en el año, cuándo fue la última vez que tal equipo ganó en tal cancha, la cantidad de esquemas que utilizó tal en el campeonato, el calendario que se le viene a la selección, informaciones de la fecha de básquet, tenis, rugby, polideportivo, y las inmediatas actualizaciones de todas esas y más informaciones, etc, etc, etc. Y eso en un día. O en una mañana. Y en un solo medio. Te pago lo que sea si me encontrás un tipo que se lea un diario entero, uno sólo, absolutamente de punta a punta. ¡Es imposible! No vas a encontrar. Y esa cantidad de hojas vuelven a entregarse al día siguiente, y al siguiente y al siguiente. “En efecto, vivimos en el nimbo de una ley de Gresham de información en la que la información trivial desplaza a la importante, pero también se trata de una ley de Gresham de ideas en la cual la información, trivial o no –como te decía, ya ni importa esto, importa que sea noticia- expulsa a las ideas”. Y una semana es lo que te pido yo, nada más que una. Seguí escuchando: “Preferimos saber a pensar porque saber tiene más valor inmediato. Nos mantiene al día, nos mantiene conectados”. ¿Y? Estoy enterado de todo. Pum. Me convierto de repente en ese tipo que te dije que buscaras que se lee un diario entero. ¿Y? ¿Qué hago con eso? Estás más agotado que viejo subiendo por la escalera al 10° piso, ¿y? ¿qué hacés con eso? Nada. Ya no te queda energía. ¿En qué tiempo uno creaba más cosas? ¿En qué tiempo, a ver, pensá y decime, uno pensaba más? Porque yo te hablo de crear, de creatividad y para eso necesitás pensar, es decir, usar todas las energías en eso. ¿Eh, cuándo? Cuando uno era chico, cuando a uno las informaciones no lo abrumaban. ¿Vos te acordás de esas semanas? Apenas uno se enteraba de cómo le había ido a su equipo. Se enteraba, también, de que un avión impactó contra unas torres altas. De lo fuerte se enteraba, sí, de lo que valía la pena se enteraba. Pero era: esta semana pasó esto y esto. Las noticias eran noticias cuando causaban real impacto. Llegaban a su mundo de preocupaciones escasas, también escasas noticias, pero fuertes, eso es lo que quiero decir. Porque ojo, yo no pido desterrar las noticias, pido acabar con la sobredosis de noticias. A todo rato, a todo momento, de lo que sea, en su más absoluto sentido de lo que sea.   

Líneas más abajo, volviendo al artículo este de The New York Times, me acuerdo que lo había leído algo…, a ver, esperá. Decía algo sobre… Acá, sí, esto, acá está: “Un amigo se preguntaba, por ejemplo, dónde estaban los John Rawl y los Robert Nozick, los filósofos que podrían elevar nuestra política. Sin duda se podría argumentar lo mismo en relación con la economía, donde John Maynard Keynes sigue siendo el centro del debate casi ochenta años después de haber propuesto su teoría del estímulo gubernamental. Todos los pensadores son víctima del exceso de información”. Como tantas cosas que hice propia, me apropio también de esta última frase y te la repito para darle la fuerza que se merece: todos los pensadores son víctima del exceso de información. Vos me decís que no, que eso no es así y acá también hay respuesta para eso: “Sin duda habrá aquellos que digan que las grandes ideas han emigrado al mercado, pero hay una enorme diferencia entre los inventos que generan ganancias y las ideas intelectualmente desafiantes. A algunos emprendedores, como Steven P. Jobs de Apple, se les han ocurrido algunas ideas brillantes en el sentido de invención de la palabra. Estas ideas podrían cambiar la manera en que vivimos, pero no la manera en que pensamos. Son materiales, no conceptuales”. Y así es como finalmente acaba: “En el futuro habrá más y más información, montañas de ella. No habrá nada que no sepamos. Tampoco habrá nadie que piense al respecto. Piense en eso”.

Mirá, está bien, yo también te entiendo, me das a decir que soy un exagerado, que cómo no pienso en los que sí quieren noticias, que no obstante todo lo que te conté tranquilamente se puede disfrutar igual de los días, incluso con la sobredosis de material intrascendente que se publica como si así no lo fuera. Lo sé, y te entiendo, pero atendeme a mí y escuchame que yo lo único que estoy pidiendo es una semana. Simplemente, una sola, nada más que una semana. Dedicada exclusivamente para dos acciones: pensar, como anuncia ausente el artículo estadounidense, y disfrutar, como ruega poder hacer expresamente Roos y tácitamente Galeano. Fijate si no sería lindo… Una semana… 

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